Su mamá biológica la amó porque le regaló la vida y porque, aunque renunció a su tutela, le dio la oportunidad de ver los amaneceres.
Los primeros que la sostuvieron en sus brazos la llamaron Camelia, fue su bautismo de hospital. En mi casa tuvo varios nombres distintos, Meli fue el primero, en forma de diminutivo cariñoso, de otros muchos que le adjudicamos.
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La Pepe (la bebé) este fue el bautismo de la lengua de trapo de mi hija menor, que por entonces contaba con apenas un año. Después, cuando fue adoptaba, recibió su nombre definitivo, pero para todos ella siempre significó amor ilimitado.
Su mamá biológica la amó porque le regaló la vida y porque, aunque renunció a su tutela, le dio la oportunidad de ver los amaneceres, de ser una hija deseada en una familia que la cuidaría, la educaría y la amaría hasta el final.
Para mí, fue la primera de otras niñas de acogida, fue nuestro bautismo como familia acogedora, y fue tan querida como mis dos hijas nacidas de mí, aunque yo la tendría que entregar a su familia definitiva.
Nunca le faltó su abrazo de buenos días y su besito de buenas noches, la caricia cuando lloraba, el afecto y la ternura, ah, y el biberón cuando tocaba.
La amaron con locura sus padres adoptivos, que fueron unos padres de verdad. Al entregarla en sus brazos mis emociones me golpearon fuerte. Un nudo de amor se atoró en mi garganta y unas lágrimas prófugas se deslizaron por mis mejillas.
Era amor, puro amor. De esto han pasado más de 20 años, y nuestra Meli, la Pepe ya crecida, hecha mujer se casó, formó su propia familia. Nunca perdimos el contacto. Fotos, mensajes, comidas y encuentros a lo largo de los años nos mantuvieron unidas.
Ahora que nuestra ‘hija’ compartida se independizó, la mamá de nuestro ‘trocito de amor’ no quedó conforme con su nido vacío, hoy ella se ha convertido en madre de acogida también.
Y todo gracias a una, para mí, extraordinaria mujer, anónima, a quien nunca conoceré, que no sucumbió a su sufrimiento y acabó con una vida, sino que le dio la oportunidad de nacer y la entregó en adopción. Y este es el bautismo en amor que sigue venciendo al temor.
En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor… Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. - 1 Jn 4:18-19.
Porque aunque mi padre y mi madre me hayan abandonado, el Señor me recogerá. – Sal 27:10. (LBLA)
Mati Sanchiz Rodríguez
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