El libro de Carlos Mondragón González,
Leudar la masa: el pensamiento social de los protestantes en América Latina, 1920-1950 (Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2005), es una muy acertada investigación que da cuenta de los proyectos y tareas realizadas por un grupo de protestantes para diseminar sus ideas en los medios educativos y de opinión desde México hasta Argentina. El volumen se gestó, en parte, en las reuniones de trabajo e informales que su autor tuvo con otros integrantes del Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano, que él y otros colegas conformamos hace unos años. Es de subrayar el exitoso esfuerzo de Mondragón por hacer a un lado los lugares comunes que sobre el protestantismo se siguen reproduciendo en muchos centros académicos (“es la lanza de penetración del imperialismo norteamericano”), para en su lugar comprender el fenómeno en su lógica interna, documentarlo incansablemente y resumirlo con el fin de que lo(a)s lectores tengan una imagen más realista de los motivos que llevaron a un pequeño grupo de intelectuales evangélicos a defender sus creencias y proponer soluciones a la problemática social latinoamericana.
Una premisa metodológica que singulariza la investigación de Carlos Mondragón es que tiene presente la necesidad de adentrarse en las creencias religiosas de un grupo cuando la identidad primaria de ese grupo es religiosa. Parece una obviedad, pero no lo es, sobre todo cuando conocemos infinidad de estudios sobre el protestantismo que todo lo quieren explicar por intereses políticos y económicos, y relegan lo propiamente religioso a un segundo plano. Fueron las convicciones teológicas (la Biblia como autoridad en asuntos de fe y conducta) las que condicionaron la pedagogía protestante y su inserción en la sociedad, afirmando algunos rasgos de la misma pero también buscando su cambio y renovación. A menudo los investigadores sociales que
no tienen
creencias religiosas proyectan a su objeto de estudio su incredulidad y concluyen que las motivaciones religiosas son una máscara, detrás de la cual necesaria y obligatoriamente se hallan las verdaderas razones que mueven a un grupo hacia determinada conducta. Como ya lo dijimos, no es el caso de
Leudar la masa, ya que estudia con sensibilidad el
ethos que identifica a los actores protestantes investigados.
El protestantismo del que se ocupa la obra de Mondragón González, el segmento de su liderazgo intelectual que escribió libros y fundó diversas publicaciones periódicas, refleja bien la convicción que tuvo por impulsar la educación en todos sus niveles, desde la alfabetización hasta los estudios universitarios. Por eso fue que abrieron escuelas, y muchas de ellas fueron la opción educativa a la que recurrieron liberales que no querían que sus hijo(a)s se formaran en colegios controlados por el clero católico. Este fue el caso en Perú, donde el misionero escocés presbiteriano, Juan A. Mackay, fundó en 1916 el Colegio Anglo-Peruano, hoy San Andrés, que vino a ser un centro escolar libre del dominio católico y donde impartieron clases Víctor Raúl Haya de la Torre, Luis Alberto Sánchez y otros posteriores fundadores de la Alianza Popular y Revolucionaria Americana (APRA). Incluso el marxista José Carlos Mariátegui matriculó a su hijo mayor en este Colegio. El misionero, por carta fechada el 6 de marzo de 1929, le hizo saber a Mariátegui del interés con el que iba a leer
Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, obra del pensador de izquierda en la que un capítulo está dedicado al problema religioso.
Mucha de la actividad literaria de los intelectuales protestantes, cuidadosamente estudiados por Carlos Mondragón, estuvo dedicada a una tarea apologética: demostrar que el protestantismo era una propuesta benéfica para América Latina, que no se trataba de
anglosajonizar a nuestros países. Por ello rescataron lo que denominó el chihuahuense Alberto Rembao (1895-1962) la vertiente latina del protestantismo. En su peculiar estilo, grandilocuente y elegante, Rembao elabora en
Discurso a la nación evangélica (1949), una reivindicación del protestantismo en Latinoamérica, deja bien clarificada su identidad y tareas a desarrollar en nuestras tierras. Respecto a los orígenes sajones del protestantismo, Rembao hizo una aguda observación, que bien vale la pena rescatar en estos días, cuando se sigue señalando a los evangélicos latinoamericanos que son enemigos de las culturas latinas: “Hay en el protestantismo un común denominador de cultura laica y libertad democrática que lo ‘desajoniza', que lo hace universal; porque de verdad es universal; porque florece primero entre sajones por motivos accidentales; bien pudo haber surgido en España, y estuvo a punto de hacerlo a través de los místicos del Siglo de Oro cuyo espíritu fue sabiamente sofocado por la Contrarreforma de Ignacio de Loyola en el Concilio de Trento. El protestantismo es, antes que todo, espíritu: espíritu que se exprime de acuerdo con los vasos particulares que lo contienen”.
La otra gran tarea fue mostrar que los anteriores esfuerzos por traer el Evangelio a Latinoamérica quedaron truncados y/o distorsionados por la teología y el clericalismo católico romano, que predicaron un Cristo que provocaba lástima y muy alejado del verbo encarnado del que hablan los Evangelios. En este sentido es de agradecerse a Mondragón la sección de su libro dedicada a examinar lo que denomina “El Cristo de los protestantes”. Frente al Cristo inerme y sangrante presentado por el catolicismo, tenemos, por ejemplo, la cristología de dos intelectuales evangélicos mexicanos. La del metodista Gonzalo Báez-Camargo, quien reunió en un libro (
Las manos de Cristo, 1950) varios de sus artículos publicados en el diario
Excelsior, escritos en los que subrayó el origen social de Jesús: “fue un trabajador manual oprimido por un imperio extranjero y no un burgués o miembro de las clases privilegiadas”. Por su parte Rembao, en 1939, de manera casi poética escribió: “Para mí me tengo que cuando Jesús armó caballeros a los miles de hambrientos y leprosos y mugrientos que lo escuchaban, y al mentar al ‘hombre' en sus parábolas, no estaba hablando filosóficamente: creo que no se refería al género humano, sino que a los hombres específicos que por delante tenía; ni creo que tuviera en mente, ni a los acomodados, ni a los ‘honrados comerciantes', ni a los ‘distinguidos profesionistas', ni a los ‘destacados ciudadanos' del pueblo o región. Jesús les estaba hablando a los pobres, y no más que a los pobres”. La encarnación descrita en el primer capítulo del Evangelio de Juan, Alberto Rembao la sintetiza así: “Porque he aquí que ha llegado en forma multiforme; en carne de los oprimidos y en hueso de los explotados”.
Desde la perspectiva de los pensadores, escritores y personajes comprometidos en comunidades de fe estudiados por Carlos Mondragón, se trataba de poner en manos del pueblo la Biblia para que con su lectura descubriera al Jesús de los Evangelios. La cuestión iba más allá de un mensaje espiritual, incluía una ética que se desprendía de ese mensaje, y que debía evidenciarse en ciudadano(a)s responsables, más educados, capaces de examinar por sí mismos todas las cosas, en una sociedad democrática y más justa. Esa fue su utopía, de la que brillantemente da cuenta el autor del libro.
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