En su estudio de los desafíos que enfrenta la Iglesia Católica mirando hacia el año 2025, cuando los católicos llegarán a ser el 36% de la población de California, los obispos recuerdan que “en 1790 la población católica de 35.000 fieles sumaba sólo el 1,1% de la población total de 3,2 millones de Estados Unidos. En el siglo XIX tuvo lugar un gran aumento. El número de católicos aumentó desde los 195.000, o el 2,5% de la población total, en 1820, hasta los 19,8 millones, el 18,6% del total, en 1920”.
Dice una historiadora católica, “La mayoría de los inmigrantes católicos eran irlandeses. Aunque los irlandeses habían estado viniendo a los Estados Unidos desde la época colonial, la verdadera avalancha vino con aquellos que escapaban de las llamadas hambrunas de la patata. En el quinquenio entre 1846 y 1851 más de un millón de irlandeses dejaron su patria, la mayor parte de ellos jóvenes, solteros y pobres.” (2) El segundo contingente después de los irlandeses fueron los alemanes y luego italianos, españoles, portugueses, austriacos, polacos y nacionales de otros países de Europa Central.
Este origen migratorio ha marcado al Catolicismo estadounidense haciéndolo muy distinto del catolicismo español o europeo en general. Una primera razón fue el desafío social representado por las necesidades de personas vulnerables, desorientadas y desarraigadas, porque como en tantos otros casos era la miseria la que los había empujado a emigrar. Así fue como los católicos estadounidenses adquirieron una experiencia y conocimiento de las realidades de la migración no igualado por ninguna de las iglesias protestantes. Esto los hizo uno de los grupos religiosos con mayor conciencia social, y más influyentes en cuestiones migratorias, de manera que hasta hoy los documentos de los obispos católicos estadounidenses y su capacidad de acción coordinada tienen mucho más posibilidades de influir sobre la legislación.
Una segunda razón fue que en Estados Unidos no había ninguna iglesia establecida u oficial sostenida por el estado. Así que los católicos provenientes de países como España, Portugal o Italia, en los cuales su iglesia había sido privilegiada, tuvieron que aprender a sostener económicamente su culto como cualquier otra iglesia. Esta ausencia de una iglesia establecida explica también el tremendo dinamismo del protestantismo estadounidense en el pasado, sobre todo el papel de los laicos como voluntarios y la costumbre de sostener a sus iglesias y las causas en que ellas se embarcan. Los sociólogos saben que en la sociedad estadounidense siempre ha florecido el voluntariado, y que esta disposición tiene sus raíces en la experiencia de las iglesias, aunque hoy en día ese voluntarismo puede dirigirse a causas seculares y aun opuestas a la agenda de las iglesias.
Una tercera experiencia nueva para los católicos fue vivir en una sociedad donde había completa libertad religiosa, aunque la diferencia entre el talante católico y el protestante, dio lugar a algunos conflictos iniciales. Los protestantes que eran mayoría no vieron con buenos ojos la llegada masiva de católicos. Dice la historiadora McGlone, “En un país que valorizaba la libertad y que estaba luchando para forjar una identidad nacional, el uso que hacían los católicos del Latín para su culto, su obediencia a Roma y su adaptación, aunque a regañadientes, a una multitud de nacionalidades en sus filas, parecía una peligrosa negación de lo Americano (un-American). Los protestantes compartían un ideal religioso de ‘voluntarismo’, una creencia de que la comunidad de fe nunca debiera ser intimidada por ninguna fuerza externa en cuestiones de creencia. Este principio parecía contradecir casi cada aspecto de la disciplina católica.”(2)
La manera en que el catolicismo estadounidense asimiló estas experiencias se puso en evidencia durante el concilio Vaticano II. Uno de los documentos más sorprendentes que salió de este cónclave fue precisamente el Decreto sobre la Libertad Religiosa. El autor y propulsor entusiasta de este decreto fue el teólogo jesuita estadounidense John Courtney Murray. Sus opositores más acerbos fueron los obispos españoles. Exploraremos mas adelante las consecuencias pastorales de estas diferentes posturas en la sociedad actual.
(1) Mary M. McGlone, CSJ, Sharing Faith Across the Hemisphere (Maryknoll, Orbis Books, 1997); p.40.
(2) Id.
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