CMG: El “cordón sanitario” fue muy efectivo, de ello hubo repercusiones culturales, ¿cuáles fueron algunas repercusiones de esa cerrazón?
AM: Sin duda la cerrazón misma. El hecho de haber condenado las propuestas de Lutero sin más, sin discusión alguna, fue tajante. La propuesta del teólogo germano, de que el individuo hiciera la lectura de la Biblia sin intermediarios, al rechazar esto la Nueva España se queda sin el fundamento de la libertad de conciencia. El hecho de que Lutero haya cuestionado las fuentes mismas de la Cristiandad, el haber dicho que las autoridades –San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín- se equivocaban porque eran seres humanos, y que la única fuente de verdad era la Biblia, cuestiona la autoridad misma de lo que usted quiera ¿no? Y esto se va desarrollando en las naciones protestantes, el hecho de cuestionar una autoridad, no sólo física, sino cuestionar por escrito. Y la intolerancia misma que se fue construyendo, creo que esto fue en detrimento nuestro. Costó un enorme trabajo que la Colonia se abriera, después de la Independencia, a un mundo al que había estado siempre rechazando. La intolerancia es la incapacidad de tener una conciencia individual. No quiero decir que las manifestaciones externas de piedad religiosa sean malas (procesiones, culto a los santos, reliquias), porque son manifestaciones culturales, pero ellas se dieron en respuesta al culto frío y de ausencia de imágenes y de culto externo de la Reforma. Digamos que nuestra religiosidad partió de un camino total y completamente antagónico al de la Reforma protestante. No fue casual, fue a propósito. Nos llevaron por el camino del catolicismo tridentino.
CMG: Fue Octavio Paz quien dijo una de esas frases contundentes, que si se analizan bien tienen mucho contenido sociohistórico, dijo que los mexicanos somos hijos de la Contrarreforma y de aquí derivó muchas consecuencias que permanecen hasta nuestros días.
AM: Esto es lo que debemos entender con mayor amplitud. Existen pocos estudios sobre la Contrarreforma, del movimiento en sí, en México. Tenemos estudios monográficos, que se refieren a la Contrarreforma, cuando uno estudia a los jesuitas inevitablemente toca uno este punto. Cuando uno estudia concilios provinciales pasa lo mismo. Pero como movimiento de larga duración, y de impacto como bloque, a partir de la religiosidad se tiene que hacer también. Me parecer que empezar por cómo se juzgó aquí a Martín Lutero, pues significa un buen comienzo. Pero definitivamente Paz tuvo toda la razón con esa frase que usted recuerda.
CMG: Su investigación está centrada en la Nueva España, pero me imagino que en el curso de la misma encontró cuestiones parecidas en otros países del Nuevo Mundo.
AM: Por la vastedad del tema ya no incursioné en lo acontecido en otros países, pero con más fuerza que en la Nueva España hubo intentos de penetración luterana, protestante, en el sur del Continente. Me refiero a Paraguay, Argentina, Uruguay, que no estaban tan resguardadas ideológicamente con una institución del calibre como la que tuvimos en Nueva España. Y de allí, parece, que penetraba hacia más al norte, hasta llegar a Perú. Pero de alguna manera esta es una especulación mía, porque me pregunto de dónde pudo haber llegado más, con más intensidad, la propaganda protestante. Este sería un trabajo por realizar, hacerlo por el lado sudamericano. En el caso de la pintura hay más este sentido militante y combativo antiluterano en Perú que en la Nueva España. Esto es lo que he visto en términos generales.
CMG: Sabemos que en España, por tener al “demonio luterano” más cerca hubo una manifestación antiluterana muy acendrada.
AM: Mucho más que en la Nueva España, hasta como dice Ricardo García Villoslada, el gran estudioso de Lutero, es un lenguaje de vecindad que en Nueva España no vemos. En España los textos son tremendos, son de ataque, de groserías. También Lutero fue muy grosero, hay que decirlo. Pero repito, en la Nueva España no vemos eso porque se luchó no contra un Lutero de carne y hueso, sino simplemente contra lo que llegaba desde España, que además ya era una lectura de tercer grado, como estar leyendo a Bellarmino que a su vez impugnó a Lutero. Un personaje como Bartolomé de Ledesma, uno de los grandes teólogos de la Nueva España, oriundo de España, leyó a Bellarmino y luego los teólogos del siglo XVIII mexicano leyeron a Ledesma que leyó a Bellarmino. Ya todo esto es un tamiz que pasa no por la fuente directa sino por otra muy indirecta. Pero no encontramos ese lenguaje ni esa militancia antiluterana en México como la habida en España. Aquí encontramos la militancia porque había que afiliarse a los deseos de la Madre Patria y a los dictados de los Habsburgo, pero no hay ese odio tan acérrimo como en España.
CMG: En el siglo XVI hubo, de uno y otro lado, lo que hoy en lenguaje contemporáneo llamamos caricaturas; ahí quedan los grabados los panfletos…
AM: Que no tuvimos en México, no hay un equivalente de los panfletos volantes que circulaban en Alemania en el lado católico y en el protestante, como ese de Lutero en la letrina. Por cierto que eso de la letrina nos lo encontramos en autores mexicanos del siglo XX, que siguen repitiendo que la Reforma surge del pensamiento que tuvo Lutero en ese lugar.
CMG: En el México de hoy persiste una imagen muy estigmatizada de Lutero. Estoy trabajando sobre las referencias que seguido se hacen en la prensa mexicana actual acerca de Lutero, y encuentro que con mucha frecuencia aparece ese dicho de “la Iglesia en manos de Lutero”, aplicado a las circunstancias más variadas, sean ya culturales o políticas. Continúa una especie de inercia cultural, en el sentido de percibir a Lutero como sinónimo de lobo rapaz.
AM: En las conclusiones de mi investigación retomo este tema al que usted alude. Creo que en el ambiente académico ya ha cambiado la percepción negativa, sobre todo a partir de las traducciones que se han hecho al castellano de la obra de Lutero, con lo cual se puede acceder a sus escritos directamente. Por otro lado, desde el Concilio II, en España surgen “luterólogos” que de alguna manera reivindican la figura de Lutero. Este tipo de acercamientos buscan borra el estigma y tratan de ver al personaje a la luz de la investigación histórica, y esto pasó a partir de los años setentas del siglo XX. Creo que esto hizo mucho bien, aunque debo matizar que en México somos contados quienes vemos las cuestiones de esta nueva manera. No hay una gran escuela que estudie a Lutero entre nosotros. Pero los nuevos estudios ya cambiaron la mentalidad académica, de tal manera que uno se puede aproximar a la figura desde el punto de vista de un historiador serio y entre comillas objetivo, sabiendo que la historia no tiene nunca la categoría de objetividad. Hoy ya no estamos hablando de una investigación en la que se afirme que Lutero es un mentiroso o endemoniado, definitivamente eso ha cambiado. Sin embargo en la mentalidad popular no hay ese cambio, hablo en términos generales y no de forma despectiva. Pero, como usted dice, el estereotipo lo podemos seguir rastreando desde el siglo XVI cuando se crea en la Nueva España, pasando por el México independiente en el siglo XIX (una investigación que me encantaría realizar), y finalizando con la historiografía del siglo XX y la actual. Habría muchísimo por estudiar en pensadores mexicanos como Justo Sierra, en José Vasconcelos, y otros intelectuales que seguramente hablaron de Lutero. El estereotipo negativo sigue presente en el sentir de la gente.
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