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Migración: perspectiva cultural y poética

Globalización, migración y género en la Biblia (V)

Parece que el término exilio le agrega un matiz diferente al de migraciones. Un exiliado no es lo mismo que un migrante, pues existe un componente político o cultural que no se aplica necesariamente al segundo, dominado más por una escala de valores relacionada con el trabajo físico. El exiliado, casi siempre, es un disidente que emigra para salvar su vida y hacer valer sus derechos o su protesta e
GLOBALIZACIóN AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 21 DE ENERO DE 2006 23:00 h

De este modo aparece una clase de exilio peculiar en el libro de Daniel, un relato situado a posteriori en los años del exilio babilónico: el personaje principal es un intelectual protegido por los captores del imperio, pues no se trata de alguien que fue a realizar trabajos forzados. Esta manera de analizar las cosas ha propiciado la idealización del exilio, pues siguiendo nuevamente a García Canclini, tal parece que al acercarnos a estos asuntos, nos movemos entre “los espectáculos de la globalización y los melodramas de la interculturalidad”:
Las tensiones entre globalización e interculturalidad pueden ser concebidas como una relación entre épica y melodrama. Las escisiones que hoy separan a las ciencxias sociales ocurren, en gran medida, entre quienes buscan armar relatos épicos con los logros de la globalización (la economía, cierta parte de la sociología y la comunicación) y los que construyen narraciones melodramáticas con las fisuras, las violencias y los dolores de la interculturalidad (la antropología, el psicoanálisis, la estética). Cuando los primeros admiten, en los márgenes de su relato, los dramas interculturales, como si fueran resistencias a la globalización, aseguran en seguida que el avance de la historia y el paso de las generaciones las irá eliminando. Para los segundos, las tenaces diferencias y las incompatibilidades entre culturas mostrarían el carácter parcial de los procesos globalizadores, o su fracaso, o los nuevos desplazamientos que engendra su unificación apurada del mundo, poco atenta a lo que distingue y separa. En años recientes algunos narradores de la globalización y algunos defensores de las diferencias locales y subjetivas empiezan a escuchar a los otros: más allá de la preocupación por contar una épica o un drama interesa entender qué acontece cuando ambos movimientos coexisten.
La hipótesis es que las cifras de los censos migratorios, de la circulación planetaria de inversiones y las estadísticas del consumo adquieren más sentido cuando se cargan con las narrativas de la heterogeneidad. En las estructuras, reaparecen los sujetos. A la inversa, los relatos enunciados por actores locales dicen más si nos preguntamos cómo hablan, a través de los dramas particulares, los grandes movimientos de la globalización y los discursos colectivos que establecen las reglas actuales de la producción y las modas del consumo. (1)


Desde la trinchera simbólica o cultural, como bien enseña el sociólogo argentino, muchas de las posturas dogmáticas se relativizan y moderan. Si no, cómo entender que el destierro haya producido obras como el Ulises, de James Joyce, o Cien años de soledad. Sin migraciones o exilios, jamás hubieran existido, como las conocemos hoy las figuras de León Felipe, Salman Rushdie o V.S. Naipaul. Los asombros, revelaciones o sorpresas que nos depara el encuentro con esos híbridos de la literatura, para no mencionar otras artes, pueden ser mayúsculos.

Muñiz-Huberman explica, por su parte, que el exilio “es forma histórica vigente desde la antigüedad hasta nuestros días. El exilio es forma literaria, es forma imaginada y es forma de la memoria. Es evidente que parte de una realidad, pero de inmediato corta su relación con lo real y pasa a ser asunto de ficción. La única manera de sobrevivir para el exiliado es haciendo uso y práctica de los procesos mentales internos” (2) Más adelante, aventura una teoría gradual e histórico-mitológica del exilio:
El primer exilio bíblico [...] será el único de orden divino: definitivo e irreversible. La tragedia radica en la pérdida de la inmortalidad y en el olvido del conocimiento [...]
El primer exilio ocurre en una dimensión atemporal: mientras el hombre pertenecía al ámbito divino era inmortal y no conocía el tiempo ni sentía la necesidad de medirlo [...] Surgen, así, las genealogías y se establece el orden cronológico.
El segundo exilio es de orden temporal, decretado por hombres contra hombres. Es el exilio histórico. El exilio que condena a la separación del ámbito geográfico propio [...] De igual modo, fuerza la memoria, reescribe la historia y reincidde en la experiencia [...]
En ambos casos, el hombre se interroga y trata de explicar y de entender el sentido del exilio. Tres procesos mentales: el imaginativo, el recreativo y el memorativo pasan a ser el sustrato indispensable a partir del cual se forja la calidad de exiliado (3)


Entre nosotros vive un poeta que ha paladeado el exilio a manos llenas y ha extraído de él frutos dolorosos a lo largo de una vida aderezada por la estancia en múltiples ciudades. En algunos de sus libros, al lado de los años de rigor, aparece una retahíla de nombres de ciudades, por ejemplo, en Comentarios, dice: Roma, Madrid, París, Zürich, Ginebra, Calella de la Costa, 1978-1979. Siguiendo la máxima de José Ángel Valente, “El acto creador supone un movimiento exílico, una retracción, una distancia y, en la praxis humana, una retirada de los honores y, ciertamente, del territorio impuro del poder”, ha producido una obra intensa y extensa, casi toda escrita en el exilio. Ahora ha decidido quedarse a vivir en México.
París, Ginebra, Roma, Calella de la Costa, Madrid, Zürich y finalmente México, son los puntos geográficos del itinerario forzado de una poesía que ha transfigurado el dolor como tarea ineludible, obligando al idioma a personalizarse mediante una experimentación radical que algunos no han tenido más remedio crítico que explicar por el sustrato caucásico de su autor. Nada más errado y fácil porque el propio Gelman reconoce cómo bebió en Vallejo sus dos atmósferas y, aunque no lo hubiera dicho, ellas han salido a la luz porque no tienen de otra. La indagación lingüística y la mirada preocupada por el destino de la sociedad se han trenzado sin estorbarse, pues al contrario, al no ceder a las tentaciones de uno y otro terreno, esta poesía levanta aún más vuelo sin nunca despegarse del piso. [...]
El exilio, en esta poesía no es sólo un tópico, es el lugar desde donde se escribe. Es posible afirmar que desde sus primeros libros escritos en Buenos Aires, el tono exílico ya traía su marca de origen, pues el pasado familiar, aunque no descrito con pelos y señales, ya cobraba sus cuentas en esos poemas. Así, habría que hablar de un doble exilio, consecuente con lo señalado líneas arriba: el histórico, implícito en lo lingüístico, y el existencial, tan explícito en el compromiso político de otras épocas y en el tránsito de país en país. Por eso hay que reprocharle a Elena Tamargo no haberse sumergido en estas aguas en su libro Juan Gelman: poesía de la sombra de la memoria (Universidad Iberoamericana, 2000), aun cuando ése era aparentemente su propósito, y divagar en una teorización intrascendente. Cuando se decide a hablar de Gelman, encuentra la veta mística de esta poesía:

Gelman reconoce el valor de la lengua desde otra experiencia más, la mística; tiene en el exilio su encuentro de fondo con la cultura judía. Relee a los místicos, San Juan de la Cruz y Santa Teresa, sobre todo, obsedidos por la presencia ausente de lo amado, y esto lo conduce a la Cábala, donde reconoce su propia visión exiliar de la vida. Los cabalistas se preguntan si acaso el hombre no está exiliado sobre la tierra, y en esa indagación de sí mismo, a través del fundamento de lo hebreo, encuentra la idea extraordinaria que suscribe, en Isaac Luria [siglo XVI, Safed, Palestina], acerca de que el gran exiliado es Dios, porque se retira de sí mismo para dar espacio a su creación.


La voz gelmaniana no sólo habla desde la obviedad territorial del destierro (o transtierro), sino que discute y pelea, metapoéticamente, con él. Acaso el poeta pensó que para esto era necesario escribir en prosa, divagar sin concesiones sobre su condición y hacer de la dolor (como ha transgredido tantas veces la gramática) un interlocutor visible, con todas sus aristas, desde la evocación de sucesos y personas, hasta el diálogo nostálgico con ese fantasma posmoderno, la patria (“Es justo que la extrañe. Porque siempre nos quisimos así: ella pidiendo más de mí, yo de ella, dolidos ambos del dolor que uno al otro hacía, y fuertes del amor que nos tenemos”), como amada inmóvil omnipresente en el penssamiento y en la vida. Ingrata y todo, pero matria al fin, amada siempre: “Te amo, patria, y me amás. En ese amor quemamos imperfecciones, vidas”. Y aunque ella tiene nombre de hijos, nieta, amigos y compañeros, no se funde con ellos, sigue allí, imperturbable como motivo del dolor transfigurado. [...]

La ajenidad, vivida desde la raíz en tierra extraña, se experimenta, también, al compararla con la tierra propia. Ésta es única, aquélla apenas brinda ocasión para saborear la alteridad. Por eso ahora que Gelman ha hecho público su deseo de terminar sus días en México, no queda más que agradecer que siga siendo el canal por el cual la poesía ha alcanzado tonos y énfasis universales —por humanos— desde esta parte del mundo que, por lo que se ve, no logra encontrar la brújula que marque su destino propio. La poesía, con todo, sin ser un consuelo barato ni mucho menos, es un asidero en espera de tiempos más favorables. Si alguien ha refutado a Adorno sobre la posibilidad de escribir poesía después de las catástrofes humanas, ése es Juan Gelman.(4)

CONCLUSIÓN
¿Qué globalización merecemos? ¿Qué consecuencias asumiremos?

Merecemos la que reaccione y se mida con ella en términos de identidad fuerte, convicciones sólidas y deseo de hacer historia. Las migraciones seguirán, las hibridaciones también. Los géneros cada vez experimentarán una mayor igualdad porque de ello, entre otras cosas, depende la sobrevivencia humana. El AT enseña que siempre ha habido recambios históricos, migraciones geográficas y espirituales y que los proyectos hegemónicos basados en la fuerza, la raza o el género, están condenados a ser socavados por las fuerzas subterráneas que, gracias a Dios, nunca desaparecen, sino que vienen a la superficie con un vigor siempre renovado.


Con este quinto artículo finaliza la serie sobre globalización realizada por L. Cervantes-Ortiz



(1) N. García Canclini, op. cit., pp. 34-35. Énfasis agregado.
(2) A. Muñiz-Huberman, op. cit., pp. 65-66.
(3) Ibid, pp. 66-67.
(4) L.Cervantes-Ortiz., “El dolor transfigurado”, en elpoemaseminal 45, 23 de junio, 2004, en www.geocities.com/series_de_suenos/poesia.htm



Artículos anteriores de esta serie:
Globalización, Biblia y teología
Abraham y Sara en Egipto
Rut, la migrante
El Dios que acompaña a los migrantes
 

 


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