Ron Heagy podría estar hoy ocupando titulares de periódicos hablando sobre grandes gestas en la liga de futbol americano de los Estados Unidos (tenía que jugar en la Universidad de Oregón y ya se habían fijado en él los Dallas Cowboys), pero un trágico accidente pocos días antes de cumplir los 18 años lo sentenció a esa silla, a no tener nada de movilidad de cuello para abajo.
Ron (acompañado de sus padres, su mujer Kelli y su hija Gracie Lee) ha estado unas semanas de gira por Europa, como Bruce Springsteen o Bob Dylan, con un mensaje igual de crudo y directo, pero con la música de la Palabra de Dios.
En un intenso, frío y lluvioso fin de semana de noviembre, Ron habló en el Caixa Fórum y en el encuentro cristiano Jovenevan, ambos en Barcelona, y en las iglesias evangélicas Unida, de Terrassa, y Creu Alta, de Sabadell. “Muchas personas se despiertan y no son tan felices”, continúa Ron unos segundos después de haber conseguido que las miradas que recibe, algunas cercanas a sentimientos primarios como la lástima y la compasión, se hayan transformado en complicidad.
Su historia es ahora la tuya. Y su tetraplegia, pronto va tomando la forma de cualquiera de nuestras propias limitaciones, físicas, emocionales, mentales, espirituales. “Alguien me despierta, me lava los dientes, me peina, me afeita y me viste, porque no puedo ni sentir mi cuerpo”. Ron insiste en su evidente limitación física, extrema, a priori insoportable, pero rápidamente lanza la pelota a nuestro campo: “¿Cómo puedes escoger ser feliz con tantos problemas? Tu y yo somos los dueños de las actitudes, pero Jesús nos puede ayudar a tener la mejor de las actitudes. No importan las circunstancias, el pasado, nada.”
Escuchar a Ron, no equivale a asistir a una ración semanal de testimonio. El suyo, rebosa fe y actitud ante una de las pruebas más difíciles que puede afrontar una persona, la de prácticamente renunciar a su cuerpo. Ron no reivindica locales adaptados o subvenciones. Ron, plantea la necesidad de cambiar vidas una por una, como hizo él: “Hablo a mucha gente joven y veo caras sin esperanza, los líderes del mañana. No tienen esperanza. Y miran a los adultos y piden esperanza. Es cuando empiezas a resolver problemas, cuando confías en Dios en los momentos difíciles. En ese momento, más jóvenes querrán conocer a Jesús. Aunque a veces, ven gente que no viven a Jesús. Si Él está un tu corazón, la felicidad se debe reflejar en tu rostro.”. Su punch es un directo a la mandíbula, sin concesiones, mientras la quietud de su cuerpo contrasta con el pícaro rastreo que hace con los ojos, buscando miradas, provocando, consiguiéndolo.
¿SOIS FELICES?¿Sois felices? Si conocéis a Jesús, hay vida”, forman su ideario en seis palabras, su sentencia definitiva, su invitación a abrir la Biblia y ampliarlas con esas 7.500 promesas que respiran sus finas páginas. La Biblia de Ron, yace en su regazo, al lado de sus grandes manos, inertes, suaves y pálidas como la cera. En ella, suele centrarse en el texto de Mateo 14:22, en el que Jesús invitó a los discípulos a subir a la barca y salir al agua. “Agua, viento, tambaleo y ellos, tuvieron miedo”, apunta Ron, pero miedo ¿de qué?. No había motivo, ya que Jesús estaba en la orilla. “¿Por qué nosotros, entonces, tenemos miedo?”, cuestiona Ron. Y sólo hay una respuesta: “Quizá porque nos hemos alejado de Jesús”, porque él, quizá esté a varios quilómetros de las orillas de nuestras vidas.
Siguiendo con el paralelismo del texto de Mateo, Ron pregunta cuál es nuestra tormenta: “¿Parálisis, divorcio, muerte,..? ¿La miráis, dejáis que os arrastre? Yo no miro hacia abajo, miro hacia arriba”. Él mismo, explica como Jesús le invitó a salir del barco, del confort que nos puede llegar a rodear y admite que aunque se sienta más seguro en el bote, hay que salir: “Eso, es la fe”
Ron, cuenta como lleva 25 años en una silla de ruedas, una situación más chocante aún en alguien que solía correr, jugar a fútbol americano y “tener un cuerpazo con músculos”, dice con una amplia sonrisa. “Pero no era feliz. Mi alma estaba vacía, y soy más feliz ahora. Prefiero estar aquí, en la silla, con una fe en Jesús, que no tener músculos y fe en mi mismo”.
Sus palabras, pueden sonar a eslógan, a campaña premeditada, pero son sinceras y directas de un corazón entregado a Dios, sin obstáculos, sin filtros, sin condiciones. No le incomoda recordar el día en que todo cambió, el de su accidente, el que truncó una prometedora carrera deportiva pero que legó al mundo un orador capaz de captar la atención de miles de personas.
ERA UNA MAÑANA MARAVILLOSA
Ron, explica que era una mañana “maravillosa” en el sur de California, en plenas vacaciones, en una jornada perfecta para practicar surf, en la que docenas de bañistas desafiaban las olas con sus tablas. Cuando se lanzó al agua, se estrelló contra el fondo y los huesos de su cuello se quebraron, su médula espinal se cortó “y en un instante ya no podía sentir nada”. Intentó moverse, pero era imposible, cuando lanzó un ruego angustioso: “Dios, dame otra oportunidad”. Y Dios, “hizo un milagro”. El hermano de Ron, Mike de tan sólo 13 años, tomaba el sol en la cálida arena, pero rápidamente tuvo la sensación que algo no íba bien. Se incorporó y preguntó por Ron, inquieto. “Dios le dijo: ve y salva la vida a tu hermano”. Y aunque Ron pesaba el doble que él, sacó fuerzas de la nada para llevarle a la orilla.
El primer sentimiento que le vino a Ron a la cabeza fue que nunca le había dicho a Mike que le amaba. “Solemos pensar que tendremos un mañana, pero cada día es todo lo que tenemos”, argumenta Ron en su invitación a no rendirnos, a mantenernos activos día a día, con la mirada puesta en los nuestros pero, sobre todo, en Dios. Ron, tiene claro que si se despierta mañana, será un motivo de gratitud “porque tendré un día extra”. Dios no quiso que él muriera, “quería usarme para ir por todo el mundo y ver su trabajo”. Cuando ve a jóvenes deprimidos, que quieren suicidarse, les habla, les provoca, les reta, les demuestra como se puede vivir incluso con una gran limitación física como la suya.
Después del accidente, Ron se encontró en una fría cama de hospital, con máquinas que le mantenían con vida. No sabía qué clase de planes podía tener Dios para él y se rebelaba ante la perspectiva de quedarse para siempre en una silla de ruedas. “Un día, me di cuenta que no iba a recuperarme. Y no quería tener fe, era demasiado duro. La Biblia dice que no se nos va a dar una carga que no podamos llevar. Yo ya era salvo, era creyente, pero necesitaba volverme a salvar de mi actitud incorrecta”, comenta. Una noche, Ron sentía que no podía más. Lloraba amárgamente y le decía a Dios que quería morir, cuando oyó una voz que le llamaba por su nombre. Tuvo miedo, ya que nadie había entrado en la habitación, pero se dio cuenta que la voz era la de su vecino Jimmy, un chiquillo de ocho años al que un coche le había atropellado y le había dejado un severo daño cerebral que le impedía hablar. “Me dijo: Ron, te quiero”, unas palabras que, definitivamente, “cambiaron mi actitud”.
AL SALIR DEL HOSPITALAl salir del hospital, Ron decidió continuar, mirar hacia arriba, intentar nuevas cosas y no centrarse en las que no podía hacer. Aprendió a escribir con la boca, fue a la universidad, “aunque me decían que no lo iba a conseguir”, graduándose en la facultad de trabajo social de San Diego y consiguiendo un máster “con un bolígrafo entre mis dientes”. Descubriendo incluso una oculta faceta artística, Ron, a instancia de su madre, empezó a pintar cuadros al óleo, aunque la obra de la que se siente más orgulloso es de su hija, Gracie Lee, nacida de su esposa Kelli a pesar de que los médicos le habían dicho que él nunca podría tener hijos. “No les creí y tuve fe. La fe de un grano de mostaza, puede mover montañas”, y hoy “tengo una hija, Gracie, gracia de Dios. Es mi niña. Si hubiera acabado con mi vida, como cuenta la película
Mar adentro , ella no estaría hoy aquí. Ella, tenía que nacer”. Ron, alude al film de Alejandro Amenábar, en el que narra la historia real de Ramón Sampedro, que en una situación muy similar a la suya, decidió acabar con su vida. Ron, no juzga para nada a Sampedro, no critica el paso que dio, y tan sólo lo contrapone a su decisión, la de vivir, la de transmitir un mensaje de vida a los demás, la de conseguir que ese pequeño personajillo llamado Gracie le haga sonreir mientras le aparta el micrófono de la cara. “Tengo una vida maravillosa, y estoy agradecido por tener una segunda oportunidad”.
Ron cuenta también como una vez, antes del accidente, vio a un joven en una silla de ruedas y pensó que eso debía ser terrible, que sería preferible morir. Varios años después, Ron habla con seguridad, con una firmeza poco habitual y nos recuerda como la Biblia nos dice que “en mi debilidad, demuestro mi poder”. Y añade: “Jesús, pide que tengamos fe en él para tener una vida abundante. Paralizado también puedo vivirla. Él no dijo que no podíamos tener vida abundante con problemas. Todos tenemos problemas y quizá estamos en una silla de ruedas emocional. No mostramos nuestras limitaciones a los demás; las mías, pueden enseñar a tener fe y a confiar en Dios con todo el corazón”. Dios, ha usado a Ron en su debilidad y lo ha convertido en un cristiano real, en alguien capaz de “reírse de los problemas a la cara”.
EN TERRASSADurante la presentación de Ron antes de su intervención en la iglesia Unida de Terrassa, su pastor, Andreu Dionís, le definió como alguien capaz de hablar “de libertad desde una silla de ruedas, desde la enfermedad y desde las limitaciones que todos tenemos”. Para Dionís, Ron “nos anima, nos estimula a crecer, nos da un mensaje de esperanza, de motivación, de inspiración”, y nos regala “razones para no abandonar jamás”. En el prólogo del libro de Ron
Actitud ante la vida, Joni Eareckson Tada (todo un referente en el trabajo cristiano entre personas con discapacidad y que también se mueve en una silla de ruedas), expone que cuando conoció a Ron pensó que “no podemos evitar vernos en él. No digo que queramos su silla de ruedas, sino su disposición de ánimo”. Joni tiene claro que la actitud de Ron ante la vida es todo un reto para otros creyentes, pero, especialmente para los que no lo son: “El mundo, se ve obligado a tragarse el orgullo y poner cara de asombro ante la tenaz confianza de Ron en Dios. O está loco, o existe un Dios viviente detrás de su dolor”.
Ese joven runner que devoraba yardas enfundado en su casco y su inseparable número 33 a la espalda; ese chico que desafió el oleaje nacido de la gran inmensidad azul del mar mientras nubes blancas de algodón le recordaban que estaba en el paraíso; ese atleta que tuvo que ser salvado por los brazos delgaduchos de su joven hermano; esa persona que, violentamente, descubrió que debía vivir de una forma muy diferente, es hoy un ejemplo de coraje, capaz de mirar fijamente a ojos incrédulos que tienden a centrarse en la aparatosidad de su silla de ruedas y retarles a no rendirse, a respirar con ganas fuera del agua, a ser sal y luz en el mundo, a vivir, a tomar a Jesús de la mano, con fuerza.
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