Hoy mismo yo me he desvanecido frente a Roosevelt Island, más allá de Manhattan, admirado de la capacidad que tienen los americanos para rellenar el espacio, para apiñarse en una islita en medio de un río. Bueno, lo de islita es una ironía clara. Todo aquí es enorme, alto, “babeliano”. La ciudad no quiere que se escape el día una vez que los rayos de sol pasan entre los rascacielos, los bulevares, y los ojos de algo más de nueve millones de neoyorquinos que residen en la metrópoli; pero al mismo tiempo ni el ruido, ni las luces, ni el resplandor de un aire cortante se van a dormir.
New York se pertenece a sí misma, pertenece a tres estados distintos, a cinco grandes comunas, nos pertenece a los que pasamos por ella, y a la vez no pertenece a nadie. Ya no quedan tejos(1), y hay personas de toda condición y culturas diametralmente opuestas, y esto es lo que más me maravilla y sorprende. He tenido el privilegio de ser atracado en media docena de idiomas en medio de Brooklyn. Soy un tío afortunado y no puedo despegar la sonrisa.
No obstante, estamos condenados a entendernos entre nosotros. Un caballero me ha quitado el taxi amarillo ese que tienen por aquí, y mientras tanto decía: “lo siento amigo, aquí es costumbre”. Son tan majos… En Londres tienes que decir inmediatamente adónde vas mientras saltas al interior del taxi. Aquí no: pueden pasar horas enteras dentro hasta que le dices el conductor que te deje donde quieres, y entonces el tipo se da cuenta de que lleva a alguien con él.
Sí, creo que me quedaré unos días por aquí, aún me queda un poco más de tres semanas antes de llegar a mi destino. Probaré el Broadway Danny Rose, y treparé a las Twin Towers, desde donde se ve todo, y te suben escalofríos por la espalda. Cuando estás ahí arriba, hay una paz inmensa, una tranquilidad inamovible y deliciosa como la gloria de Dios. Estoy en la manzana de los contrastes con un frío que pela. Camino entre grandes paneles, cuya publicidad es tan escandalosamente grande que ya ni te molesta, y entonces entiendes al viejo Warhol y lo que ha hecho de esta ciudad.
Otra cosa que me ha sorprendido es la enorme cantidad de locales abandonados que han pasado a ser iglesias improvisadas, desde las cuales su sonido sale a las calles y se confunde con el tráfico y el murmullo permanente. Todas ellas se integran en la comunidad como el musgo en el ladrillo rojo y en las aceras. Todas ellas se pertenecen a sí mismas, y a la vez tampoco es así del todo. Todas son un punto de luz más. En todas hay donuts y café gratis. En ninguna hay vergüenza de mostrarse al exterior (supongo que porque no hay nada de lo que avergonzarse).
Iglesias de Dios, episcopalianas, luteranas, evangélicas, metodistas… con la palabra esperanza sobre la puerta, escrita a mano o hecha en una empresa de cartelería. He visto hasta una que se autodenomina “no denominacional”. Ahí lo llevas.
Aquí es donde quería llegar: a nadie le da corte, porque hay espacio, aunque no lo parezca si lo ves desde lejos. Hay que acercarse y pisar bien el suelo, y pertenecer a la tierra, para comprender hasta qué punto esta es una tierra de contrastes, formada por una unánime diversidad, donde cada uno tiene derecho a sus locuras. ¿Será esto respeto? La tolerancia no es decir sí a todo, desde luego. Más bien es admitir que nada te sorprende demasiado como para apartarte de lo que crees. Es entender que aunque veas errores, está el consuelo de que no puedes cambiarlo tú sólo, que no puedes más que mirar y contar lo que ves y lo que eres.
(1) Nota del traductor: “tejo” viene del gaélico escocés “iorc”; los normandos recuperaron este apodo de origen celta para la ciudad de York tras el dominio romano. Al principio el nombre completo de la ciudad inglesa de York era “el lugar de los árboles de tejo”. Cuando Inglaterra se enfrentó a los Países Bajos, tomó a Nueva Ámsterdam, y el nombre le fue cambiado por Nueva York, como acto de reconocimiento ante el duque de York. Es muy probable que a nuestro protagonista en su escuela le contaran con gran añoranza el dominio inglés sobre esta parte del suelo americano. De ahí que haga referencia a los árboles de tejo, y a las diferencias entre dos lugares donde se habla, a priori, el mismo idioma.
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