Esdras: Un pacto lamentable

Esta conversación viene de unas consideraciones que recalqué en algún sermón hace unas semanas, sobre los falsos maestros (que siempre son muchos, y con apariencia falsa), y la diferencia necesaria con personas que simplemente están (como todos podemos estar en aspectos) equivocadas en algo que dicen o hacen.

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Nuestro buen Pedro, que avisa sobre los falsos maestros, es ejemplo de que siendo un fiel maestro, en algún caso se desvió gravemente en el error, mira la bronca que le metió Pablo en Antioquía.

A ello se le juntó lo del templo calificado por nuestro Redentor como cueva de ladrones. Si miramos un poco, realmente cuatro siglos atrás, podemos ya atisbar algo de ese mal. Y a ello vamos.

Es regla normal el que en la Escritura encontremos simplemente narraciones de hechos, no mandamientos expresos del Señor. Tal es lo que vemos en lo que quiero mostrar.

Regresado el pueblo de la cautividad de Babilonia, con las circunstancias que doy por suficientemente conocidas, nos encontramos con un episodio que, en mi opinión, se le ha pegado mucha confusión.

Para algunos, incluso es un modelo de conducta a seguir, vaya, como un camino de justicia y santidad. En mi caso, pienso que es un episodio modelo de grave error, con consecuencias muy destructivas, aunque realizado por gente creyente y con buena intención.

Ya reconstruida de nuevo la adoración ritual, y con Jerusalén arreglada, tenemos a Esdras reflexionando, y actuando, en compañía de otros.

Este Esdras, escriba versado en la Ley y estatutos del Dios de su pueblo, vino con otros, trayendo carta del mandatario pagano, bajo cuya autoridad se encontraban, en la que disponía lo necesario para la nueva situación religiosa en Jerusalén. Que sea una subvención estatal de un estado pagano e idólatra la que sostenga la nueva situación, ya apunta maneras. No se olvide.

Cierto que Esdras “había preparado su corazón para inquirir en la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos”. Y trae “copia de la carta que dio el rey Artajerjes al sacerdote Esdras, escriba versado en los mandamientos de Jehová y en sus estatutos a Israel”.

Y se ordenaba “que todo lo que se requiere para la casa de tu Dios, que te sea necesario dar, lo darás de la casa de los tesoros del rey”. Subvención y apoyo económico pagano, no pasa nada, pero que no se olvide.

“Y por mí [sigue la carta], Artajerjes rey, es dada orden a todos los tesoreros que están al otro lado del río, que todo lo que os pida el sacerdote Esdras, escriba de la ley del Dios del cielo, se le conceda prontamente”. Un buen pico. “Hasta cien talentos de plata, cien coros de trigo, cien batos de vino, y cien batos de aceite; y sal sin medida”.

“Y a vosotros os hacemos saber que a todos los sacerdotes y levitas, cantores, porteros, sirvientes del templo y ministros de la casa de Dios, ninguno podrá imponerles tributo, contribución ni renta”.

¡Vaya, parece que, además de las murallas de la ciudad, están levantando una de las que, con la Palabra, nos dice Lutero, que se derriban! Esto, además, es orden y estatuto de una autoridad pagana, no se olvide.

“Y tú, Esdras, conforme a la sabiduría que tienes de tu Dios, pon jueces y gobernadores que gobiernen a todo el pueblo que está al otro lado del río, a todos los que conocen las leyes de tu Dios; y al que no las conoce, le enseñarás. Y cualquiera que no cumpliere la ley de tu Dios, y la ley del rey, sea juzgado prontamente, sea a muerte, a destierro, a pena de multa, o prisión”.

Eso se puede leer como mejor se quiera, pero tiene muy, muy, mala pinta. Se está construyendo un modelo de la ley de Dios, y la del rey, como lazo de justicia. Se está construyendo un modelo político y religioso moldeado por el paganismo. El judaísmo está levantando su templo y su ciudad sagrada, con dinero y leyes que, cuando menos, no pintan nada bien.

El citado Esdras pone manos a la obra. Y traen todo lo recaudado a Jerusalén, y hacen fiesta. “Los hijos de la cautividad, los que habían venido del cautiverio, ofrecieron holocaustos al Dios de Israel, doce becerros por todo Israel, noventa y seis carneros, setenta y siete corderos, y doce machos cabríos por expiación, todo en holocausto a Jehová.

Y entregaron los despachos del rey a sus sátrapas y capitanes del otro lado del río, los cuales ayudaron al pueblo y a la casa de Dios”. Ya está dicho: no se olvide.

Ahora resulta que este Esdras se entera de algo que para él parece que es nuevo. Había judíos que tomaron mujeres no judías, y tenían con ellas descendencia. ¿Cómo es que no sabía de esto?, no sabemos.

Al conocer el asunto se puso realmente malo, triste, y confesó el pecado que era evidente. Oraba, hacía confesión y lloraba. (Esto de llorar es algo que puede ocurrir con gente muy diversa.

Pasa con los pasos de Sevilla; el propio Ignacio muestra sus lágrimas, y las reclama…) Pero el hombre realmente está triste. Podemos pedir que hubiera llorado antes, pues el caso era antiguo, pero pasó lo que pasó.

Y ahora viene lo del título de la conversación. Esdras decide, con orientación de otro y apoyo de algunos, hacer un pacto nuevo. Porque de eso se trata, no pretende afirmar el antiguo, el que Dios hizo con sus padres al sacarlos de Egipto. Tampoco se menciona el de Abraham. Es un nuevo pacto. Que tampoco se acuerdan de lo que dijo Jeremías sobre un pacto de la conversión, y que Pablo usa para Cristo.

No, Ahora van a cumplir la Ley. Sus padres fracasaron, pero ellos lo harán mejor. Esto pinta muy mal. Y ¿qué hacen? ¿En qué consiste su pacto? Que, por cierto, el Dios con quien lo hacen no dice nada de nada. Guarda silencio. Y eso es muy elocuente cuando ocurre.

Estará callado, sin palabra profética, durante cuatro siglos, hasta la alegría de Simeón y Ana. (Y esto lo tenemos recogido en su Palabra, como este libro de Esdras, donde se explica la formación del pueblo judaico con el que no se hablará durante tanto tiempo. Lo deja a sus caminos.)

Van a mostrar su poder. El que han recibido del poder pagano, no se olvide. Se dice que estaba muy triste, pero “hicieron pregonar en Judá y en Jerusalén que todos los hijos del cautiverio se reuniesen en Jerusalén; y el que no viniera dentro de tres días, conforme al acuerdo de los príncipes y de los ancianos, perdiese toda su hacienda, y el tal fuese excluido de la congregación de los del cautiverio”.

¿Y qué tenían que hacer? Pues echar a sus mujeres no judías y a sus hijos, que eran también suyos. Y esto hicieron, con un formato ridículo, bajo la lluvia y sin aclararse mucho.

Esto no hay manera de arreglarlo. Esto es un desastre. Una miseria social y religiosa. Si quieren ser fieles, pues ya no se casen con no judías en el futuro, pero romper la familia que ya estaba, con gusto de todos, en la tierra, eso no es de recibo. ¿Quién les dijo que era santo echar a sus hijos, hijos del pacto, que deberían estar circuncidados los varones? Esto no hay manera de arreglarlo. No. Es una impiedad.

Y encima, con pintura de santidad. Han edificado la casa de Dios con injusticia, no han atendido al menesteroso, al extranjero. Estos son los que luego diezmarán la menta y el comino, dejando la misericordia.

Que Esdras (y Nehemías y otros) lloraron sinceramente, seguro. Que quisieron hacer bien las cosas, seguro. Que demostraron el desastre de las obras de nuestras manos cuando hacen nuestros criterios, sin la obediencia correcta a su Palabra, seguro.

Que el Señor nos libre de nuestros caminos. Solo en Él tenemos seguridad y perseverancia. Nadie nos puede separar de su amor, ni nosotros mismos con nuestras torpezas. Él edifica a su Iglesia, como ha ordenado desde la eternidad. Esto es nuestro cántico y nuestra victoria.

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