Se da así una cierta conciencia de grupo que es fortalecida por la pertenencia a la misma etnia. Desde este punto de vista, en pleno proceso globalizador, la raza continúa teniendo un significado importante en casi todos los debates políticos y sociales.
Sin embargo, a medida que transcurre el tiempo y los individuos se van integrando en los distintos estratos sociales, en función de sus conocimientos profesionales o sus capacidades intelectuales, el concepto de raza empieza a perder sentido para cedérselo poco a poco al de clase social. Esto no significa que la raza deje de tener importancia, ya que puede continuar habiendo discriminación o xenofobia, pero sí que progresivamente la idea de etnicidad se va fragmentando como fuente de sentido, para fusionarse con otras identidades más amplias que la raza, como pueden ser el género, los partidos políticos o la misma religión. Muchas agrupaciones feministas acogen a militantes pertenecientes a diversas etnias. Algunos partidos asumen en sus idearios las reivindicaciones propias de los inmigrantes y bastantes iglesias cristianas reciben con los brazos abiertos a creyentes procedentes de todos los rincones del mundo. La fe y las convicciones personales pueden jugar un papel más importante a la hora de unir a las personas que la conciencia de pertenecer a una misma raza.
En las naciones multirraciales, como los Estados Unidos, Francia o el Reino Unido, la pluralidad étnica suele darse primero en determinados estamentos de la sociedad, como la empresa, la Iglesia, el ejército o la educación, para ir escalando posiciones después a otros niveles de mayor prestigio social. Esto es lo que se observa actualmente, por ejemplo, en la comunidad afroamericana estadounidense, que durante los últimos treinta años ha visto como se resquebrajaba su antigua identidad de raza por culpa de las diferencias de clase. Cada vez existe una mayor hostilidad de parte de los negros pobres hacia sus hermanos que se han enriquecido, olvidándose de ellos y contribuyendo a su exclusión social. Por tanto, actualmente la raza sigue siendo importante pero, según algunos sociólogos, ya casi no constituye sentido en las sociedades multiétnicas.
Uno de los principales peligros de la sociedad plural es la idea, que tiende a generalizarse, según la cual el mundo y la realidad pueden ser interpretados desde muchos puntos de vista diferentes. Esta “teoría del perspectivismo” que afirma que todo depende de la perspectiva individual que se adopte, del punto de vista personal o del “color del cristal con que se mira”, genera tarde o temprano un estilo de vida caracterizado por la incertidumbre y el malestar existencial. Si todo es relativo, entonces desaparecen las verdades absolutas y el ser humano se queda sin suelo bajo los pies, ni cielo sobre la cabeza. Las coordenadas vitales que sostuvieron desde siempre a la humanidad se desvanecen en un mar de dudas e inseguridades. Los valores quedan cuestionados, las preguntas se conforman sin respuestas sólo con la pura interrogación y los sistemas de vida como la familia, la política o la fe religiosa experimentan una profunda degradación.
Ante semejantes incertidumbres generadas en el pluralismo de la aldea global, algunas personas optan hoy por huir de la sociedad. Aún viviendo en medio de la muchedumbre, deciden aislarse de todo y ascender a la cima de su monte particular para estar solas. Incluso hay artefactos electrónicos, como los populares
walkmans, que facilitan a través de la música esta escapada existencial. Cada vez es mayor el número de individuos huraños que cambian la vida solidaria por la solitaria. Y en esta búsqueda de la soledad se prescinde del prójimo y hasta del mismo Dios porque en el terreno baldío del ateísmo, antiteísmo, muerte de Dios, agnosticismo, religión light o esoterismo, solamente parecen florecer la “sociedad sin Iglesia”, la “Iglesia sin creyentes” o los “creyentes sin fe”. La crisis de identidad que lleva al aislamiento rompe las creencias y cambia la forma de vivir del ser humano. Las consecuencias de tal situación son fáciles de constatar en la actualidad: materialismo, corrupción, inmoralidad, desintegración familiar, violencia, drogadicción, divorcio, embarazos de adolescentes, insolidaridad y un largo etcétera de comportamientos indeseables.
Esta situación supone un serio reto para la Iglesia de Jesucristo que tiene la responsabilidad de enfrentar la creciente secularización que afecta a la sociedad global.
Desde la fe cristiana hay que denunciar esa búsqueda egoísta de placer o bienestar personal que caracteriza al hombre de hoy y que le conduce inevitablemente al individualismo, incapacitándole para sacrificarse por los demás o actuar con espíritu fraternal. También el eclecticismo postmoderno que pretende mezclar toda clase de creencias variadas en una suerte de puzzle multirreligioso, debe ser contestado desde el Evangelio. La llamada “religión a la carta” no puede sustentarse en la verdadera palabra de Dios. La Iglesia deberá luchar asimismo contra la creencia sin práctica y la indiferencia religiosa de tantos creyentes nominales que sólo acuden a los cultos para celebrar el bautismo, la boda o el funeral.
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