El primer paso, evidentemente es el más valiente y arriesgado, es un poco como un salto en el vacío, pues supone una voluntad de buscar, de conocer, es quizá el primer acto de fe. Es abrirse a Alguien del Que te han hablado, pero que nadie te puede mostrar, salvo Él mismo.
Podría hacerse Vd. esta pregunta. ¿No hay una paradoja en afirmar: “Por ti mismo no puedes conocer a Dios; y, para que Él se te revele, tienes que estar dispuesto a conocerlo”? Ciertamente que la hay, y es mucho más que una paradoja. Es, como decíamos, el único salto en el vacío que Él espera de ti. Pero debe Vd. saber que ese paso suyo, de Vd., sería en realidad el segundo paso en la comunicación del hombre con Dios, el primer paso en esa comunicación ya lo dio Él, en la persona de Cristo, anunciada en las Escrituras desde el principio. Por eso le recomiendo que se acerque a la Biblia, que la lea, que reflexione Vd. en lo que dice, y trate de encontrar en ella alguna inconsistencia real con lo bueno, lo veraz, lo limpio, lo correcto. Verá como no puede.
Decimos los cristianos que la historia de esta comunicación de Revelación, es la historia del Amor de Dios para con nosotros, que no tuvo problema en mandarnos a su único Hijo, como víctima propiciatoria en nuestro lugar.
Sobre el modo en que suele Dios acercarse a cada uno, a cada una, no puedo decir ni una palabra. Lo siento. Pues tengo el convencimiento de que Dios nos habla a cada cual de la manera que Él considera más oportuna y adecuada.
Cada ser humano, como ya dijimos en uno de los primeros artículos de la serie, es único e irrepetible, cada uno de nosotros es persona por tanto; así que el conocimiento del verdadero Dios ha de ser indefectiblemente un conocimiento personal. Pero si Dios elige la manera de hablar, es la persona concreta, es Vd. quién ofrece el momento y la ocasión para ello. Es decir, que es bastante difícil que Dios hable a alguien que no quiera oírlo. Pues Él, según lo que nos dice en su Palabra escrita, lo único que quiere de nosotros es nuestra reconciliación con Él, a través de nuestra fe en Él.
Es cierto que en La Biblia se relatan casos en los que Dios se hace oír por encima de la propia voluntad de la persona, tal es el caso de Saulo de Tarso, de Pablo, el cual no quería en absoluto tener nada que ver con Jesucristo, a cuyos seguidores perseguía y exterminaba, y que, sin embargo, llegaría a ser el mayor portador del evangelio en el mundo no judío. Dios haciendo uso de su omnipotencia, le hizo escuchar, digamos, por la fuerza. Pero, esto no es lo usual ni lo normal en Él.
Lo que es más normal es lo que Él mismo nos dice en Apocalipsis 3,20,
Mira, estoy llamando a la puerta: si alguien oye mi voz y abre la puerta; entraré en su casa y cenaremos juntos. (versión DHH)
Así que éste es el camino habitual en estos tiempos:
1) Dios espera, está llamando y esperando desde siempre a la puerta de Vd.
2) Vd. lo escucha, se atreve a abrirle y le abre.
3) Él se muestra, se revela de la manera que Vd. necesita y entiende.
4) Vd. le conoce, y ve más allá de su propia mirada, adquiere una luz de inteligencia nunca conocida, que explica primero su propio camino, después el de la Humanidad entera.
Éste es el Conocimiento de Revelación de los elegidos. Es un don gratuito, es la gracia de Dios. Y Vd., para merecer tal elección, sólo tiene que abrir la puerta de su corazón al Que le llama. Ese acto de valentía individual de la fe, le reporta a Vd. la descarga de su pasado, del pasado pecaminoso de la Humanidad, presente en cada hombre, en cada mujer. A Vd. le reporta la salvación de su alma. La salvación es el premio de la fe.
El segundo paso, al menos el que yo di, dada mi naturaleza persistentemente humana, fue someter a la prueba de mis conocimientos humanos todos aquellos otros conocimientos adquiridos por la revelación de Dios. Y he de confesar desde lo más profundo de mis convicciones, que aún no he encontrado la más pequeña contradicción entre mis saberes innatos, ni adquiridos experiencial, científica, o hipotéticamente, con la Sabiduría que emana de Dios.
En honor a la verdad, he de confesar también, que, para llegar a tal convencimiento y a la auténtica fe en Cristo, tuve que desembarazarme primero de un sinfín de creencias idolátricas que desde mi educación me habían mantenido oculta la verdadera faz de Cristo. Sólo después de un rechazo personal de tales supercherías, y de pasar por una fase de agnosticismo, que tampoco me convenció, llegué a reconocer humildemente que, como ser humano, si yo era criatura de Dios, era Él quién tenía la potestad de mostrárseme. Así ocurrió, pero sólo después de dar yo mi paso de fe, de abrir mi puerta y de salir a buscarlo.
Ahora, aún a riesgo de no merecer el tan valorado respeto de algunos hombres, tengo la certeza de que, por haber abierto mi puerta a Jesucristo, Dios cena en su Espíritu cada noche conmigo, y siendo ya un hombre completo y libre, estoy con Él a salvo de todo mal. Bendito sea su santo nombre.
Yo le dije todo esto. ¿Y Vd. qué dice?
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