No pude evitar que la sangre me hirviera ante tamaña injusticia. Este acto es mezquino, cruel e injustificable; pero resulta aún más atroz cuando conocemos el detalle de que, mientras golpeaban al indefenso chaval, se dedicaron a grabar la escena con el móvil para luego colgarlo en Internet. ¿Qué hay en la cabeza de algunos de nuestros niños, adolescentes y jovenes? ¿Qué ideas circulan por sus autopistas neuronales? Si es que hay neuronas en las cabezas de quienes conciben tales ideas.
Son la generación de Caín; tribus de muchachos que consideran la violencia como una forma de diálogo y los golpes como una divisa con la que intentar comprar un poco de autoestima. Manadas de lobos que actúan como energúmenos cuando van en grupo y como auténticos cobardes en la soledad.
Mientras meditaba en este hecho y en la terrible escalada de violencia que se da en las aulas, cayó en mis manos un artículo del periodista Miguel Ángel Nieto. No puedo sino expresar mi total acuerdo y afinidad con la opinión que expone en las siguientes líneas:
“Me estoy volviendo carca. No soporto que los jovenes no sepan hablar de usted. No soporto que un adolescente no ceda el asiento a una embarazada y soporto aún menos a sus padres, que ni les sugieren levantarse. En Madrid ya no hay usted, ni gracias, ni por favor. Así se explica la pesadilla que se vive en las aulas. En los treinta y tres primeros días lectivos de este curso, 200 maestros madrileños han pedido auxilio al Defensor del Profesor. ¿Motivos? Los niñatos consentidos. Sus padres los mandan a la escuela como quien manda el 4x4 a reparar. Los maestros son para ellos mecánicos obligados a modelar las conductas violentas de los chicos. Resultado: la semana pasada, una maestra de Vallecas relataba al periódico su personal infierno; hace dos semanas, unos descerebrados grabaron con el móvil la paliza que dieron al profesor; y esta semana, los niñatos están colgando en Internet fotos de sus maestros para ponerlos a caldo.”
Necesito ser drástico en mi planteamiento y no puedo dejar de decir lo siguiente: En muchos de estos casos –soy tentado a decir que en casi todos, pero conozco lo inconveniente de generalizar- los padres son cómplices absolutamente implicados en estos desmanes.
Un profesional de la Educación expuso lo siguiente:
“Los padres pueden evitar la violencia escolar. Como profesional de la educación, estoy convencido de que la violencia escolar tiene su origen en la falta de normas en la familia. Aunque no sea la única causa, sí es la primera. Las agresiones están motivadas por la pérdida del sentido de la autoridad, del respeto hacia la figura del profesor y hacia los padres, que deben ser los primeros en educar en valores ó principios éticos elementales, como el respeto y la solidaridad, acompañándolo con el ejemplo. Además, los padres deben mantener una conexión directa con el colegio y comprobar si sus hijos cumples las normas que allí hay. La falta de autoridad está haciendo del educar una profesión de riesgo.”
¿Cómo puede un padre y una madre educar en principios? Conozco un proceso que consta de tres pasos:
Enseñar a los hijos lo que es correcto: Tomemos el ejemplo que nos ofrecía el profesional de la educación. Mientras viajas con tu hijo en un medio de transporte público, observas que sube una mujer embarazada ó una persona anciana. Te vuelves a tu hijo y le dices: “Hijo, lo correcto es ceder el asiento a esa persona”. Con ese acto sencillo, acabas de enseñar a tu hijo un principio de conducta.
Reafirmar la enseñanza con el ejemplo: Esa persona sube al transporte público y tú estás ocupando un asiento. Entonces te levantas y la invitas a que se siente en el lugar que tú ocupabas. Con ese acto solidario, acabas de afirmar un principio de conducta mediante tu ejemplo.
Exhortar a los hijos a que obren en base a esos principios: La embarazada ó el anciano subieron al transporte público, tú estás en pie pero tu hijo ocupa un asiento. Aguardas a que él se levante y ceda el sitio, pero no lo hace. Entonces te diriges a tu hijo y le exhortas –y llegado el caso le exiges- que ceda ese lugar a la persona que lo necesita más que él. Con ese acto valiente, acabas de imponer un principio como forma de conducta.
Ó establecemos normas y límites ó el síndrome de Caín infectará a toda esta generación de adolescentes y jovenes. Eduquemos en principios y valores y si no lo hacemos no nos lamentemos luego cuando la generación de Caín, una manada de niñatos consentidos, impongan su opinión a golpes y muestren su disconformidad apaleando a un profesor, y ¿por qué no? También a un padre. Eso venderá mucho cuando se cuelgue en Internet.
Continuará la próxima semana.
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