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Evangélicos: nuestra voz en la sociedad

A raíz de los últimos conflictos éticos, en especial en temas de gran impacto social como el de los matrimonios homosexuales, la eutanasia, y las células madre, he oído a creyentes decir: “¿nadie dice nada?”, “alguien debe decir algo”, ¿qué hacen los lideres evangélicos? No es éste el momento de repasar nuestra actuación, pero con humildad podemos afirmar que la Alianza Evangélica Española ha hecho llegar su voz tanto como ha podido: se han emitido diversos comunicados y publicado entrevistas co
FE Y SOCIEDAD AUTOR Pablo Mnez. Vila 04 DE NOVIEMBRE DE 2006 23:00 h

Sí, la Alianza siente la inquietud de la responsabilidad moral que supone vivir en momentos de una secularización y una permisividad sin precedentes. Como líderes evangélicos hay dos preguntas de forma permanente en nuestro corazón: ¿qué debemos hacer/decir? y ¿qué podemos hacer/decir?

Es la tensión entre lo necesario y lo posible a la hora del testimonio, en especial ante las autoridades civiles. En estas breves reflexiones, sin embargo, no queremos centrarnos en este aspecto de nuestra responsabilidad ética, el contenido de nuestra pro-testa – es decir, lo que afirmamos delante del mundo-, sino más bien en la forma cómo debemos hacerlo. A veces estamos tan preocupados por hacer oír nuestra voz que nos olvidamos de que el mensajero es tan importante como el mensaje. La credibilidad del mensaje es proporcional a la coherencia del mensajero.

Está claro que tenemos el deber de hablar y actuar. Ésta es nuestra responsabilidad profética delante de Dios porque “somos embajadores de Cristo”. Pero no basta con hablar, hay que hablar bien. Y hablar bien atañe no sólo a lo que decimos –el contenido-sino también, a las formas -cómo lo transmitimos. En estos momentos de crispación social y acalorados enfrentamientos ideológicos, ¿cómo podemos lograr que el tono de nuestra voz esté a la altura de lo que decimos? ¿Cómo lograr que nuestras actitudes no desmientan nuestras palabras?

Varias sugerencias prácticas pueden ayudarnos:

Evitar las actitudes y el lenguaje agresivos. No podemos olvidar que el Evangelio es un mensaje de reconciliación, paz y perdón con Dios y con el prójimo. Por tanto no podemos predicar este mensaje con un espíritu o un lenguaje beligerante, agresivo, en el que el enfrentamiento y la exigencia están en primer plano.

Éste es el idioma propio de la sociedad: presentar batalla abierta, emitir comunicados que parecen partes de guerra, amenazar, descalificar. Si nosotros seguimos este modelo, estamos desmintiendo la esencia del mensaje evangélico. No podemos afirmar que Cristo ha venido para derribar muros y al mismo tiempo atrincherarnos en nuestras posiciones de combate y emular el célebre “no pasarán” de Negrín. Esta postura sólo lleva, en último término, al aislamiento porque la estrategia del enfrentamiento siempre aleja, separa. El lenguaje y la mentalidad de campaña de guerra son la antítesis de del ser “sal y luz”. En este sentido constituyen un notable obstáculo para la misión de la Iglesia. La agresividad es propia del fundamentalismo religioso, pero no del mensaje de Cristo. ¿Cuál es, entonces, el talante propio del mensajero evangélico?

Espíritu de prudencia y mansedumbre. Es precisamente en el contexto de nuestra relación con el mundo que el Señor nos exhortó a ser “prudentes como serpientes y sencillos como palomas”. La prudencia –que en lenguaje moderno podríamos parafrasear como moderación- es uno de los requisitos necesarios del anciano o pastor (1ª Tim.3:2). Es un rasgo que denota la madurez propia del que va delante. La falta de prudencia, la impulsividad, el extremismo descalifican a todo creyente, pero en especial al lider. Igualmente importante en la “defensa de la fe” (1ª Pedro 3:15) es la mansedumbre, virtud cardinal del Señor Jesús quien la presentó, junto con la humildad, como el rasgo más esencial de su carácter: “Aprended de mí que soy manso y humilde”.

La mansedumbre alude sobre todo a una forma de reaccionar caracterizada por el dominio propio. Ambas, prudencia y mansedumbre, no están en absoluto reñidas con la firmeza y la energía. Jesús mismo nos marca la pauta con su conducta, ejemplo que siguieron Esteban, Pedro, Pablo y otros grandes proclamadores del Evangelio en una sociedad muy parecida a la nuestra por su bancarrota ética y su permisividad. Su firmeza de convicciones les llevó a la muerte, pero nunca los vemos con un talante agresivo o beligerante. Consecuencia natural de este talante prudente y manso en estos prohombres de la Iglesia fue su espíritu de diálogo y acercamiento a las personas.

Buscar el diálogo: escuchar, exponer. En nuestra relación con la sociedad no estamos llamados a imponer sino a exponer nuestras creencias, nuestros valores. La historia de la Iglesia está llena de tristes páginas en las que se cayó en el error de imponer la fe, ya fuera por decretos o por la fuerza. Trágico error que se ha venido repitiendo hasta hoy. La manera cómo Dios nos trata a nosotros es bien distinta; alguien la resumió en la frase “non voluntas sed voluptas”, Dios no fuerza nuestra voluntad sino que nos atrae con su amor. La fuerza del Evangelio no radica en la espada de la imposición, sino en la belleza de Cristo y su obra que nos atraen. El Evangelio no obliga ni impone, seduce. Así describió Jeremías su encuentro personal con Dios: “me sedujiste, oh Señor, y fui seducido”.

CONCLUSIÓN
En este proceso de exponer nuestros principios hemos de recuperar una actitud muy bíblica, clave en nuestra relación con el mundo; se resume con la palabra persuasión. Pablo la utiliza en numerosas ocasiones al referirse a la defensa de la fe: “y discutía ....y persuadía a judíos y a griegos” (Hc. 18:4). Incluso un alto mandatario, Agripa, dijo después de escucharle largamente: “por poco me persuades a ser cristiano” (Hc.26:28).

Persuadir implica necesariamente dialogar y escuchar a la otra parte. ¿No es ésta la forma como Jesús se acercó a muchos hombres y mujeres?

Ser constructivo: aportar y promover. Si la Iglesia se limita air contra” la corriente de este mundo y nada más, entonces su voz se convierte en una fabrica de “noes” y de prohibiciones. Éste es otro error que lleva al aislamiento. Tenemos el derecho de disentir y exponer nuestros desacuerdos. Pero mucho más importante que rechazar es ofrecer salidas, proponer alternativas, ser constructivos. Si cada vez que hablamos para rechazar y condenar, al mismo tiempo ofrecemos valores positivos, nuestra voz será mucho más escuchada y respetada. Si creemos de verdad que Cristo vino para darnos “vida en abundancia”, entonces ofrezcamos esta abundancia de vida en todos nuestras palabras y actos.

Y no olvidemos que nuestra misión no es hacer una sociedad cada vez más cristiana, sino que los cristianos sean cada vez más sal y luz. Nuestro deber es proclamar el Evangelio; el rechazo o la aceptación le corresponden libremente a cada persona.


Este artículo se corresponde con la ponencia dada por Pablo Mnez, Vila en la conferencia de la Asamblea anual de la Alianza Evangélica Española en 2004 (en Barcelona)
 

 


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