Reunió a todos los lugareños el domingo en la plaza del pueblo y les dijo: Pensad en algo que llenaría de sentido vuestra vida. Meditadlo bien, pues es asunto de suma trascendencia. Algo sin lo cual no podríais vivir. Haciendo que formasen una larga cola, iba preguntando a cada cual: ¿Qué deseas por encima de todo? El pueblerino contestaba y a continuación tomaba de una poción mágica que le ofrecía el mago. Les prometió que el efecto se produciría al cabo de 24 horas.
Cada cual pedía cosas realmente valiosas: tesoros, mansiones, territorios para gobernar, dinero suficiente para vivir sin trabajar, ganados con numerosísimas reses, campos extensísimos de cereales, sabiduría para descubrir el sentido de la vida, conocimientos artísticos y musicales. Llegaron a pedir una catedral, universidad y puerto de mar.
Nadie se cuestionó a qué venía tanto favor, ni de quién procedía, sencillamente se limitaron a pedir. Ignoraban la maldad que aquel mago ocultaba en una aparente bondad. Les inoculó una sustancia que pronto daría su resultado. Tan grande era su maldad y poder maléfico, que para frenar su influencia el gran rey Ricardo había salido en su persecución.
Todos tenían un intenso deseo que querían ver cumplido… salvo el tonto del pueblo.
-¿Qué deseas por encima de todo? –le preguntó el mago.
-Deseo algo diferente a lo que todos te piden, pero que no veo, y no sé bien qué es-. Contestó el tonto.
El caso es que además de tonto era dubitativo e inseguro y le traicionaron los nervios delante de tan poderoso ser.
-Si me da tiempo lo sabré- se esforzaba el tonto.
Pero todos le empujaban. Los violentos de aquella impaciente fila le arrojaron fuera de ella. Sabía que aquella decisión era importante, pero aún cuando llegó el último, él seguía diciendo: deseo algo que no veo, pero no sé bien bien qué es. Aquello acabó de confirmar su reputación de idiota.
Y efectivamente, a las 24 horas emergía una catedral en el lugar donde antes había una sencilla capilla, y a los pocos días ya atracaban barcos en el flamante puerto
Nadie de aquel pueblo trabajó más. Todos poseían bienes y riquezas. Cada cual tenía ante sí lo que más deseaba en el mundo. La saciedad era absoluta. No deseaban nada más, salvo el tonto que seguía sin saber lo que quería. Vivió de su propio trabajo a diferencia de sus paisanos.
Pero las cosas no iban a seguir siempre así. El gran rey Ricardo alcanzó por fin al mago y lo encerró, pero no antes de que éste deshiciese sus encanterios.
Los habitantes de aquel pueblo vieron como los bienes que alcanzaron con sólo pedirlos desaparecían ante sus ojos. Una gran desesperación embargó a todos.
-¿Qué sentido tiene nuestra vida ahora que se nos despoja de lo que más deseábamos? No somos nada sin nuestros tesoros, sin nuestros ganados, sin nuestros campos, etc. –exclamaban al unísono.
Emprendieron la marcha todos juntos en busca del mago pero, teniendo conocimiento de que estaba encarcelado, decidieron angustiados poner fin a sus vidas arrojándose todos por un despeñadero a un lago y allí se ahogaron. La maldad del mago dio su fruto.
Se despeñaron todos… menos el tonto del pueblo.
El Gran rey Ricardo llegó a aquel pueblo fantasma y se sorprendió de ver, al menos, un sobreviviente.
- ¡Dichoso tú que te has salvado! – dijo el rey. Te libraste del engaño del poder del mago.
-No estaba seguro de cual era mi bien. Nunca he confiado en mí, por eso me llaman tonto- le contestó
-Y sin embargo vives -contestó el Rey
-A la espera de algo que no veo. Desconfío tanto de lo que veo… –le contestó
-¿Sabes qué es eso que esperas? –preguntó el rey.
-No, pero tengo paciencia. Algún día lo sabré.
-Tu paciencia es la nuestra –dijo el rey. Únete a los nuestros, los descontentos, los inconformes, los que juzgan todo, los que no acaban de entender todo, los que viven en incomodidad permanente, los que esperan lo que no ven y todavía no es, los que confiesan que lo verdaderamente deseable no es tangible ni lo produce esta tierra. Ven conmigo a buscar el Reino de Dios que se acerca. Nadie de los nuestros te llamará tonto. Pobres de aquellos que ven cumplido aquí el mayor deseo de sus corazones. Ese será su final. Fenecerán tras el objeto de su deseo. Feliz aquel que ame a Dios por encima de todo. Él prevalecerá. Benditas tus dudas.
-Ya sospechaba yo que no era tan tonto como decían. Quizá llegó para mí la hora de saber que lo que espero no se ve pero tiene nombre –concluyó nuestro personaje. -Nada menos que Dios me es suficiente-.
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