La reforma de la iglesia, urgente

Aviso. Aviso. El 7 de septiembre, sábado, d. v., en Valverde de Campos, a 30 Km. de Valladolid, pegado a Medina de Rioseco, actividad cívica en recuerdo de Julián Hernández, el grande Julianillo, que allí nació. También en recuerdo de Francisco Ruiz de Pablos, al año de su fallecimiento. El Ayuntamiento, la Universidad de Valladolid, y el Cimpe.

Todos invitados. Salón de Actos del Ayuntamiento. Desde las 11,00 a las 13,30. Luego, convivencia. Todos invitados. Todos invitados.

No hay cartel, sólo actividad cívica de recuerdo y recuperación. Ya están avisados. Allí, d.v., nos vemos. Será un tiempo óptimo. Que de Madrid hay unas 2,30 horas, para estar a las 11,00 no es menester madrugar. Avisad a los amigos. Que hay tiempo. A ver si se ve.

………….

Y seguimos reformando la Iglesia.

Cada tiempo y lugar tiene su necesidad de Reforma. Mirar cómo la plantea Calvino en ese documento ya mentado, que dirigió a Carlos V, seguro que nos da pistas. No es lo mismo ahora, pero no es diferente.

Lo que allí se presentó está presente también ahora, pero hay que verlo. Ese es el problema. Lo normal entre el pueblo evangélico (no pienso desde otro espacio) es ver la necesidad de extender y ampliar la iglesia, no su reforma. Cualquier campaña de evangelización es testigo de esto. Lo importante es crecer. Para nosotros (es mi opinión), esta actitud es ya síntoma de la necesidad y urgencia de reformar la Iglesia.

Por lo tanto, casi sin notarlo, se te viene encima que la necesidad de reformar la Iglesia tiene que ver, vale, con el papado, pero en este tiempo, fundamentalmente con el campo evangélico. Y en mi caso, con el caso específico, para no extender de entrada el asunto, de los grupos y personas que se definen y presentan como, precisamente, reformados.

El mentado documento lo presentó Calvino ante la dieta de Espira (28 febrero de 1544). Tiene entonces 34 años; a Lutero le quedan dos para morirse.

“Al Invicto Emperador, Carlos V, y a los muy Notables Príncipes y otros Mandatarios, que mantienen una Dieta del Imperio en Espira:

Una humilde exhortación a tomar en cuenta con toda seriedad la tarea de restaurar la Iglesia.

Presentada en nombre de todos los que desean que Cristo reine.”

Seguro que estas palabras de Calvino fueron picotazos en el alma del emperador, al recordarlas unido a su recuerdo de dos de sus grandes capellanes, Agustín de Cazalla y Constantino de la Fuente, abrazados a la doctrina que él repudia ahora hasta la muerte,y esos picotazos, en el alma, lo matan antes que los mosquitos en Yuste.

Tiene Calvino algo fundamental para entenderlo, que también tenemos nosotros, aunque no lo entendamos muy bien: tiempo donde han ocurrido cosas.

Ha ocurrido que Lutero está ahí. Con él, una auténtica revolución, intelectual, del hombre sobre sí mismo (esto se ha mostrado con todo rigor, Villacañas, 2017) que produce de forma sobrevenida una revolución social, religiosas y política, la Reforma Protestante. Pero Lutero no está solo. Se le tuvo en cuenta, precisamente en la dieta de Espira de 1526. Y en la tremenda de 1529 se acordó la protestación para mantener la conciencia libre, y los estados de cada señor o ciudad libre. Esa protesta la recuerda Calvino, tampoco, pues, está solo. Esos que desean que Cristo reine “varios príncipes, notables en su rango, distinguidas comunidades [las ciudades presentes en Espira 1529], y multitud de hombres piadosos”. Todo ello, que había comenzado con Lutero (p. 13. Uso traducción inglesa. Protestant Heritage Press, 1995), que “cuando apareció, y después otros, con quienes en consejo común mostraron los medios y métodos por los que la religión podría limpiarse de todas esas escorias y suciedades, se restauró la piedad a su integridad, y la Iglesia se levantó de su condición calamitosa a una de alguna forma tolerable.” (p. 39)

De manera que Calvino, hombre sensato, tampoco busca lo que no se encuentra, únicamente se propone arreglar algo de la condición miserable de la Iglesia. Por ahí hemos de ir. Lo presenta poniendo su voz con la de otros, ya se dijo, antes Lutero, pero en ese momento con “nuestras iglesias, en las que se predica en público y no hay doctrinas o motivos secretos”, junto con “nuestra confesión y nuestros escritos” y reafirmando que “nuestros reformadores han hecho un gran servicio a la Iglesia”, desterrando ignorancia, leyendo la Escritura, enseñando para mejor conocerla, especialmente arrojando luz sobre algunos puntos de doctrina del mayor impacto para la práctica, todo eso con “nuestro pueblo”. (p. 40)

Un poco raro sería hoy presentar una propuesta a algún gobernante para que restaure la Iglesia, pero pongamos por caso el supuesto, ¿a quién ponemos como nuestras iglesias, reformadores, confesión, o pueblo? ¿Con quiénes unimos nuestra voz para reformar hoy a la Iglesia? ¿Quién ve que sea algo necesario o urgente?

Enseñanza para aprender: los primeros reformadores tienen opiniones diferentes sobre algunos asuntos, pero están unidos en su rechazo de la doctrina papal. Cuando Calvino dice “nuestros reformadores” tiene en cuenta esa posición. Si vemos bien esa posición, estaremos en condiciones de ver el camino en nuestro tiempo. Veamos.

Con las dos partes fundamentales que se proponen en la Reforma, veamos, de momento, una: la fuente de donde obtener la salvación. Eso implica el reconocimiento de la corrupción de cada uno, que produce estar cautivos con el yugo del pecado. Desde ahí nada se puede hacer. Nada. Sólo reforzar el yugo por la rebelión que supone pretender dominarlo. Eso es el papado. Cuando una “iglesia” predica el arreglo del yugo desde el que está bajo su poder, ese mensaje es signo de todas las corrupciones de la cristiandad, y hay que eliminar ese proceder. Eso es “reformar” la Iglesia.

Cuando el Evangelio llega con su palabra, el efecto es que el pecador reconoce el yugo, queda postrado, desespera de toda ayuda carnal, pero no se endurece contra la justicia de Dios… “sino que, temeroso de Dios, gime en agonía, y mira por reposo… De ahí, animado por la palabra que le trae el Evangelio de su salvación, la semilla que no perece, el conocimiento del Mesías redentor, empieza a respirar en su nueva vida.” El que conoce la extensión del poder del pecado, su muerte, está en condiciones de ver la supereminente potencia del Cristo, ahora proclamado como el salvador todosuficiente. El pecador, así, no divide la obra de la salvación entre él y Cristo, como si fuere necesaria la participación de ambos. Esa participación era el sustento del papado. Por eso los, nuestros, reformadores lo aborrecieron. Si Cristo es el Salvador, como él se presenta, el papado es su negación, así corresponden sus doctrinas y tradiciones.

No sé a dónde hemos llegado, pero una pregunta se presenta preguntando: ¿Alguien piensa hoy que es necesaria la desaparición del papado por sus doctrinas perversas sobre la obra de la salvación? ¿Le diríamos, supuesto un emperador en alguna dieta, que es su deber eliminar las corrupciones del papado, especialmente en lo que propone de hacer a la salvación cosa de dos, el pecador y Cristo, o de tres, porque incluye a la “iglesia” papal?

Seguiremos con esto, d. v., la semana próxima.