Todos los redimidos, salvados y limpiados de la maldición del pecado por la sangre del Cordero, disfrutaremos de un período de perfecta paz mundial y de una justicia tan desconocida como inapelable.
Estos días recreaba mi imaginación pensando en el reinado milenial de Cristo en la tierra. Desde luego, soy consciente que este tema suscita cierto escepticismo entre algunos y también está cuestionado por los denominados amilenialistas, porque estos lo interpretan en clave alegórica más que literal. Pero más allá de cualquier controversia interpretativa, os propongo viajar en el tiempo por unos momentos…
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Imaginemos atrevidamente una larga época como son mil años cronológicos bajo el reinado universal de Cristo gobernando directamente nuestro planeta tierra, donde el perverso Satanás será atado y bien atado durante mil años, sin engaños ni maldades inducidas por su malévola influencia (Apocalipsis 20:1-10). Sin duda alguna, ese mundo supraterrenal descrito en el Apocalipsis de Juan será un mundo sin la propagación de la maldad porque, según las Escrituras, será gobernado solo por los que tienen parte en la primera resurrección, entiéndase los redimidos del Cordero; por cierto todo un privilegio (Apocalipsis 20: 5-6 Juan 5: 28-29).
Entiendo que esta clase de mundo es difícil de imaginar debido a las miserias, perversidades y desigualdades que hemos vivido en todas las edades de nuestra conflictiva historia de la humanidad. Nuestro mundo actual es un mundo caído y contaminado por el virus del pecado (Romanos 5: 12). Por eso nos cuesta tanto llegar a creer, incluso imaginar, un mundo tan perfecto como el descrito en la Palabra de Dios. Ese mundo estará gobernado directamente por el mismo Cristo en un período literal (según entiendo yo) de mil años. Lo que sucederá en esa asombrosa etapa estará cargado de un gran realismo, como nos describe el anciano visionario: “Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar, y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la Palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y volvieron a la vida y reinaron con Cristo mil años” (Apocalipsis 20: 4).
La secuencia descrita anteriormente acerca de los mártires decapitados por causa del testimonio de Jesús, volviendo a la vida, es altamente impresionante y, a su vez, le otorga a esta dramática narración una enorme autenticidad espacio temporal, literalmente hablando. Todos los redimidos, salvados y limpiados de la maldición del pecado por la sangre del Cordero, disfrutaremos de un período de perfecta paz mundial y de una justicia tan desconocida como inapelable. Esta época se convertirá para los santos en un verdadero ensayo general para la eternidad inminente, donde poco más tarde habitaremos para siempre en los cielos nuevos y en la tierra nueva. Esto será poco después de la última conflagración entre las fuerzas del mal y los ejércitos celestiales, esto sucederá cuando Satanás sea soltado de nuevo por un breve período de tiempo engañando a las naciones, reuniendo al ejército más imponente de todos los tiempos para presentar la última gran batalla y definitivamente sufra la derrota más estrepitosa de los siglos siendo, finalmente, lanzado al lago de fuego y azufre y sometido a un tormento eterno (Apocalipsis 20: 7-10).
Algunas veces me he preguntado por qué tiene que producirse este entreacto final y no pasar directamente a la conclusión definitiva, tal como nos describen los capítulos 21 y 22 de Apocalipsis adentrándonos en esa Nueva Humanidad, el nuevo Paraíso de Dios. La respuesta es bastante simple, a la vez que contundente: Dios va a reivindicar su perfecta justicia ante los ángeles y demonios, ante sus redimidos, incluso ante los impíos que retornarán a la vida en la segunda resurrección, para ser juzgados según el justo juicio de Dios, concluyendo como nos describe la Palabra (Apocalipsis 20:11-15 “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de cuya presencia huyeron la tierra y el cielo, y no se halló lugar para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono, y los libros fueron abiertos; y otro libro fue abierto, que es el libro de la vida, y los muertos fueron juzgados por lo que estaba escrito en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que estaban en él, y la Muerte y el Hades entregaron a los muertos que estaban en ellos; y fueron juzgados, cada uno según sus obras. Y la Muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda: el lago de fuego. Y el que no se encontraba inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego”. Por eso declaramos a viva voz: sea Dios veraz y todo hombre mentiroso.
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El milenio de paz y justicia universal será un paréntesis entre el tiempo y la eternidad para poder disfrutar de la presencia y del buen gobierno de nuestro bendito Mesías, reinando juntamente con Él y siendo copartícipes de los soberanos designios de Dios para esa época, que se convertirá en la antesala del paraíso eterno, donde estaremos para siempre con el Señor. ¡Aleluya!
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