He vuelto a caer

Nos guste o no, seguro que te encuentras entre aquellos que reconocen sinceramente que, por mucho que desean ser casos ejemplares de santidad, que no lo consiguen. Más de uno hasta puede dudar de su salvación porque ha vuelto a caer. ¿Cómo puedes llamarte creyente y pecar?

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Si estoy metiendo el dedo en la llaga, es con la intención de infundir ánimo. Si una persona sigue como si nada, eso demuestra que no ha sido redimid@ porque no ha habido una conversión auténtica. Se siente bien con su pecado. Pero si te dueles con la batalla de Romanos 7, y si te entran dudas en cuanto a tu propia salvación, presta atención:

Puede pasar. Tras haber cometido adulterio y asesinato, eso es lo que le pasó al rey David:

“No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente” (Salmo 51:11-12).

Nota que David dice que ha perdido el gozo de la salvación, no la salvación. Y el caso es que los creyentes también pecan:

“Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12).

“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros {...} Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1ª Juan 1:8 y 10).

Así pues, si Cristo es tu único y suficiente Salvador porque confías solo en Él, y si te has arrepentido, no tienes que temer haber perdido la salvación. Lo que pasa es que pierdes intimidad con Dios, no tu salvación. Y eso es lo que hay que restaurar. Tienes una relación personal con Dios, no una religión. Esa relación está afectada por tu pecado pero no has perdido la salvación porque la salvación es de Dios por medio de la fe. ¿Tienes fe en Cristo? Disfrutas de salvación. Bien. Ahora, a restaurar la relación. ¿Cómo hacerlo?

Lee el versículo que nos saltamos de 1ª Juan, a saber, 1ª Juan 1:19 pues:

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.

No quieres la salvación meramente. También deseas esa intimidad con el Salvador y la palabra clave es “confesión”. Eso restaura todo cuando hay arrepentimiento y fe verdaderos.

¿Puedo escuchar tus pensamientos diciendo que no conozco tu caso en particular y que no tienes remedio?

Si crees que cometer adulterio y asesinato rebasa los límites y que en esos casos no hay remedio, lee lo que Dijo David cuando confesó su pecado:

“Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Dios no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño. Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano. Selah. Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Dios; y tú perdonaste la maldad de mi pecado. Selah. Por esto orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado; ciertamente en la inundación de muchas aguas no llegarán éstas a él. Tú eres mi refugio; me guardarás de la angustia; con cánticos de liberación me rodearás. Selah” (Salmo 32:1-7).

Por eso leemos que David era un varón conforme al corazón de Dios (1º Samuel 13:14). Increíble pero cierto. Mira la respuesta a la confesión de David en el siguiente versículo del Salmo 32:

“Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos” (Salmo 32:8).

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Y eso estamos haciendo con el presente escrito: Te doy a entender que hay que confesar el pecado y apartarse del mal. Y la promesa es que Dios fijará sus ojos sobre ti y se habrá restablecido la relación:

“Los ojos de Dios están sobre los justos,

Y atentos sus oídos al clamor de ellos” (Salmo 34:15).