A imagen y semejanza del diablo

“Sois de vuestro padre el diablo” (Juan 8:38c).

Antes de que nos pongamos a la defensiva, sería conveniente considerar lo que caracteriza a una persona que tiene la imagen y semejanza del diablo, ¿no os parece?

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Puede que no tenga nada que ver con vosotros, pero con otros sí. Y no me refiero a satanistas o gente que está involucrada en el ocultismo o algo semejante.

Algunos pueden ser muy respetables pero esconder su verdadera identidad en el interior al mismo tiempo. Insisto, y que nadie piense que no tiene que ver con esas cosas porque todos partimos de ese mismo principio:

“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:1-3).

¿Te identificas como una persona que obedece a Dios y su Palabra? ¿Obedeces el Evangelio? Por mucho que uno lo oculte o afirme lo contrario, ¿te caracteriza “la obediencia a la fe {…} por amor de su nombre” (Romanos 1:6)?

El mensaje de salvación te ha llegado “por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe” (Romanos 16:26).

Si no conoces el mensaje o si ignoras o desobedeces la Palabra de Dios, sigues en el bando del Diablo, y formas parte de su simiente (Génesis 3:15b) por muy buena persona que seas.

Cuidado porque Colosenses 3:6b te avisa de que “la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia”. Y si crees que exagero, recuerda que Cristo regresará “para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (1ª Tesalonicenses 1:8).

Son palabras mayores. Y si empiezas a sentir el nudo en la garganta porque conoces tu verdadera condición ante Dios, en vez de atacar al que confronta con palabras que buscan tu bien, acude al Señor y Salvador que te puede librar de tu condición. Se llama Jesucristo.

Y si decides acudir en fe a Él, deja atrás el pecado (2ª Timoteo 2:19) y en sumisión sincera a Dios, anda “como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1:10-14).

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