Del infierno al cielo

Aquellas palabras resultaban sorprendentes en alguien que no profesaba la fe, o que al menos no se encontraba vinculada a la iglesia.
- Pero cuando yo lo dejé –continuó ella- ya era tarde para Antonio. Él ya estaba metido de lleno en ese mundo. Antonio ha llegado a introducirse mucho más que yo... es muy joven para estar así ... necesita ayuda...

Tú escuchabas en silencio las palabras de tu madre y observabas con fijeza las lágrimas que brotaban de aquellos ojos.
- Blanca, nosotros no tenemos ningún poder para ayudar a tu hijo. -Confesé mirando a aquellos ojos desbordados por lágrimas- Pero Dios tiene la autoridad suficiente y amor de sobra para libertar a Antonio y hacerte también libre a ti. ¿Quieres recibirle como tu Salvador?

De aquellos labios que habían confesado su culpa se escurrió una oración de arrepentimiento y aquél corazón, torturado por la culpabilidad y la preocupación, recibió el abrigo de la presencia redentora de Cristo.

Lo demás, Nono, sucedió con rapidez: De igual modo que habías pisado sobre las huellas de tu madre para acercarte al infierno, ahora recorriste el mismo camino que ella surcó y que la acercaba a la presencia del Señor.

Mientras besabas a tu madre, pude comprobar que la paz de Dios confiere a los rostros un aspecto angelical, pues una sonrisa que destilaba luz vestía vuestros semblantes.

Esa noche la iglesia se congregó para asistir al testimonio de una madre y un hijo que se reconciliaban entre sí y ambos se reconciliaban con Dios.

Esa noche el maligno se estremeció al comprobar que la cruz de Cristo sigue siendo la puerta de entrada al cielo y el camino de salida del infierno.

Esa noche la oscuridad fue rasgada por las llamas de una hoguera en la que se mezclaron las cenizas de decenas de libros que jamás debieron escribirse junto con las de una muñeca que nunca debió fabricarse, y artículos satánicos que perdían su efectividad para siempre.

Querido Nono tu imagen sigue impresa en mi retina y anticipo que tras ella vendrán otras muchas que llenaran nuestros ojos con imágenes de salvación, porque tales cuadros sigue pintando el Señor con la tinta de su sangre.

	Artículos anteriores de esta serie:
	1		Carta a «Nono»
	2		Un satanista de 13 años
	3		Satanás, un marido muy celoso