Frente al creciente debate entre evolucionismo y diseño inteligente (movimiento que tiende a confundirse erróneamente con el creacionismo norteamericano de la década de los sesenta) suele plantearse la cuestión, con relativa frecuencia, en términos confusos, cuando no claramente equivocados y tendenciosos.
Al hablar sobre la teoría de Darwin, casi siempre se la califica de “teoría científica”, “conocimiento neutro que ofrece la observación”, “hecho comprobado” “verdadera ciencia”, “producto de los datos objetivos”, etc., etc. No obstante, al diseño inteligente se le condena de inmediato a ser el recipiente de los “principios subjetivos del dogma religioso”, “teoría irracional propia de ignorantes” –casi siempre algunos estadounidenses-, “fanatismo religioso que niega los datos objetivos de la evolución” y, en fin, pura “creencia religiosa no demostrable por métodos objetivos”. ¿Es justa esta desigual apreciación? ¿Se trata realmente de una confrontación entre ciencia y dogma?
A pesar de que el modelo evolucionista haya sido hasta ahora el único, casi universalmente aceptado, hay razones de peso para admitir que no es absolutamente científico. Tal como reconociera, Karl Popper, ya en la década de los setenta:
la teoría de la selección natural no es una teoría científica contrastable, sino un programa de investigación metafísico; y aunque sin dudas es el mejor de que podemos disponer al presente, tal vez pueda ser ligeramente mejorado (1977,
Búsqueda sin término, Tecnos, p. 202). El debate no es entre ciencia y dogma sino entre dos programas metafísicos de investigación: la evolución naturalista y el diseño inteligente. Según la primera, un Creador resulta innecesario pero la segunda lo sugiere. ¿Puede decirse que alguno de estos dos programas es más científico o dogmático que el otro? Pienso que no, pues uno apela al azar y otro a Dios para explicar el mismo milagro de la vida.
En efecto, el transformismo se basa en los principios naturalistas para afirmar que el azar, y sólo el azar, después de miles de años de evolución fue capaz de convertir un puñado de materia inerte en un ministro de cultura. Por el contrario, el diseño inteligente ve imposible que eso haya sido así, ya que la extrema complejidad y sofisticación de los procesos bioquímicos que tienen lugar en el interior de las células vivas (sobre todo los irreductiblemente complejos de que habla Behe), impediría que éstas hubieran evolucionado por medio de mutaciones aleatorias, sin un diseño previo. Por tanto, propone que los rasgos fundamentales de los organismos, así como las rigurosas leyes del cosmos, tuvieron que ser calculados y diseñados con exquisita precisión por un agente inteligente. Esto no descarta que después tuvieran lugar procesos naturales de evolución biológica que originaran estructuras secundarias. Sin embargo, los últimos descubrimientos de las ciencias experimentales parecen indicar que al principio ya existía diseño, complejidad y orden, en vez de un caos simplísimo.
El diseño es algo que aflora en la naturaleza por todas partes. De hecho, la biología es el estudio de seres complejos que tienen la apariencia de haber sido diseñados con un propósito. Los biólogos que permanecen fieles a la evolución, deben hacer auténticos esfuerzos y tener continuamente presente que lo que ven en la naturaleza no ha sido diseñado, sino que más bien ha evolucionado por casualidad. ¿Hay algún criterio que permita distinguir entre un objeto producido por causas inteligentes y otro originado por causas no inteligentes? Los proponentes del diseño responden afirmativamente a esta cuestión, mediante el
criterio de complejidad-especificidad (del matemático Dembski).
¿Por qué no se quiere admitir el diseño dentro de la ciencia? Quizá porque implique -bastante más directamente que el evolucionismo- la existencia de un Creador. Pero, ¿y si fuera así? Es posible también que al excluir el diseño, la ciencia haya trabajado durante mucho tiempo con conceptos inadecuados y esto hubiera conducido a una visión limitada de la realidad, a una especie de callejón sin salida. En este mundo posmoderno de la diversidad de opciones, puede que el diseño inteligente se convierta en el rival que acabe con el monopolio evolucionista en el seno de la ciencia. Tiempo al tiempo.
Este artículo se escribió en Respuesta a otro publicado en el diario “La Vanguardia” el 16/03/2006, que pueden leer pulsando
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