Un joven perteneciente a una familia altamente adinerada y distinguida de la sociedad estadounidense del siglo XIX, y por tanto, heredero de una gran fortuna.
Cuando William era todavía muy joven, recibió un fuerte llamado por parte del Señor para ir a la China. En un accidente, murieron sus padres siendo él muy joven y, al ser hijo único, recibió su herencia: una enorme fortuna.
Lo primero que hizo, fue enviar absolutamente todo el dinero para las misiones, y a continuación escribió en la contraportada de su Biblia: “SIN RESERVAS”.
Pasado el tiempo imprescindible, William lo dejó absolutamente todo atrás, y emprendió su viaje a la China. En ese momento, escribió en su Biblia la segunda frase: “SIN RETORNO”.
De viaje a la China, tuvo que pasar un tiempo en Egipto de entrenamiento, y allí enfermó de muerte. Tras una fuerte y dolorosa agonía, murió alabando a Dios con tan sólo 25 años, siendo un maravilloso ejemplo para todos aquellos que le conocieron. Antes de morir escribió en su Biblia la que sería su última frase: “SIN NADA QUE LAMENTAR”.
Cuando escuché contar esta historia, me impactó de tal manera – quizá por el momento que estoy atravesando- que no me la he podido sacar de la cabeza, y desde entonces pido al Señor cada día, cuando le hablo de mi trabajo para Él, que todo mi servicio pueda llegar a ser hasta el final: SIN RESERVAS, SIN RETORNO, SIN NADA QUE LAMENTAR.
SIN RESERVAS
Hace algún tiempo, fui testigo de algo que casi podría calificar de equivocación, abuso y hasta de aberración. Me pareció injusto, exagerado y fuera de toda lógica y más, tratándose de una persona con unos problemas muy fuertes en su vida. Me vine para casa con un dolor inmenso en el alma; llegué a llorar de indignación, de sentimiento de injusticia; pero – sobre todo – de dolor.
A la mañana siguiente, muy temprano, llamé a la casa de esta persona, ¿cómo no?..... me encontré lo que esperaba........ un ser humano extremadamente dolido, hecho un mar de lágrimas, desconsolado y una situación absolutamente dantesca. Lloré con esta persona, intenté consolarla de la mejor manera que pude, ofrecí mi casa para lo que hiciera falta, en fin.... hice todo lo que estaba al alcance de mi mano.
Al cabo de unos días, alguien – en teoría- con más influencia o, repito -en teoría- con más “autoridad” que yo, llamó a la casa de esta persona, y no sé exactamente lo que dijo; lo que sí sé, es que yo salí mal, absolutamente mal parada de esta situación. Os confieso que me dolió en lo más profundo de mi alma.
Al día siguiente, alguien me hizo una visita, alguien que –con todo el amor del mundo- y con la mejor de las intenciones me dijo : “mira, hazme caso, no puedes seguir así, te entregas tanto....... te involucras tanto........... y haces todo lo posible por los demás, para que al final seas tú, la que siempre terminas pagando todos los platos rotos; hazme caso, te lo digo por tu bien, no te vale la pena”.
Yo escuché en silencio, y a continuación respondí: “no me pidas eso, porque no lo haré jamás y.... donde haya un alma sufriendo, algún dolor, algún desamparo, o alguna injusticia, allí estará siempre: mi hombro para llorar, mi oído para escuchar y mis palabras para consolar.
No importa el precio, creo que eso es lo correcto delante del Señor. Vivimos tiempos donde llorar con el que llora, sufrir con el que sufre, ser leal a las propias convicciones a pesar de todo, o no venderse por “un plato de lentejas”, incluso realmente saber lo que significa la palabra compasión, son cosas que parecen haber desaparecido de nuestro comportamiento evangélico. Creo que son demasiadas las veces que olvidamos la misma esencia del Evangelio.
Mi Señor derramó por mí hasta la última gota de Su sangre en la Cruz del Calvario, ¿acaso no merece por mi parte, una entrega absoluta totalmente incondicional...., “SIN RESERVAS”.
Si quieres comentar o