El burladero del anonimato permite, tolera y alienta sin ninguna penalización todas las condenas indiscriminadas que emitimos.
“También les contó esta parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo? El discípulo no es superior a su maestro, pero todo el que haya completado su aprendizaje será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo y no le das importancia a la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame sacarte la astilla del ojo”, cuando tú mismo no te das cuenta de la viga en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano”. Lc. 6:39-42.
“El que se fija en los defectos del otro, los ataca en su propia persona”. (José María Castillo).
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La del ciego es una parábola irónica. Jesús se dirige a los arrogantes y altivos de todos los tiempos que jamás reconocen sus limitaciones. Estas figuras narcisistas y egocéntricas que parecen no haber roto un plato en su vida, son un verdadero peligro para la comunidad. Sobre todo, porque miran a los demás en clave de desprecio y superioridad, siendo tan ciegos como aquellos a quienes quieren guiar. La paja y la viga configuran la historia de un mundo en el que se emplean distintas medidas para juzgarse a sí mismo y para juzgar a los demás. Siempre los hay “más papistas que el Papa”. El problema es que el discípulo no es MÁS que su Maestro, porque su tarea y su posición aparecen claramente delimitadas, más allá de los sueños inconfesados de notoriedad, grandeza y justicia propia.
Vivimos en un mundo en el que los juicios rápidos y sumarísimos se encuentran a la orden del día. Las redes sociales nos permiten opinar sobre todo y sobre todos, porque el burladero del anonimato permite, tolera y alienta sin ninguna penalización todas las condenas indiscriminadas que emitimos. Con una información mínima, añadimos lo que sabemos a lo que imaginamos y nos sentimos empoderados para destruir la imagen del prójimo sin problemas de conciencia. Sale gratis. Luego, en las relaciones interpersonales aplicamos los mismos criterios, sin apercibirnos de que la fraternidad no se construye desde el juicio indiscriminado de los otros, sino a partir de una precisa y cuidadosa mirada acogedora, sincera y no prejuiciada.
Decía San Agustín: “Procurad encarnar las virtudes que creéis que faltan en vuestros hermanos y ya no veréis sus defectos porque no los tendréis vosotros”. A menudo, no vemos las cosas como son, sino que vemos las cosas como somos. No tenemos conflictos con los demás solo por cómo son ellos, sino también por cómo somos nosotros y por la medida que usamos para valorarles. El problema es que, con frecuencia, vamos por la vida ciegos de nosotros mismos, pero sin percatarnos de esa ceguera. Y eso nos lleva a etiquetar a los demás cosificándoles a partir de miradas superficiales, miopes y distorsionadas. Eso explica los gestos perdonavidas, las actitudes chulescas y las palabras paternalistas que tantas veces utilizamos con los otros sin ni siquiera apercibirnos de ello; unas formas que reflejan la falta de empatía y comprensión hacia la realidad de los demás. Dice un dicho africano: “Nadie puede entender al otro sin conocer el tigre que lo persigue”.
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Las palabras de Jesús quebrantan nuestras seguridades y descubren toda nuestra desnudez: “… ¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? … Hipócrita, saca primero la viga que está en tu propio ojo y entonces verás bien para quitar la paja que está en el ojo de tu hermano”. ¿Hipócritas? Sí, lo somos actuando así. Porque solo quien está entrenado desde la humildad, la mansedumbre y la sensibilidad espiritual para quitar la viga de su propia mirada, posee el discernimiento para librar el ojo del hermano de la paja molesta. Pero eso solo puede hacerlo aquel que, desde la dependencia del Espíritu, es capaz de practicar cada día de su vida con el espejo y no con la lupa. Soli Deo Gloria.
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