En primer lugar, debe ser consciente de que tiene un papel, y si ella no lo cumple con responsabilidad, otros lo harán, pero con peor criterio.
Su principal responsabilidad es aportar valores que nutran al sistema democrático que se implantará tras Fidel, valores que iluminen el desarrollo político, social y económico de la isla.
Lo peor que dejó la dictadura de Franco fue la eliminación de la mentalidad democrática en toda una generación de españoles; lo mismo ha sucedido con el castrismo, y por eso la transición abrirá paso a una situación de vacío de criterios en la que se echarán en falta los referentes éticos del sistema democrático, los valores que deben regir las relaciones sociales de la nueva democracia cubana: esos valores los debe aportar la Iglesia Evangélica. Así, ella debe enseñar que no sólo todas las personas son iguales (1), sino que cada individuo tiene un valor inmenso ante Dios, que Jesús no murió por un colectivo sin rostro, sino por personas concretas, que el Señor da valor a cada persona y la distingue en medio del colectivo, como hizo con la mujer con flujo de sangre o con el ciego Bartimeo(2), y esta valoración de la persona debe ser recuperada en la nueva democracia cubana en forma de un reconocimiento de los derechos inalienables del individuo.
La Iglesia Evangélica cubana debe sacar a la luz los fundamentos de las libertades de las personas y los colectivos, así como de sus responsabilidades: si Dios mismo nos concede la opción de seguirle o no, de la misma manera hemos de garantizar a cada persona o colectivo su derecho a definir sus opciones, renunciando el poder político al control y a la tutela asfixiantes, sin dejar de impedir situaciones de abuso.
El único soberano es Dios, debe hacer recordar la Iglesia Evangélica cubana, y, por tanto, ninguna persona, institución o poder político es definitivamente soberano, ninguno tiene derecho alguno a asumir el poder como patrimonio propio, como ha hecho Fidel durante décadas; nuestros hermanos están más capacitados que nadie para desmontar el culto al dictador –y a su memoria– porque el reconocimiento de la soberanía única de Dios elimina todo culto a cualquier persona, como probó Daniel ante Darío(3): los gobernantes ejercen el poder por delegación y de forma interina, transitoria y, por tanto, cuando el gobierno administra no reparte de favor algo que es suyo, sino ministra lo que es de todos; por la misma razón, debe rendir cuentas ante los gobernados detalladamente y con frecuencia –no sólo cada vez que hay elecciones– de su labor de gobierno; a cada gobernante se le debe recordar que no sólo la Historia le va a juzgar, como decía el dictador Castro, sino su pueblo le va a juzgar, y en la nueva democracia cubana el pueblo lo debe hacer día a día.
La Iglesia Evangélica cubana debe aportar a sus compatriotas una nueva visión de la actividad laboral, que dé sentido y noción de responsabilidad a cada trabajador. El trabajo no es la consecuencia del pecado de Adán, porque era una función constructiva señalada por Dios ya antes de la caída(4) y el creyente debe realizarlo
“no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino […] de corazón, como para el Señor”(5); esta mentalidad contrasta con la forma de entender el trabajo impuesta por la dictadura y que seguirá vigente aún por bastante tiempo en el corazón y las actitudes de muchos cubanos, basada en un sistema desmotivador que no permite ver el fruto del trabajo ni estimula la responsabilidad personal.
Además, es bueno procurar la progresión y la promoción en el trabajo, según nos anima Pablo en 1Co 7.21, y esto requiere una nueva mentalidad en la sociedad cubana, imprescindible para ponerse al día en la nueva situación que se avecina; hay que recordar los criterios que señala el puritano Baxter para indicar que el ejercicio de una profesión es grato a los ojos de Dios: 1. criterios éticos 2. importancia para la colectividad de los bienes producidos 3. provecho económico que le produce al individuo. La sociedad cubana, instruida en la colectivización, tiene que recuperar el sentido de la responsabilidad individual en el trabajo, que hay que realizar con excelencia no ya porque te mandan, sino porque quieres y porque lo haces como para el Señor.
En una próxima entrega sugeriremos valores que la Iglesia Evangélica en Cuba debe aportar al nuevo sistema democrático en los terrenos de la transparencia en las relaciones sociales y en el cambio de sistema económico y haremos alguna sugerencia sobre su papel en el propio proceso de transición política.
(1) Hch 17.26
(2) Lc 8.43-48 y 18.35-43
(3) Dan 6
(4) Gén 2.15
(5) Col 3.22-23
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