Hacer memoria de la Shoa, cualquiera que sea nuestra identidad, como europeos, como cristianos, como judíos, como musulmanes, es enfrentarnos con uno de los hechos de crueldad humana más sobrecogedores, en una Historia de actos crueles en la que no faltan casos atroces.
La singularidad de la calidad y de la magnitud del Holocausto tiene que ver en última instancia con la perversidad intelectual y moral del fenómeno de la judeofobia que si tiene semejanzas parciales con otros odios, no tienen parangón completo con ningún otro.
España, es verdad, no tiene un antisemitismo de corte moderno y de tipo político, como Francia con autores como
La France juive, essai d'histoire contemporaine, de Edouard Drumont. O Rusia con
El Talmud desenmascarado de J.Pranatis. De alguna manera nuestro antisemitismo histórico que culminó con la expulsión de los judíos en 1492, si bien prosiguió existiendo a través de la Inquisición y de los prejuicios contra los conversos, no ha llegado como tal hasta nuestros días. Quizá una buena razón para ello sea la escasa presencia de las comunidades judías entre nosotros.
La Historia del odio es vieja como Caín y Abel y odios contra grupos determinados siempre han existido pero son importantes las características que hace de la judeofobia un hecho único.
Es evidente la especialísima relación entre el cristianismo y el judaísmo. A fin de cuentas el cristianismo nace como una herejía del judaísmo, y el papel - según la tradición cristiana - de la Sinagoga Judía como culpable del rechazo a Cristo y de su condena, ha pesado en la conciencia colectiva de Europa como una losa de prejuicios.
No es casualidad que de todos los países en los que han residido los judíos han sido expulsados en un momento o en otro, a saber Inglaterra en 1290, Francia en 1306 y en 1394, Hungría en 1349, Austria en 1421, numerosas localidades de Alemania entre los siglos XIV y XVI, Lituania en 1445 y en 1495, España en 1492, Portugal en 1497, y Bohemia y Moravia en 1744.
Hay algo en el antisemitismo y en la judeofobia que es paradigmático de todo odio colectivo, y que se funda en última instancia en lo que el autor
León Poliakov denominaba la visión policíaca y complotista de la Historia, que encuentra en los judíos el chivo expiatorio ideal. De acuerdo con esta visión simplista y policíaca las sociedades en momentos de dificultad sufren procesos de homogeneización intensa que por reacción provocan recelo, desconfianza y odio para con aquellos que no son suficientemente iguales al “nosotros obligatorio”, en unos países esos otros que se atreven a “distinguirse” pueden ser “los jesuitas”, “los masones”, “los judíos”, “los agotes”, “los conversos”, pero ninguno como los judíos se presta a la fácil estigmatización.
Una característica de estos procesos de estigmatización de los “chivos expiatorios” suele ser el de la
sobrepercepción. Se trata de agigantar la percepción del objeto de nuestro odio para intensificar el temor y el recelo de los demás. A partir de esa fijación obsesiva en el otro se comienza a “ver” su presencia por todas partes y establecer relaciones paranoides, justificativas de todos los temores y por lo tanto de todas las violencias. La creación del miedo al otro es el primer paso para el odio y luego para la violencia.
La
Memoria de la Shoa es una obligación moral y política de nuestras democracias porque se trata de un fenómeno que nos debe vacunar contra toda
ideología del odio que está en el origen del Holocausto, a partir del cual no cabe ya ninguna inocencia y se hace precisa una permanente vigilancia.
No podemos olvidar que la judeofobia que desató el Holocausto se incubó en una sociedad europea, culta, desarrollada, de tradición cristiana, y lo hizo en medio de la absoluta pasividad o incluso con la complicidad de las Iglesias, la Universidad, los medios intelectuales y las instancias internacionales.
Uno de los primeros actos del actual
Papa Benedicto XVI fue precisamente visitar la Sinagoga de Colonia donde las palabras rituales de la Paz
¡Schalom lêchém! ; con ese gesto papal quiso poner fin simbólicamente a una larguísima historia de recelos y odios teológicos que han sido uno de los factores cruciales del antisemitismo europeo recordando y confirmando la importancia de las declaraciones del Concilio Vaticano II en relación con el judaísmo ( Cfr Declaración
Nostra aetate) que deploró
”los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de que han sido objeto los judíos de cualquier tiempo y por parte de cualquier persona”.
Durante siglos la sola presencia de las sinagogas judías era un recordatorio de que el pueblo judío había despreciado a Jesús y le negaba su condición de Mesías, reduciéndolo en todo caso a un exaltado más de los muchos que se proclamaron mesías a lo largo de la Historia de Israel.
Se explican así los muchos documentos papales que a lo largo de la Historia han estigmatizado a los judíos, a saber:
Etsi non displiceat (1205, Inocencio III) requiere del rey terminar con las "maldades" de los judíos;
In generali concilio (1218, Honorio III) exige que los judíos usen ropa especial;
Si vera sunt (1239) resultó en la frecuente quema de libros sagrados judíos;
Vineam Soreth (1278, Nicolás III) establecía la selección de hombres capacitados para predicar el cristianismo a los judíos;
Sancta mater ecclesia (1584, Gregorio XIII) exigía a los judíos de Roma enviar cada sábado cien hombres y cincuenta mujeres para escuchar sermones conversionistas en la iglesia;
Cum nimis absurdum (1555, Pablo IV) limitaba las actividades de los judíos y prohibía su contacto con los cristianos;
Hebraeorum gens (1569, Pío) acusaba a los judíos de magia y otros males, y ordenaba su expulsión de casi todos los territorios papales;
Vices eius nos (1577, Gregorio XIII) demandaba que los judíos de Roma y otros estados papales enviaran delegaciones a la iglesia.
Vivimos hoy en un mundo globalizado pero no por ello inmune a las viejas ideologías del odio y del prejuicio, de ahí la importancia de mantener viva la Memoria de uno de los grandes horrores de la Historia para evitar que con otras banderas, con otras consignas, al servicio de otros fanatismos se reproduzcan los viejos crímenes.
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