La expresión quijotesca que más me gusta es una que se podría parafrasear diciendo “Dichoso el hombre que no debe más que al cielo el pan que se come” (Segunda Parte, Cap. LVIII). Cabría añadir dichoso, justo y libre. Esta frase va creciendo y ocupando mi conciencia a medida que voy conociendo cómo está el patio en nuestra amada España, y en el mundo. Retumba en mis oídos, se clava en mi alma. Y ¿sabe Vd.?, brota entonces de mis labios una oración de las más sinceras: “Dios mío, cuídame para que el pan que coma mi familia sólo te lo debamos a ti. Del mismo modo que me has librado del miedo al mañana, líbrame también de la tentación de vivir mejor a cualquier precio”.
¿Que por qué le cuento esto? Pues verá. El otro día estaba yo hablando con una de mis compañeras (creo que ya le he dicho a Vd. en otras ocasiones que el de maestro es un oficio muy femenino, al menos estadísticamente hablando). Ella me decía asombrada por los tintes que la vida pública parece estar tomando: “Si una se pudiera meter en un agujero, en una burbuja, donde todo esto no le afectara…”. Y yo, puede Vd. creerme, estuve tentado de hablarle de estar en el mundo sin ser del mundo, y remitirla al evangelio de Juan, capítulo 17; pero me contuve, por razones de prudencia evangelística con ella, a la que un día, con la ayuda de Dios, espero llevar a los pies de Cristo. Pero todo a su tiempo.
El caso es que continuamos hablando de cómo proceder para ser bueno en un mundo donde el mal campea a sus anchas. Ella, una bien intencionada mujer, concluyó diciéndome que lo mejor era no inmiscuirse en nada, no intervenir, no meterse en donde no se nos llama, y dejar el mundo correr.
Yo recordé inmediatamente al Maestro de maestros. Y cómo Él si que se inmiscuyó, sí que intervino y cómo fue libremente a la muerte para salvar a los que ni siquiera lo llamaban.
En palabras del teólogo William Barclay, “Jesús no ha venido a hacer la vida más fácil, sino a hacer a los hombres grandes”. Pero tampoco le hablé de ello a mi compañera, por las razones que antes le he dicho a Vd.
En cambio, si que me fui a mi clase pensando que debía buscar y proponerle a mi amiga algún modelo más humano, ante el cual ella no se cerrara, como seguramente lo haría con la figura de Jesús.
Me acordé entonces de don Quijote. Y pensé en él, no como una versión descafeinada de nuestro Salvador, sino como prototipo de un hombre que quiso ser recordado como “el bueno”. ¿Sabe Vd.?, entonces caí en la cuenta que don Quijote jamás salió victorioso de ninguna de sus batallas contra el mal del mundo. Incluso cuando creyó haber ganado alguna contienda, como la del joven al que apaleaba su amo, resultó ser peor el remedio que la enfermedad, pues al volver la espalda don Quijote, ya estaba el joven Andrés recibiendo una tunda aún mayor (Primera Parte. Cap. IV).
Es cierto que don Quijote no ganó nunca una batalla. Pero, ¡ganó la guerra!, pues no se cansó jamás de hacer lo que debía. “Lo que debía”, lo que se debe, lo bueno, creo que está resumido de una forma magnifica en boca de otro personaje también literario, el joven Gareth, pariente del rey Arturo, en la obra “Gareth y Lynette”, de Lord Alfred Tennyson, cuando su madre, Bellicent, trata de persuadirlo para que no parta a la guerra. Gareth, ansioso por llegar a ser caballero de la Mesa Redonda, le responde diciendo: “Soy un hombre hecho y derecho, y debo cumplir la misión de un hombre […] ¡Seguir a Cristo el Rey, vivir puro, hablar verdad, enderezar tuertos, […]! De otra manera, ¿para qué nací?”.
¿Que donde pretendo llegar? Sí, perdóneme Vd. A veces, me voy por los cerros de Úbeda, en este caso por los de Sierra Morena con don Quijote, y por los de Camelot, con el rey Arturo.
Lo que quisiera someter a su criterio, y que Vd. me dijera, es si cree Vd. que la bondad se geste en la inactividad, se desarrolle en la indolencia, y tenga vida en el pasar-de-todo y no querer saber de nada que nos inquiete. ¿Qué me dice Vd. a eso?, porque por muy actual y por muy postmoderna que sea esa actitud, yo estoy cristianamente convencido de lo contrario.
La bondad se engendra con la misericordia, vive con la compasión y alcanza la gloria con la procura de la justicia. A eso lo llaman “enderezar tuertos” tanto sir Gareth y don Quijote, como los otros quijotes, los de a pie, aunque a veces lo único que podamos hacer nosotros es no mirar para otro lado.
No se puede ser justo cerrando los ojos a la injusticia; no se puede ser bueno sin enfrentarse activamente con lo malo; no se puede hablar de Dios y estar callado ante los poderes erráticos de los hombres.
Si es Vd. un seguidor de Cristo, ya debe saber que pensar de este modo no es más que seguir al Maestro.
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame” (Marcos 8:34). Lea también el versículo 35, es impresionante, ¿no cree?
Que el Señor nos ampare y fortalezca para ser como Él quiere que seamos, y poder sentarnos un día a su mesa.
Amén.
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