New York City

Están el New Yorker, el New York Times, el Herald, el Independent… el Observer, el Community Trader, un par de diarios en yidish… hablan de guerras pasadas, de estrenos de cine anclados en el tiempo, de partidos que los Nicks nunca debieron perder… el tipo me mira y, como hace casi todo el mundo conmigo últimamente, me sonríe condescendientemente durante unos segundos, y de nuevo presta su atención al gentío que habla, ríe, discute de las cosas de la vida por las que ya no discuto desde hace mucho, y se apresura hacia el metro, hacia una copa tardía, hacia el anochecer que pronto nos alcanzará a todos por igual, y donde todos seremos por una noche iguales: unos desconocidos totales.

Sigo estos días reflexionando sobre la utilidad: la mía propia y la de los demás. Isaías dice que “llamarás a pueblos desconocidos; pueblos que no te conocían irán corriendo a ti, porque yo, tu Señor, el Dios Santo de Israel, te he honrado. “ (55:5) Esta primera declaración, como promesa ineludible que ahora mismo es en mi vida, me asusta por un lado, y por otro me consuela. Me consuela saber que puede que mi viaje no acabe aquí, que iré más allá. Porque lo mejor llega cuando vamos más allá, cuando seguimos rascando encima de la superficie y descubrimos la capa de pintura que a veces es más atractiva que aquella que la cubría.

Así que, dispuesto a dejarme rascar las capas de superficialidad con las que a veces me dejo cubrir, me sorprendo a la vez rascando la pintura del quicio de una puerta roja de madera antigua que da paso a una de las iglesias que he visto estos días por aquí. Abren y una mujer de unos treinta años me vuelve a sonreír, con una mueca distinta a la de los demás, y con unos ojos iridiscentes me invita a pasar a un salón amplio, donde un montón de tipos como el vagabundo junto al que me senté un rato antes, hace cola para recoger un cazo de sopa humeante, con un aroma que llena todo y sube como el incienso. No sé cómo es el resto del lugar en su interior, sólo sé que allí acuden los desconocidos. Y que, como otro desconocido, estoy en condiciones de llenar un cazo de sopa y dárselo al que no puede. Cada desconocido al que sirvo es de un color distinto, de una mirada y una pena diferente, y todas superan mis problemas.

No sé, habrá quien llame a esto falsa sensiblería, pero mientras esté aquí un tiempo, metiéndome en el autobús como todos, comiendo en un Burger King como todos, y sencillamente viviendo como todos… mientras sea un ser humano y la humildad y el amor verdadero no se aparte de mi, seré capaz de ver a la gente de verdad a la cara. Habré encontrado el significado de la palabra útil.