No lo pensamos dos veces cuando una persona nos dice algo. Pero cuando Dios afirma algo ¿le creemos?
Recuerdo el subir al Teide en Tenerife en una ocasión. Cuando entramos en el teleférico, teníamos manga corta ya que estábamos disfrutando del calorcito en las Islas Canarias, pero cuando salimos del teleférico unos cuantos metros más arriba, con agrado me hubiera puesto un anorak.
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En la cabina del teleférico, algunos afirmaban que el paisaje era muy bonito y que se veía todo diminuto allí abajo… Mientras tanto, yo estaba pensando en que bastantes personas se habían metido en un habitáculo metálico colgado de un cable y sin pensarlo dos veces… Solo bastó que la secretaria dijera que era seguro y todos pa dentro.
“Si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios; porque este es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1ª Juan 5:9-12).
No lo pensamos dos veces cuando una persona nos dice algo. Vamos y lo hacemos incluso si eso implica meterse en una lata pendida de un hilo. Pero cuando Dios afirma algo, no le creemos.
Pues el Apóstol Juan afirma “Si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios”.
La secretaria nos invitó a subir a la cima del Teide pero Cristo nos invita a subir a los cielos con Él y aunque Él mismo nos anima a creer lo que dice, no depositamos nuestra fe en Él:
“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:1-3).
Eso es lo que dijo Cristo poco antes de morir por los pecadores para concederles la entrada libre por medio de la fe al Cielo. Pagó el precio de la entrada con Su preciosa sangre y nos invita a subir, no a una cima, sino al Cielo para disfrutar de la vida eterna en Su compañía.
Los hay que son incrédulos porque creen que la obra en la Cruz no fue suficiente y quieren agregarle buenas obras o el purgatorio para completar lo que Cristo dijo que ya había logrado por los pecadores arrepentidos que confían en Él. Los hay que son incrédulos porque oyen que les anuncian que el que no tiene a Cristo no tiene la vida eterna y pasan de largo ya que no creen que eso sea cierto. Si creyeran que es cierto, me gustaría pensar que no son lo suficientemente insensatos como para decidir voluntariamente acabar en el otro destino reservado a los pecadores impenitentes que rechazaron en su día la oferta de redención que les ofreció el Salvador.
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