Frutos de una fe sin obras

¿A qué obras se refiere Santiago cuando dice que la fe sin obras está muerta?

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Pues a lo que es propio de la fe y contrario a las obras, tal como, por ejemplo, Pablo las explica. Una fe sin las obras de la carne, seguro que es muy buena. Una fe sin lo que sale del corazón del hombre, seguro que es muy buena, como la de Abraham, Rahab, etc.

Una fe sin la enemistad de la mente haciendo malas obras, seguro que es de la buena, la que dice Santiago, y Pedro, y Juan, y Pablo...

Cuando alguien te presenta no gustar, no tocar, no comer, no casarse, y otras doctrinas de demonios, que se dice en la Escritura que tales cosas no tienen poder con el pecado, esas obras, esa conducta, demuestran una fe falsa, vacía, una fe muerta. Pues se espera que nadie pretenda la burrada de mostrar una fe “viva”, por medio de tales obras pecaminosas, de muerte.

Que las obras perfeccionan la fe, como dice Santiago, es evidente. Esas obras no pueden ser pecados. Son los elementos propios de la fe. No se trata de añadir. Fíjate en el diablo, ¿qué obras le propuso a Cristo?

En la iglesia antigua, muchos, y luego en el florecer de la Reforma, muchos también, rechinaban los dientes ante la predicación de la gracia. Como aquellos escribas y doctores de la Ley. Para ellos ya está decidido: Toda planta que no plantó mi Padre, será desarraigada.

Esas plantas que serán desarraigadas, están arraigadas por sus méritos en el ámbito del pueblo externo, lo que se llama la iglesia visible. Incluso alguno era intachable, un tal Saulo. Esas obras son basura. “Producen” una justicia engañosa, incluso usando la Ley de Dios. Otras veces, las más, con las tradiciones de los hombres.

La Ley, sin la fe que justifica con la justicia del Cristo, es tradición para los hombres, para Dios su Palabra con la que condena al que no tiene la fe.

Las obras de la fe, que le son propias, no son actos aparte de ella misma, no pertenecen a un código. Mira los ejemplos: Abraham, Rahab la ramera… no tienen un código, sino la fe que los mueve. No actúan porque así demostrarán su fe, sino de forma natural con lo propio de la fe.

Realmente, por lo que puede verse, algunos promotores de la necesidad de las obras y no sólo la fe, lo que buscan es producir muchos Saulos.

¿No sería Pablo en su cumplimiento intachable el ejemplo a seguir como modelo supremo? Pues su fe era una fe muerta, porque él tenía creencias. Cuando vio, por la fe recibida, la naturaleza de sus obras, comprendió que ellas y él estaban muertos.

El gran problema de los que no pueden ver la fe sola, con sus elementos (sus obras propias), es que no tienen fe. Su reclamación de obras es una consecuencia de su fe muerta, que no tiene las obras de la fe.

Es decir, no tienen la comprensión de la fe (en la misericordia de Dios, puede que la hayan recibido, que esté en ellos, pero medio adormecida), la explican y predican muerta, como si fuera el modo más vivo. (Pregunta a cualquiera que goza de las supersticiones del papado.) Estos son los que dice la Biblia que sus obras se queman, son hojarasca, aunque ellos son salvos sin esas obras.

Estas desviaciones, por supuesto en el papado con su multiforme modalidad de obras, se infiltraron en el campo de la Reforma. Ejemplo notable es el contexto previo a Dordt (1618-19).

Algún trabajo reciente (John V. Fesko, Arminius and the Reformed Tradition, 2022) ha puesto la cosa de relieve. Para mostrar lo que hubo, y para demostrar lo que hay, pues le han dicho de todo por su exposición de Arminio.

Aunque allí se ha tomado como lo fundamental la doctrina de la predestinación, y es así por los cinco puntos que propuso el partido remonstrante, el caso previo, el sustrato, lo presentó Arminio, que ya había muerto una década antes, con su planteamiento de la fe, de la justificación.

Ese fue el problema de fondo. Con un lenguaje no siempre claro, propuso que la justicia obtenida por Cristo no podía ser imputada a las personas concretas. Y sacó una ciencia o modelo intermedio, en el que jugaba papel fundamental la fe.

Sus seguidores enseñaron, con escritos y discusiones públicas, que la fe estaba en quien no había resistida la primera gracia ofrecida. Y esa fe, con las obras que producía al recibir las gracias subsiguientes, era la que recibía la imputación de la justicia de Cristo (por supuesto, sin mezclas humanas).

Que esto era algo que llevaba a Roma, pues fue algo advertido por los reformados en esos lugares. No se trataba de simple modo de lenguaje, sino de fundamentos de la fe.

Al pretender hacer una “fe viva” con sus obras, la hacían una fe muerta sin las obras propias de la fe. La vaciaban de su contenido, y la reconvertían en simple medio de gracia para uso del pecador, no en instrumento de Dios para traer la justicia de Cristo al pecador. Ese no era el Evangelio de la salvación. Ese evangelio carecía del poder de la fe, pues se la había privado de su, o sus, obras.

La sutileza siguió, aunque bien demostrada, hasta hoy. Se propuso que la obediencia a la Ley era imposible, que nunca se cumplía perfectamente. Bien. Pero que ahora se había dispuesto por Dios una vía media, otra mediación, que era la obediencia a la fe, al Evangelio, o a Cristo.

Y esta, aunque tampoco perfecta, sí vale para lograr toda la justicia de la Ley. A esta obediencia se le imputaba la justicia lograda por Cristo.

Que esto lleva a Roma, pues no hay mucho que discutir. Solo con quitar algunas imágenes, se tiene el mismo evangelio. Eso pasa hoy.

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