CUATRO SONETOS SOBRE LA MUERTE
Juan Solé
Quevedo tiene treinta y tres años cuando envía el "Heráclito cristiano", al que pertenecen estos sonetos, a su tía Dña. Margarita de Espinosa. Una edad en la que las cimas altaneras de los entusiasmos juveniles han registrado ya las primeras heladas. El prólogo que dedica AL LECTOR es revelador de esta verdad. Dice así: "Lector, tú que me has oído lo que he cantado y lo que me dictó el apetito, la pasión, o la naturaleza, oye ahora con oído más puro, lo que me hace decir el sentimiento verdadero y arrepentimiento de todo lo demás que he hecho; que esto lloro porque así me lo dicta el conocimiento y la conciencia, y esas otras cosas canté porque me lo persuadió la edad". (El título de la obra citada se completa con "Segunda arpa a imitación de David").
Salmo XVI
Ven ya, miedo de fuertes y de sabios:
irá el alma indignada con gemido
debajo de las sombras, y el olvido
beberán por demás mis secos labios.
Por tal manera Curios, Decios, Fabios
fueron: por tal ha de ir cuanto ha nacido;
si quieres ser a alguno bienvenido,
trae con mi vida fin a mis agravios.
Esta lágrima ardiente con que miro
el negro cerco que rodea a mis ojos,
naturaleza es, no sentimiento.
Con el aire primero este suspiro
empecé, y hoy le acaban mis enojos,
porque me deba todo al monumento.
Salmo XVII
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo, vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos:
mi báculo, más corvo y menos fuerte,
vencida de la edad sentí mi espada.
Y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
Salmo XVIII
Todo tras sí lo lleva el año breve
de la vida mortal, burlando el brío
al acero valiente, al mármol frío,
que contra el Tiempo su dureza atreve.
Antes que sepa andar el pie, se mueve
camino de la muerte, donde envío
mi vida oscura: pobre y turbio río
que negro mar con altas ondas bebe.
Todo corto momento es paso largo
que doy, a mi pesar, en tal jornada,
pues, parado y durmiendo, siempre aguijo.
Breve suspiro, y último, y amargo,
es la muerte, forzosa y heredada:
mas si es ley, y no pena, ¿qué me aflijo?
Salmo XIX
¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría!,
pues con callado pie todo lo igualas!
Feroz, de tierra el débil muro escalas,
en quien lozana juventud se fía;
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo, sin mirar las alas.
¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte!
¡Que no puedo querer vivir mañana
sin la pensión de procurar mi muerte!
Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.
“Aquel Jesús…, participó también de carne y sangre (humanidad) para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo, Y LIBRAR A LOS QUE POR EL TEMOR DE LA MUERTE ESTABAN POR TODA LA VIDA SUJETOS A SERVIDUMBRE” (Ep. a los Hebreos 3:14 y 15).
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