Vivir la vida con paciencia

“Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”. He. 12:3.

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Esperar activamente es estar abierto a la promesa que aún está por cumplirse. Esperar pacientemente es permanecer plenamente en el momento presente. Esperar con expectación es confiar en que este largo proceso dará frutos. La filósofa, activista social y mística francesa Simone Weil: “Esperar pacientemente y con expectación constituye el fundamento de la vida espiritual".

Existe un tiempo para actuar, un tiempo para esperar y un tiempo para dejarse guiar. Cuando somos jóvenes, deseamos actuar y controlarlo todo, pero cuando envejecemos y, a la vez, maduramos espiritualmente, tenemos la responsabilidad aprender a esperar, a abrir nuestras manos en oración y a dejarnos guiar “adonde no querríamos”, Jn, 21:18. De este modo, llegamos a conocer con más profundidad la vida nueva regalada por Dios, aunque las señales que percibamos acerca de ella no siempre sepamos entenderlas.

Henri J. M. Nouwen cuenta la historia de su visita a un amigo que se encontraba muy enfermo. Se trataba de un hombre que había llevado una vida muy fecunda, fiel y creativa. Había sido un activista social siempre preocupado por los demás, especialmente por los más pobres. A los cincuenta años sufrió una grave dolencia. Cuando recibió la visita de Nouwen dijo: “Aquí me tienes, Henri, tumbado en una cama y ni siquiera sé qué pensar acerca de lo que es estar enfermo”. Le explicó que solo podía pensar acerca de sí mismo en términos de acción, de hacer algo por los demás y que, por tanto, su vida ya no parecía tener valor alguno, obligado como estaba a permanecer inactivo. De algún modo, este hombre había aprendido a pensar sobre sí mismo como alguien cuyo valor se medía exclusivamente por lo que hacía.

Pensar en la agonía de Jesús en Getsemaní y su camino hacia la cruz, nos ayuda a entender mejor algo que todos, en algún momento de nuestras vidas, vamos a experimentar: lo que significa pasar de la acción a la pasión. Un tema central en el relato del arresto de Jesús es que él fue “entregado” a las autoridades romanas. La misma palabra se emplea también cuando se dice: “Jesús fue entregado por nuestros pecados”, Rom. 4:25. Y se vuelve a repetir de nuevo: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros…”, Rom. 8:32. El término “entrega” es importante en el movimiento que va de la acción a la pasión.

El drama de su entrega divide radicalmente la vida de Jesús en dos partes. La primera parte de su vida está plagada de intensa actividad e iniciativa. Jesús habla, predica, sana, viaja… Pero inmediatamente después de ser entregado, Jesús se convierte en aquel a quien le hacen cosas: lo detienen, lo llevan ante el sumo sacerdote, lo conducen ante Pilato, le ponen una corona de espinas y lo clavan en una cruz. Le hacen cosas sobre las que, desde su condición humana, no tiene ningún control (“El Discernimiento Cristiano”. H. J. M. Nouwen). Ahora bien, conviene que caigamos en la cuenta de que, cuando Jesús dice: “Todo se ha cumplido”, Jn. 19:30, no quiere decir simplemente: “He hecho todo cuanto quería hacer”, sino también: “He permitido que me hicieran cosas que debían hacerme para que se cumpliera mi vocación”. El llamamiento de Jesús se realiza no solo en la acción, sino también en la pasión.

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En nuestra cultura contemporánea mostrar signos de vulnerabilidad constituye un error imperdonable. Sobre todo porque está prohibido sufrir, si uno quiere seguir en el escenario de los vencedores que jamás muestran afecciones físicas ni fisuras psicológicas y miden su valor por el éxito. Pero lo cierto es, y la pandemia nos lo ha enseñado, que apenas tenemos control sobre nuestras vidas, aunque nos guste pensar lo contrario engañándonos a nosotros mismos. Porque lo cierto es que en innumerables ocasiones no tenemos más opción que permitir que otras personas, circunstancias y acontecimientos determinen en gran medida la orientación de nuestras vidas. De manera que, el desafío consiste en ver como vocación tanto nuestra acción como nuestra pasión. Así que, convendría que nos preguntásemos: ¿Cómo somos llamados a seguir el camino de Jesús? Y la respuesta ha de incluir tanto los tiempos de acción, como los tiempos de sufrimiento porque, como le ocurrió al Señor, ambos tiempos forman parte de la vida ofrenda que le entregamos a nuestro Dios. Soli Deo Gloria.