La línea difusa

Sé que es inglés lo que hablan por aquí, pero me cuesta un trabajo enorme entender a ese señor que alquila coches. Su sonrisa no es reflectante. De hecho, no ha sonreído. Pero yo encuentro precioso el paisaje. Vuelvo a lo de la línea.

La frontera entre Canadá y los EEUU es una línea física. Pintada en el suelo. Al menos por International Falls.

He cruzado un pequeño río solitario en una barca roja. Y he creído que ese río era la frontera. Tras bajar de la barca y acercarme, he visto que la frontera es una línea bastante borrosa, cuyo comienzo y fin desconozco.

Esta visión irreal, junto con el conjunto no menos irreal del norte de este Estado ha hecho que vuelva a plantearme la naturaleza de este viaje. En algún momento dejaré de dudar, pero ahora necesito pararme a pensar.

¿Por qué viajar? Por nostalgia, dijo alguien una vez. En realidad no huimos al viajar, sino que volvemos aún más a esos recuerdos y experiencias.

¿Qué sentido tendría sumergirse en una carretera infinita, como estoy a punto de hacer ahora, si no es para descubrir de nuevo algo que ya sé? No somos tan distintos en Groenlandia, en Madagascar, o en Constantinopla. Hemos sido hechos para lo mismo: para hallar la verdad. Y creo que todos sabemos cómo se llama esa verdad.

Otra cosa es que la carretera sobre la que me voy a deslizar mañana a bordo de un Cadillac (no he encontrado otra cosa y me parece un coche muy romántico) sea de color púrpura, en lugar de gris oscuro como en Newport. A lo mejor en Nedham también hay carreteras. A lo mejor esa ciudad, por ahora el motivo principal de mi viaje, es tan normal como todas las demás y tan única como ninguna. Incluso estará llena de personas, y nadie se lo ha planteado nunca la razón.

El cielo ha cambiado la nieve por la lluvia. Saco la cabeza y abro la boca, y bebo agua helada. Por aquí llueve con frecuencia, me dicen.