Hostigados y perseguidos tanto por las iglesias territoriales católicas como por las protestantes, los anabautistas pacifistas encontraron en Estrasburgo, a finales de los 20’s y principios de los 30’s en el siglo XVI, un lugar de refugio en el cual establecerse. En 1533 la situación comenzó a tornarse adversa para ellos, ya que entre las autoridades crecía la inquietud por declara una fe oficial de la ciudad. El 3 de marzo de 1534 sobre los anabautistas recayó la pena de proscripción, la orden decretaba el destierro contra los extranjeros de esa fe, mientras que a los ciudadanos que tuvieran la misma creencia se les extendió un plazo de catorce días para salir.
Si abjuraban de sus creencias podrían permanecer en Estrasburgo. Los reformadores locales eran Bucero y Capito.
Los disidentes lograron ser escuchados y poco a poco comparecieron ante las autoridades. Uno de aquellos, originario del Tirol, se presentó el 16 de junio y leyó, a nombre de un grupo de anabautistas, un escrito que todavía hoy es una sacudida a la conciencia, se trata del Llamamiento a la tolerancia dirigido al Concejo Municipal de Estrasburgo.
Debemos la existencia del exhorto en castellano al erudito menonita John Howard Yoder (1927-1997), que incluyó en
Textos escogidos de la Reforma Radical (Editorial La Aurora, 1976) el escrito del jabonero Leupolt Scharnschlager. Por cierto que esta obra de Yoder está agotada desde hace varios años, y debiera reeditarse al igual que tendría que hacerse la traducción de la segunda edición (1994), en inglés, del libro más conocido y provocativo, en el mejor sentido del término, de Yoder:
The Politics of Jesus. Sigue circulando, en nuestro idioma, la traducción de la primera edición inglesa, ésta es de 1972, que publicó Ediciones Certeza con el título
Jesús y la realidad política. La segunda edición de la obra tuvo importantes adiciones y puestas al día, así como respuestas de Yoder a sus críticos.
No cabe duda de que en el ánimo de Bucero, Capito y los integrantes del Concejo pesó la estigmatización que por todas partes se hacia de los anabautistas, sobre todo a partir de la Guerra de los Campesinos (1524-1525), y uno de sus mesiánicos líderes, Thomas Müntzer. Aunque es frecuente leer que Müntzer fue anabutista, tanto el traductor del conocido también como profeta de Allstedt (Luis Duch,
Thomas Müntzer, tratados y sermones, Editorial Trotta), como el investigador menonita J. Denny Weaver (
Becoming Anabaptist, The Origin and Significance of Sixteenth-Century Anabaptism, second edition, Herald Press, 2005) coinciden en que Müntzer nunca practico ni exigió el bautismo de adultos, es decir de creyentes. De la misma manera los reformadores de Estrasburgo estaban alertas por lo sucedido en Münster, Países Bajos, donde a partir de 1531 un grupo de exaltados que desdeñaba el paidobautismo, bautismo de infantes, proclamaron que era posible instaurar el Reino de Dios en la tierra, mediante la insurrección armada.
Bucero y Capito fueron incapaces de ver las diferencias entre los anabautistas armados y los pacíficos. Aunque tal vez no haya sido incapacidad, sino rigidez mental que solamente consideraba la posibilidad de las iglesias territoriales, las de según la religión del rey así es la religión del pueblo, y veía como un peligro la diversidad de creencias cristianas. Como haya sido, lo cierto es que el escrito de Scharnschlager fue certero y dio en el corazón de la Cristiandad establecida. Para empezar el contraste era muy claro, un obrero que se enfrentaba a consumados teólogos. Este contraste no era una excepción, desde el rompimiento de los primeros anabautistas con Zwinglio, en enero de 1525, en Zurich, quedó constancia de que el de los “rebautizadotes” era un movimiento popular y que en su seno se congregaban personas sencillas que con Biblia en mano se atrevían a desafiara los doctores en teología.
Además de su raíz popular el anabautismo también fue un espacio de amplia participación para las mujeres. Quien quiera corroborarlo podrá leerlo en la carta que le escribe Anneken de Jans a su hijo (incluida en la antología de Yoder). La misiva es conmovedora y deja testimonio de que las mujeres fueron una fuerza vital en la expansión del anabautismo. Antes de ser ejecutada, el 24 de agosto de 1539, Anneken le dejó a su hijo Isaías, de 15 meses, unas palabras que evocan el libro veterotestamentario de los Proverbios: “¡Escucha hijo mío, las instrucciones de tu madre! Abre tus oídos para escuchar la palabra de mi boca. Hoy emprendo el camino de los profetas, de los apóstoles y de los mártires y bebo el cáliz que todos ellos han bebido. Emprendo el camino, decía, recorrido por Jesucristo, la Palabra eterna del Padre, llena de gracia y verdad, el pastor de las ovejas, que es por sí mismo (y no por otro) la vida”.
Leupolt inicia su alegato con la idea de que es contradictorio querer juzgar las cuestiones de la fe a través del poder de la “espada temporal”. Para ello recurre a las primeras enseñanzas de los líderes espirituales de los integrantes del Concejo: Lutero y Zwinglio, quienes inicialmente rechazaron el dominio del poder político en asuntos de fe. Luego argumenta ante las autoridades de Estrasburgo que si son cristianos, como ellos sostienen, entonces debieran poner en práctica el modelo pastoral establecido por el apóstol Pedro: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros que apacienten la grey de Cristo que está entre ellos, y que cuiden de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no como teniendo señorío sobre la herencia” (1P. 5:1). Confundir un papel con otro, o juntar los dos en un mismo cargo (autoridad política/autoridad eclesiástica), les recuerda el jabonero tirolés, conduce a trastocar indebidamente la enseñanza neotestamentaria.
Una muestra de que en los círculos anabautistas enseñaban cómo refutar a sus críticos, la tenemos cuando en la carta el trabajador refiere la existencia de dos Luteros: uno al principio de la Reforma, libertario y hasta simpatizante con la idea de bautizar solamente adultos y no infantes; otro cuando consolidó su movimiento con el apoyo de los príncipes alemanes. Scharnschlager tuvo la entereza de afirmar: “Tienen que reconocer (Lutero y los suyos) que han desobedecido a la verdad que ellos mismos enseñaban, o bien, que han sido falsos maestros o profetas”.
Consciente de la pesada carga que significaba para los anabautistas la “herencia de Thomas Müntzer”, Leupolt subraya los ánimos pacifistas de su congregación,“…meditad y considerad que yo y los míos estamos y tenemos que estar en esta posición (de defender sus creencias); pero que ni ellos ni yo tenemos la intención de conservarnos y conservar a nuestra fe con violencia o defendiéndonos, sino con paciencia y padecimientos, hasta la muerte corporal, con la fuerza de Dios, por la cual rogamos”. Su arma era la persuasión, no la fuerza armada.
Como buen polemista Leupolt estableció puntos de coincidencias con sus oponentes, y por lo mismo les trajo a la memoria que ellos sabían bien que no era posible, ni deseable, forzar a la conciencia con imposiciones. Porque si de tiranía se tratara en asuntos de fe, entonces los reformadores de Estrasburgo (y otros como ellos en otras ciudades) quedarían al arbitrio de quien tuviera el poder de su lado para normar las creencias de los demás. “Pero si la fe no hubiera de ser libre ¿habrías actuado en contra del Emperador y del Papa, suprimiendo los conventos imágenes y misas? ¿No estaríais obligados a reimplantarlos inmediatamente? En contra de eso aducís que nuestra fe no es la verdadera, que la verdadera fe es la vuestra. Yo os respondo: lo mismo os dicen a vosotros el Emperador y el Papa; os dicen que la vuestra no es la verdadera fe, que la verdadera es la de ellos. No obstante eso, vosotros no queréis pasar de la vuestra a la de ellos. Pues bien, ¿entonces por qué debemos ceder nosotros ante vosotros?” Existe una relación estrecha entre los medios y los fines, medios injustos no pueden conducir a fines justos.
Un asunto más que plantea la vigorosa carta tiene que ver con tópicos hermenéuticos. Los anabautistas creían en la Revelación progresiva de Dios, en que Cristo es la plenitud de la promesa dada por el Señor en el Antiguo Testamento. En razón de esto enarbolaron una interpretación cristológica de Las Escrituras, por lo que afirmaban sus creencias y normaban sus conductas con lo que llamaban la Ley de Cristo. Había que juzgar todas las cosas de acuerdo a la Revelación final de Dios, según el Verbo encarnado, el Cordero que fue inmolado y venció. Por lo mismo Leupolt Scharnschlager llamó a los señores del Concejo a dirimir las diferencias cristológicamente, al decirles “…no veo para vosotros nada mejor que el diligente estudio de las Escrituras, en especial el Nuevo Testamento, en lo que se refiere al poder especial, a la espada y al dominio de Cristo, del Espíritu Santo, de los cristianos y de la fe… El poder temporal está obligado a proteger a los cristianos y a los justos de lo malo, Rom. 13:4; pero no está obligado a actuar en la fe y en cosas espirituales o a perseguir o a expulsar por causa de ellas”. Estamos ante un llamado a la tolerancia, entendida como el derecho a existir de los diferentes y la función de las autoridades para normar la convivencia, o por lo menos la coexistencia, entre quienes tienen distintas creencias.
Leupolt Scharnschlager, el jabonero, y sus condiscípulos anabautistas fueron desterrados de Estrasburgo. La de ellos fue una historia de desarraigo porque, como Abraham, esperaban una ciudad “de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor” (Hebreos 11:10, NVI).
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