Queridos niños, habéis tenido suerte de nacer donde habéis nacido, aunque haya sido duro abandonar vuestro amniótico refugio y sentir el frío de la sala de partos, que no es sino un avance de la realidad. Rápidamente os han recogido manos expertas y habéis oído voces de alegría, pronto entre esas voces habéis identificado el susurro de vuestras madres, os han lavado, os han vestido, os han rodeado de buenos olores y habéis succionado vuestro primer alimento, aferrándoos al pecho de vuestra madre como queriendo volver a su interior. Tristemente no todos los niños tienen vuestra misma suerte, pero de eso ya habrá tiempo de hablaros.
Habéis venido a un mundo de luz, de colores, de sonidos que antes percibíais amortiguados y ahora os rodean, os aturden, os incomodan, todo es nuevo, pero todo está a vuestra disposición para haceros todo más fácil. Mas vosotros os quejáis y estáis en vuestro derecho, seguramente nunca volveréis a estar tan acogedoramente como en el lugar que habéis abandonado. Y es que la vida está llena de renuncias desde el primer suspiro. No os preocupéis, llorad, llorad, que paradójicamente vuestro llanto me dice que estáis llenos de fuerza, de salud para afrontar la vida. Llorad que recibiréis consuelo, que enseguida el amor en forma de madre o de padre, correrá en vuestro auxilio y os reintegrará parte de lo perdido. Tristemente otros llantos quedan olvidados y se pierden en las conciencias devastadas de este primer mundo, pero de eso ya habrá tiempo de hablaros.
Sois bellos, de una belleza pura, indescriptible. Nos hacéis ver lo lejos que estamos de nuestra inocencia al acercarnos a la vuestra. Es como si hubiéramos crecido perdiendo de vista el modelo a seguir y vosotros volvéis a descubrírnoslo. No es tanto que queramos que os parezcáis a nosotros, sino que en realidad lo que queremos es parecernos a vosotros, por eso hacemos vuestras mismas muecas e imitamos vuestra forma de emitir sonidos, y no sólo a vosotros se os cae la baba, creedme. De repente os convertís en el centro de nuestra vida y todo se hace en función de vuestras necesidades. Qué suerte, os repito, habéis tenido naciendo donde habéis nacido. Unos centímetros más al sur en el globo terráqueo y vuestra vida habría sido totalmente diferente. Tristemente diferente, pero de eso ya hablaremos, espero, algún día.
Mientras tanto seguid creciendo a imagen y semejanza de quien os dio vida, aquél que pensó en vosotros antes de que estuvierais en el vientre de vuestra madre. Aquél que antes de ser hombre fue niño, y ha concedido a todos los niños un rasgo de su divinidad. Aquél que no buscó el lugar más cómodo para nacer, ni las manos más expertas, ni los mejores cuidados. Cuya renuncia es incomparablemente superior a la nuestra. Y su mensaje de amor es la única esperanza, tanto de vosotros, como de aquellos que no han tenido vuestra misma suerte.
Seguid creciendo, y, un día, quizá cercano, tocad nuestro hombro de mayores y decidnos que aquí estáis dispuestos a renovarnos con vuestras fuerzas, decidnos que conocéis el amor, pero que también sabéis que el odio anida en muchos corazones y que queréis combatir éste con aquél.
Decidnos que conocéis vuestra suerte y que queréis compartirla con los no agraciados en la lotería de la vida, y decidnos que, en realidad, vuestra mayor suerte es que en algún momento, en algún abrazo, en algún consuelo, en alguna alegría, mirasteis a nuestros ojos de mayores y en ellos visteis la pureza de un niño y un rasgo de Dios acariciándonos el semblante y deseasteis en ese momento seguir siendo siempre niños para estar siempre cerca de Dios.
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