¿Qué crees cuando dices creo en...?

La Reforma supuso un acercamiento a la Verdad, eso implicaba la remoción de las estructuras pedagógicas al servicio del poder eclesiástico y político.

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Que Lutero, y otros, lo primero que procurasen fuese la destrucción del modelo escolástico, con sus interminables pasos que nunca llegaban a ningún sitio, es representativo del nuevo tiempo. (Precisamente Lutero cuando lo de las tesis que le dieron alcance mundial, había presentado unas propuestas contra el modelo escolástico, que era lo que él pensaba que traería resultados, remitido a la autoridad eclesiástica… Esperó, y esperó, y al final tuvo el silencio, y, sin embargo, las tesis sobre las indulgencias, tema menor, se convirtieron en huracán.)

Los documentos de enseñanzas, los catecismos de la Reforma, suponen, en sus inicios el proyecto común de conocer la Verdad, sin fantasías y especulaciones traicioneras. Ya ha quedado estudiado que quien en mayor fuerza sostuvo el modelo fue Juan Calvino, con su influencia sobre otros catecismos. (Del suyo en Ginebra se hicieron dos traducciones al castellano en su tiempo.)

Eran documentos que buscan la libertad, no la obediencia. Esto puede parecer chocante, y lo es si se toma el derrotero que siguieron los propios modelos protestantes en siglos posteriores. Lo que en principio se propuso para conocer la Verdad (de la Escritura, evidentemente) y de ese modo ser libres, y esto desde la primera infancia, para de ese modo poder obedecer como gentes libres, y así glorificar a Dios cada uno en su vocación, rompía con el modelo papal de reconocimiento de la jerarquía y su seguimiento en procesión intelectual y física.

Creo que en muchos casos el campo protestante, en sus diversidades, se tornó al mismo camino. Y los catecismos y documentos de enseñanza para los jóvenes se convirtieron en manuales de conducta según el molde de la iglesia de turno. Hoy eso es lo común. No se busca el conocimiento que libera, sino la sujeción para obedecer la tradición de turno.

Aquí en Sevilla se produjo un ejemplo notable, lo que demuestra que no era una copia de otro sitio, sino fruto de la Escritura y la obra del Espíritu, como estaba ocurriendo en Europa. Constantino de la Fuente, en su conocida Doctrina Cristiana (la menor), destinada a ser catecismo para niños y jóvenes, y adultos que lo necesitasen, lo que era normal en ese tiempo, propone la exposición de la Verdad en formato de un diálogo, y es el niño que tiene que contestar las preguntas (Ambrosio), quien realmente enseña la doctrina, el que conoce, cuyo Maestro es el mismo Espíritu. Eso suponía la destrucción de todo el modelo escolástico del papado. Y es la negación de todo el modelo evangélico de sumisión al modelo papal.

(Acude tú a una iglesia evangélica, y propón que vas a trabajar para que los chiquillos, los jóvenes sean libres, no para que se sometan a una obediencia determinada. Y que luego, cada cual que sirva lo mejor posible según su vocación, que no puede estar sometida a un manual, y te echan antes de llegar.)

Incluso en su presentación se ocupa de este sistema un documento de referencia protestante, el Catecismo de Heidelberg, al proponer las preguntas con ese modelo de buscar el significado, ¿Qué crees cuando dices creo en Dios Padre…? Por ejemplo. Que es la manera adecuada que se busca en todas las preguntas, se digan como sea.

En estas semanas se ha escuchado a cada paso algo así en relación con la Navidad. Buscar su “verdadero” significado. Es un asunto complejo. Seguro que para un musulmán la pregunta significa una cosa, o varias. Incluso en el plano más prosaico, para un trabajador/a de un centro comercial, seguro que la palabra tiene un significado muy diferente al que le pueden atribuir unos estudiantes esperando vacaciones. Lo pongo solo como ejemplo.

Una de las palabras más comunes en la cristiandad es la muerte de Cristo. Y es un terreno común donde apreciar la escuela diversa desde donde decirla o recibir su significado. Es algo que se dice en todas partes, y seguro que con significados muy diversos.

Lo más común es reconocerla desde su sonido humano. Un resto escogido por gracia la pronuncia o la recibe como expresión de que Cristo sufrió nuestro castigo, que realmente en su condición humana soportó el infierno, y que no quedó postrado en esa muerte porque como Dios la venció.

Ese resto, esa comunidad escogida por gracia, también confiesa que es tal la obra del Redentor, que no hay palabras humanas para describirla, pero que la recibimos y confesamos con la palabra de la Palabra, de la Escritura. Para nosotros, la muerte de Cristo es la muerte de todas las doctrinas humanas de salvación, incluida la que se excusa en referirla con sus propósitos humanos.

Un ejemplo. Existe una película sobre la pasión de Cristo, donde, con imágenes espectaculares, se muestra la situación física, humana, de ese suceso, según los autores, con una imagen humana, y nada más. Para nosotros, la muerte de Cristo no es eso. Y el “evangelio” que representa tal muerte, no es el nuestro. Para nosotros, para mí, es otro evangelio.

El significado de la muerte del Redentor, solo lo puede comunicar el Espíritu Santo. Y eso lo deja todo en sus manos. Y eso para nosotros no supone un problema. No se nos quita nada con ese proceder, al contrario, se nos da lo necesario. Sin esa obra no tendríamos los frutos de la obra del Redentor.

Cuando la muerte de Cristo se presenta en su sentimiento humano, no es extraño que luego sigan muchos ayudando en tal sufrimiento. Especial lugar se le ha ofrecido a la María del papado, traspasada por el mayor dolor, con todas las advocaciones habidas y quizás por haber alguna más. El sufrimiento humano,  el evangelio del sentimiento de los azotes, la exposición de la pasión desde el ojo humano, ha producido la aberración de la comunión de satisfacciones entre las de Cristo y de los santos, depósito común que la iglesia de lo humano distribuye a su mejor antojo.

Nosotros, en nuestro grupito, creemos que cuando se dice y confesamos, que nuestros pecados han sido perdonados en la muerte de Cristo, eso significa que ya no tenemos esos pecados, que son suyos y los pagó perfectamente. Y esto no podemos explicarlo, solo creerlo y confesarlo, con la Palabra. Cuando decimos y confesamos que el castigo de nuestra paz fue sobre Él, pues decimos y confesamos eso mismo, que nuestra paz es tan cierta como su muerte. Que aquello no fue algo humano, sino que allí estaba el Dios eterno juzgando, castigando y salvando. Y todo se consumó. Nada quedó sin el cumplimiento perfecto del decreto eterno que lo había ordenado. Eso no es el evangelio de sufrimientos humanos, ni de invitaciones a Cristo a que se siente a nuestra mesa, o cosas piadosas semejantes.

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Él nos llevó en la cruz, y es el que nos ha sentado con Él en lugares celestiales. Todo es suyo. Eso entendemos que es el verdadero significado de la muerte de Cristo.

El año que terminamos es el tiempo de nuestra redención en esa muerte. El que iniciamos, es el tiempo de nuestra redención. Con Él muertos, con El enterrados, con Él resucitados, con él glorificados. Ya no hay condenación para los que estamos en Cristo, que ya no andamos por lo sentimientos de la carne, sino por el poder del Espíritu.

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