Para Lutero esa urgencia significaba entonces la demolición del poder papal, pues su permanencia suponía la continua corrupción del cristianismo.
Sin pretenderlo, estas conversaciones sobre la necesidad de reformar la Iglesia se van a encontrar con la fecha de precisamente la celebración de la Reforma. Asunto de laberinto, porque, aparte de la más o menos comodidad que se tenga con la celebración, cada uno en el recuerdo pone lo que le conviene de su presente, y en muchos casos nada tiene eso que ver con la Reforma. Se ha usado la fecha como artilugio cultural para llegar a las autoridades políticas, que con ello se llega sin más al lenguaje políticamente correcto, y todos contentos con la foto. (Por supuesto, no estoy en contra de celebrar un día de la Reforma, con honestidad histórica.)
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Me venía este asunto porque, cuando pensamos en el documento de Calvino, siempre conviene destacar que ya se está en otro tiempo, con el espacio ocupado por los reformadores y las iglesias reformadas formando una comunidad no sólo religiosa, sino también política, a la que tiene que atender el emperador. En esa está en 1544. Luego viene la lucha contra esas comunidades, el concilio, etc. Pero de momento, eso está ahí.
Calvino menciona muchas veces a Lutero (me parece que más que luego en todos sus escritos), pero eso tiene que ver precisamente con la situación, pues son los príncipes luteranos dentro del imperio los que el emperador debería tener en cuenta. Y a ellos también va dirigida la petición/exhortación.
Queda claro que el autor tiene claro el dibujo con los males y los remedios, siempre en la medida de una medida relativa, temporal, que hay que seguir produciendo. Esta es la cuestión para nosotros hoy. En qué medida vemos si acaso un mal o la necesidad de cambios. Y si es así, ¿qué medios y quién debe usarlos?
No estará de más recordar que el día de la Reforma, que recuerda cuando se pusieron aquellas tesis para discutir, fue un día en el que nadie pretendía reformar nada. Decir que aquél día Lutero se enfrentó contra el papa o el papado, y que con sus propuestas propuso la reforma protestante, es un puro anacronismo. Lutero no tuvo en cuenta para nada la situación de la cristiandad. No era su problema. Pues en ella se encontraba, como si fuese un espacio natural, que pensaba no había que cambiarlo. Su problema era él, y no tenía reforma posible.
Él mismo explica, cuando podía sacar pecho y presumir de ese día, y habrá que echarle cuenta si él lo dice, que con aquellas tesis de discusión sobre las indulgencias, no pretendía nada en contra de ellas, tal como las dispuso la cristiandad, sino contra un mal uso, escandaloso, de las mismas en un espacio concreto. Aquel uso abusivo y escandaloso de indulgencias estaba desplazando las obras de caridad, más eficaces para el cristiano. Un poco chocante sí parece, pues parece que Lutero ese día estaba proponiendo la importancia de las obras frente a la “gracia” de las indulgencias. (Gracia, que era la obra de la administradora de los méritos de Cristo y de los santos, la jerarquía papal, con el papa a la cabeza. Esto sigue tal cual.)
Lo que vino luego sorprendió al propio Lutero, que esperaba que el papa estuviera contento con él por buscar el uso adecuado de las indulgencias que iban, según su criterio, en favor de la propia iglesia papal. En vez de un buen vino de agradecimiento, le vino una buena bronca por parte del papa, y eso puso las cosas en su sitio. Así Lutero se vio como siervo de Cristo, y el papa como siervo del anticristo, y Lutero asumió que tenía que derribarlo. Eso sí es ya la Reforma Protestante. (Que no sé yo si alguien dice eso ante las autoridades de turno.) El propio Melanchthon explica esos sucesos dentro del plan de Dios para preservar a su pueblo, y en esos medios aparece la figura, ahora sí, de alguien que cambiará aspectos importantes de la cristiandad. A Lutero, se podría decir, la Reforma se le vino encima.
No es esta la situación que este documento de Calvino refleja. La Reforma de la que hay necesidad imperiosa, sin que haya excusa para no meterse en ella, ya tiene un recorrido y un espacio visible. Cuando Lutero vio, habló sin temor. Al comprender la naturaleza del papado, solo vio la solución de su derribo, y a ello se dedicó. Eso no ocurrió “el día de la Reforma”, pero ese día vino por los acontecimientos posteriores, que dejaron patente la condición del papado. Esa disposición de obediencia sin dilación, esa urgencia, esa necesidad ineludible de reforma, significaba entonces la demolición del poder papal, pues su permanencia suponía la continua corrupción del cristianismo. Se mantendría sólo a costa de la verdad, pureza y santidad del cristianismo. Una cosa y la otra eran incompatibles. No había dudas, había que actuar. O en un sitio o en el otro, pero a muerte.
Por eso Calvino sostiene la necesidad ineludible de reformar la Iglesia. Y él sigue en lo que Lutero anticipó, su día de la Reforma es el tiempo de la lucha contra el papado. Y eso es luchar contra sus enseñanzas tocantes a la adoración y a la salvación.
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Ese es nuestro ineludible día de la Reforma. Seguiremos, d. v., viendo cosas, y al verlas, hablando.
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