Convocado sí, pero en esta ocasión tampoco salió al campo. Sin embargo, no perdió los ánimos y siguió entrenando.
Partido tras partido, los únicos palos que veía el guardameta eran los del banquillo en el que estaba sentado por 90 minutos. Por cada partido no jugado era un nuevo aliento para él, pues entrenaba más duro. Día tras día, lloviera, hiciera frío, aún en una ocasión bajo una fuerte tormenta de granizo, seguía haciendo los ejercicios para seguir en forma, esperando el día en el que el entrenador tomaría la decisión de dejarle jugar, aunque sólo fuera por un minuto. Su deseo era pisar el área y colocarse bajo esos palos, esperando que el contrario chutara para hacer su intervención y detener un gol. Pero la liga estaba terminando y no había hecho su debut.
El estadio repleto. El griterío lo hacía patente. La afición aclamaba el nombre de sus ídolos. Dos de los equipos más importantes de la Liga nacional se enfrentaban en ese día. Uno de los últimos partidos de la temporada. El resultado era decisivo. Una victoria y levantarían la copa. Una derrota y la prensa se encargaría de recordarles, haciendo mella en la afición, que eran unos perdedores.
Comienza el partido. Sentado en el banquillo seguía con la esperanza de que, al ser uno de los últimos partidos, el entrenador le dejaría jugar. Media parte. A los vestuarios sin haber pisado el césped. Comienza la segunda parte. El árbitro toca el silbato. Algo ha ocurrido en el área. Un delantero ha querido rematar un corner cuando el portero saltaba para atrapar el balón. Ha habido un choque entre ambos. Gesticula y hace muecas de dolor. El portero sigue en el suelo agarrándose la muñeca. Lo sacan en camilla del campo. No va a poder jugar el resto del partido. El entrenador se dirige al portero suplente dándole unas indicaciones al oído.
Por fin, su oportunidad. Se quita el chándal de calentamiento, se pone sus guantes, se calza bien sus botas y la afición enloquece con su salida. Ahora la responsabilidad es suya. El marcador está 1 a 0 a favor de su equipo. No puede permitirse ni un descuido. La tensión es máxima. Sólo aumenta cuando empieza a caer una tormenta. El árbitro no suspende el partido. Minuto 87, está haciendo un buen partido. Sigue lloviendo.
De pronto: un delantero del equipo contrario se acerca al área por la banda izquierda, esquiva al defensa, corre unos metros más, se va por la banda, consigue centrar, quedan 3 minutos, un gol puede suponer el empate. Atención al centro, muy pasado, coge el balón el otro delantero que sigue la jugada, lo intenta de nuevo, regatea al defensa, ya está en el área, puede chutar, regatea una vez más, parece que ha engañado al portero, chuta, chuta y...-
XSHHHHH, XSHHHHH!! XSHHHHH, XSHHHHH!! XSHHHHH, XSHHHHH!!
- Noooo! Con está tormenta se habrá ido la luz!!! No!! Funciona, venga! -
Y aunque golpeó la tele con insistencia no lo pudo ver en ese momento, aunque sí en la prensa del día siguiente, que compró puntualmente en su quiosco habitual.
En la portada figuraba la foto del portero que debutaba por primera vez. En titulares: PARAGOL! EL PARAGUAS ESTABA BAJO LOS PALOS! Sin nadie saber nadie cómo, paró ese balón. La afición alardeaba en el bar. Los reporteros comentaban en la redacción. Aquel portero suplente que había sido fiel en los entrenamientos, aún cuando sus compañeros no iban, aquel portero que no desistió por no jugar, sino que se contentó sin perder la esperanza, ahora era noticia por haber parado un balón en forma semejante como lo hizo bajo la lluvia.
Recordad algo, él no dejaba de entrenar aun cuando había tormenta y aunque no le fue fácil, pudo hacerlo.
Hermano/a, en este nuevo año que comienza sigue perseverando. Está bien que sueñes con lo que un día puedes llegar a ser en Cristo. Está bien que haya promesas de parte de Dios para tu vida e incluso puede que Él te haya llamado a ser un predicador, un evangelista, un ujier, un maestro de la Palabra, etc. Pero antes de que no llegue el gran partido sigue en el entrenamiento de Dios. No lo olvides! Y cuando falles, cuando no llegues, cuando lo descuides, recuerda que es por su gracia. Él se acuerda de que somos polvo y sabe que estamos en un proceso de madurez cristiana que dura toda la vida.
"En lo poco has sido fiel, en lo mucho te pondré."
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