Callejuelas, mercados, laberinto de piedra y emoción. Split parece haber olvidado horrores ancestrales. Primero, el paréntesis oscuro, denso y prácticamente una antesala segura a la guerra que vino después. Medio siglo de dictadura liderada por Tito, prototípico dictador con cara de dictador, manos de dictador, palacio de dictador, estatua ecuestre de dictador y villa de veraneo de dictador.
En esa encrucijada de culturas bañada por el Adriático, un verdadero puente entre la Europa occidental y la del Este, el croata Danijel Mrsic y la catalana Eva González iniciaron ya hace 16 años un ministerio centrado en la ciudad de Split (la segunda del país después de la capital, Zagreb) y en la que “no había ninguna iglesia evangélica”, tal como explica Danijel. “Empezamos reuniéndonos en casa”, añade Eva, “aunque tuvimos que volver a Barcelona unos meses a causa de la guerra”. A pesar de estar en una zona empobrecida por la posguerra (aún hoy, la mitad del país está en paro) y devastada por la drogadicción de miles de jóvenes, “el espíritu misionero que me habían inculcado en casa”, dice Eva, “nos llevó a iniciar una doble tarea: evangelística y social”. Danijel y Eva lideran actualmente una iglesia (bajo el sugerente nombre de Buena Nueva) con local propio, más de 200 miembros y, a pesar de alguna oposición vecinal y el recelo de una sociedad con una tradición católica muy enraizada, Eva admite que “nos hemos sentido bastante bien acogidos”.
La zona de Split, Dalmacia, invita a dejarse acariciar por las numerosas horas de sol cuando el tono plomizo provocado por la lluvia desaparece. Perderse por las calles comerciales confunde a una mentalidad occidental, ya que Split tiene más de ciudad del norte que del sur, con profusión de las mismas cadenas de moda con las que tropezamos en Barcelona, Madrid o París y con un exceso de gafas de sol gigantes –la mayoría falsas Dolce&Gabbana y Prada, claro- que conforman ese aire mediterraneo cada vez más globalizado y alejado de los cuatro tópicos del sabor a salitre, las gaviotas y los veteranos pescadores con camiseta a rayas, pipa y una red plagada de remiendos. “La cultura croata no es muy diferente de la catalana”, con el único obstáculo de un idioma nuevo, aunque para Eva (filóloga inglesa y con un don para las lenguas) no fue difícil superarlo.
Bautismos en el río Cetina, campamentos para adolescentes y jóvenes, club de niños (bajo el nombre de Awana), curso Alfa, cultos, reuniones de oración,…, es decir, una iglesia, una comunidad. Ese fue el gran propósito de Eva y Danijel, hoy toda una realidad. Eva lo tiene claro: “la vida misionera tiene sus dificultades, pero animo a los más jóvenes a poner sus inquietudes ante Dios y si creen que este debe ser su camino, pues adelante, ya que también está lleno de bendiciones”.
Ella y Danijel, lo han llevado a cabo en una zona que necesitaba renacer físicamente, pero también espiritualmente. Una vez normalizada su presencia en una ciudad donde no había una sola comunidad evangélica, aparece un nuevo reto. A pesar del evidente poder de la palabra, hay cifras que hablan por sí solas: Croacia tiene 5.000 creyentes, con una población de 4,5 millones. En el resto de los Balcanes, el panorama no es mucho más alentador, con 1.100 evangélicos en Bosnia, 5.000 en Serbia, 600 en Eslovenia, unos simbólicos 60 en Montenegro y otros pocos en Macedonia. En total, 25 millones de habitantes y un paupérrimo 0,1% de creyentes que conviven con 18 millones de otros cristianos (entre ortodoxos y católicos) y 5 millones de musulmanes. “Nuestra visión”, explica Danijel, “pasa por tener un punto de encuentro para toda esta población evangélica”, un punto que se ha concretado en Focus, un terreno de 32 hectáreas a mitad de camino entre Split y Zagreb, y que desde hace pocos meses es propiedad de la iglesia de Split. Ahora, toca construir “y reconstruir una zona en la que hay incluso cinco casas, casi un pequeño pueblo”, para que en un futuro se convierta en un campamento cristiano que llegue a ser “autosuficiente económicamente”. Para ello, harán falta grupos de trabajo en una zona en la que quieren contar con una granja, un restaurante, actividades de ocio e incluso un auditorio para 500 personas. “Queremos aprovechar el tirón del turismo en Croacia” y conseguir una autofinanciación suficiente “hacia el año 2010”, dice Danijel, con el objetivo de que tres familias puedan vivir allí todo el año y gestionar un proyecto que pueda convertirse en una verdadera semilla de futuros líderes, en una “oportunidad para los jóvenes” y un “motivo de esperanza” para un conjunto de países. ¿Qué necesitan? “Oración, apoyo económico y manos, muchas manos”.
Salgo de un culto del que tan sólo he captado el entusiasmo de una comunidad joven, superado por la dificultad de un idioma que, ni por aproximación, se deja entender. Me enfundo el Mp3 para absorber rayos cálidos de un sol de media mañana acompañado por la voz de Jeff Buckley que desgrana con pasión su particular versión del
Hallellujah del músico-poeta (¿o es poeta-músico?) Leonard Cohen.
El majestuoso palacio que un día fue un capricho personal del emperador romano de turno hoy es una fusión entre ciudad y monumento, entre monumento y ciudad. Alrededor de la piedra blanca de la isla de Brac, los mármoles griegos e italianos y hasta esfinges de granito negro de Egipto creció una ciudad que hoy simula ser una gran capital con grandes avenidas, bloques de pisos y polígonos industriales. Una ciudad que estuvo a punto de agonizar por culpa de los estragos de la heroína y que ha sabido renacer para normalizarse con pisos, polígonos e immensas gafas de sol imitación de Prada.
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