Era imposible convivir con Samuel sin sentir la acogida y el calor de la fraternidad cristiana en términos de igualdad desde el primer instante.
Conocí a Samuel Escobar en el año 1990. Por aquel entonces estaba residiendo en Madrid, donde había llegado desde Pensilvania para defender su tesis doctoral, tarea que tuvo que posponer durante años por razones que no vienen al caso. Como su hija Lily vivía en Valencia, sus visitas a nuestra ciudad eran frecuentes. En una de ellas, a través de un amigo común, tuvimos ocasión de encontrarnos por primera vez en una entretenida y agradable tarea lúdica, que Samuel solía recodarme a menudo: un paseo en barca por la Albufera.
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Muchos años antes, en mis tiempos de estudiante de teología, había tenido ocasión de familiarizarme con escritos suyos en la revista “Certeza” y otras sobre temas acerca de los cuales no hablaban apenas los cristianos, como por ejemplo: La economía, la política, la justicia social y la inculturación de la misión cristiana. Los artículos y los libros de Samuel Escobar, René Padilla y Pedro Arana, sobre todo, me ayudaron a extender el horizonte de mi pensamiento teológico, tan limitado en aquel entonces. Pero, por encima de todo, me permitieron comprender y aprender que el único modo de creer y vivir la fe cristiana con relevancia, era crear un terreno común para dialogar con los paradigmas socioculturales políticos y religiosos en cada época de la historia.
Hacia el año 2000, luego de su jubilación, Samuel aterrizó en Valencia para establecer aquí su residencia, junto con su muy querida y recordada esposa Lily. Pero fue a partir del año 2008, cuando la iglesia evangélica bautista de Quart me eligió como pastor, que tuve ocasión de entablar con él una relación de maestro a discípulo, a la vez que de amistad profunda. Porque, a pesar de su destacada formación académica, docente y misionera, y de ser una figura conocida y respetada en todo el mundo, era imposible convivir con Samuel sin sentir la acogida y el calor de la fraternidad cristiana en términos de igualdad desde el primer instante.
Aprovechando su capacidad expositiva y su experiencia pedagógica durante tantos años, decidí “explotarle” en el púlpito para que colaborase juntamente conmigo en la tarea de predicación y formación de la iglesia, actividad que se extendió durante bastantes años. Consecuencia de esa iniciativa, que nos llevó a exponer varios libros de la Biblia a lo largo del tiempo, nacieron tres libros: “Santiago: La fe viva que impulsa a la misión”, “Efesios: Vivir contracorriente” y “Proverbios: Vidas en construcción”, este último junto con una querida hermana de la iglesia de Quart: Lola Sánchez. El contenido de estas obras, de carácter marcadamente pastoral, fue la transcripción de las predicaciones, que acomodamos dándoles estilo literario. Nuestro público objetivo era universal porque, más que teología académica, nuestra intención fue siempre escribir en clave de una teología popular que fuera capaz de aterrizar en las necesidades del pueblo, sin menoscabo de la profundidad bíblica y teológica que pretendíamos imprimir a nuestros escritos.
La sincronización de este proyecto fue larga y cuidadosa para poder ofrecer un producto final digno. Pero en los muchos encuentros de “mesa y mantel” que tuvimos para acabar de poner en negro sobre blanco todo el contenido, tenía ante mí un extraordinario maestro, humilde, sencillo, capaz, y con una versatilidad que hacían agradables y fáciles las tertulias teológicas necesarias para dar forma a los libros. Nuestro nivel de acuerdo fue casi total mientras fermentaban las ideas finales. Así, por la gracia de Dios, pudimos escribir los tres libros cuyos beneficios (como hago con todos mis libros) los dedicamos a obras solidarias.
Durante muchos años, tuvimos ocasión de reunirnos para comer frecuentemente. Esos encuentros eran para él un oasis de paz y disfrute, en medio del dolor por la ausencia de su querida Lily. Y lo fueron también para mí, que guardaba y recordaba ese tiempo como un tesoro. Precisamente allí, en torno a la mesa, entre diálogos teológicos profundos, risas y conversaciones intrascendentes, fuimos profundizando una amistad entrañable que perduró a lo largo de los años.
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Samuel pasó a la presencia del Señor a la edad de 90 años. Como todos los creyentes, tuvo sus defectos y sus virtudes, sus luces y sus sombras. Pero la grandeza de su sencillez y su extraordinario legado como persona, esposo, padre, abuelo, misionero, docente y escritor perdurará en el tiempo para beneficio del pueblo de Dios. Soli Deo Gloria.
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