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El secreto peligroso de Khada

Esta mujer afgana guarda un secreto que podría hacer que la maten, pero hoy te lo confía porque necesita tus oraciones.

ROSTROS DE LA PERSECUCIóN 07 DE JULIO DE 2024 16:00 h

Khada* no destaca entre la multitud. Podría estar viviendo en cualquier rincón de Afganistán, ya sea una ciudad o una aldea rural. Sería irreconocible por su vestimenta ya que, como cualquier otra mujer afgana, va vestida como marca la ley, sobre todo ahora que los talibanes han impuesto un código de vestimenta más estricto a la mitad de la sociedad. Ni siquiera sus prácticas religiosas destacan a simple vista, ya que lo más probable es que se mimetice con las demás mujeres de su barrio.



Pero lo que sí llama la atención es su forma de actuar.



Khada es una de los pocos miles de cristianos que viven en Afganistán y cuya vida se ha transformado al conocer a Jesús. A través de la lectura de la Biblia, ha aprendido que Dios la ama y se preocupa por ella, y eso le ha dado una razón para ser optimista de cara al futuro. 



Por ahora, elige estar en paz con sus vecinos, ayudar a los necesitados, mostrar compasión, bondad y ser generosa. En una sociedad como la afgana en la que la esperanza del pueblo se ha esfumado a causa de años de guerra, conflictos y pobreza, y en la que se extiende una versión estricta del islam en todos los ámbitos de la vida, la luz de Khada brilla con más fuerza.



Pero, como todos los cristianos de Afganistán, su historia está llena de dolor y, aun así, guiada por la mano de Dios. 



Crecer entre talibanes



Khada nació en una familia profundamente religiosa. Es la mayor de tres hermanas y tiene otros tres hermanos. Al crecer, era consciente de la presión bajo la que tenían que vivir ella y sus hermanos para ser vistos como una buena familia musulmana. Para los hombres de su familia, esto significaba una vida centrada en la mezquita de su comunidad. 



Su abuelo era un hombre que respetaba al mulá local (un líder religioso islámico) y quería que su familia fuera considerada piadosa a ojos de los demás. Con ese objetivo, obligaba todos los días a su hijo (el padre de Khada) y a sus hermanos a ir a la oración mañanera antes que nadie. Su temprana asistencia a la mezquita se hacía notar.



La madre de Khada, temerosa de su suegro, se quedaba en casa y oraba. Su familia era respetada por su religiosidad. Incluso antes de que los talibanes volvieran al poder en 2021, una forma estricta del islam era la norma para la mayoría de los afganos. Eso sí, por aquel entonces, había un mayor grado de libertad que en la actualidad. 



La fe musulmana era (y sigue siendo) parte integrante fundamental de muchos sectores de la sociedad y de muchas familias. La de Khada también gozaba de gran prestigio por otras razones: su padre tenía un cargo oficial que le daba una sólida posición dentro de la comunidad.



Cuando Khada fue un poco mayor, como otras jóvenes afganas, se comprometió. Su familia arregló su matrimonio con un primo. Resultó ser una unión feliz. Khada abandonó el hogar familiar y se fue a vivir con su familia política y su nuevo marido, una práctica habitual en Afganistán. 



Lo cierto es que había mucho afecto y amabilidad entre la pareja, por lo que cada vez estaban más unidos. «Nuestra relación en casa era muy buena», recuerda Khada. «Todo el mundo me quería, sobre todo mi marido, que me amaba inmensamente». 



Khada se llevaba bien con la gente. Trabajaba en una oficina y le gustaba. Su personalidad la hizo muy popular entre sus compañeros. En particular, entabló una estrecha amistad con su jefa. «Nos hicimos amigas y me sentía libre delante de ella», asegura Khada. «Compartía con ella todas las historias de mi vida, y ella compartía las suyas». 



A medida que forjaban su amistad, crecía una confianza que llevaría a su jefa a tomar una decisión de altísimo riesgo en un país como Afganistán. Un riesgo que cambiaría la vida de Khada. 



«Al final, me dio un libro, sin más preámbulo», recuerda Khada, «que resultó ser la Biblia». 



Khada guardó esta Biblia en su bolso y se la llevó a casa para enseñársela a su marido. Ambos habían estudiado el Corán durante su infancia y sentía curiosidad por lo que decía la Biblia. Durante los seis meses siguientes, leyeron juntos el Antiguo y el Nuevo Testamento. Y se asombraron de lo que encontraron en las páginas de la Biblia. 





Una fe nueva y peligrosa 



«Cuando me llevé aquel libro a casa y empecé a leerlo con mi marido, al principio nos surgieron muchas preguntas que fuimos resolviendo juntos. Él me amaba mucho, igual que yo a él, y los dos siempre tomábamos el mismo camino. Así que cuando leímos la Biblia, mi marido me dijo: 'Sea cual sea el camino que tomes, yo soy tu fiel compañero y te seguiré’».



Después de mucho leer y debatir, decidieron juntos entregar sus vidas a Jesús y finalmente se bautizaron. Fue un día que trajo curación tanto física como espiritual a Khada. «A veces me molestaba la cabeza, y me dolía una parte concreta cuando me bautizaron», recuerda. «Pero desde aquel día, mi dolor de cabeza desapareció por completo». 



El camino de fe de la pareja empezó a dar sus frutos. Seguir a Jesús les llenaba de tanta alegría que querían hablar a los demás de su nueva relación con Dios. El hermano de Khada fue el primero en escuchar sobre el testimonio de Jesús. «Estaba preocupado por la falta de empleo», cuenta Khada. «Le animé a reflexionar sobre las historias del Antiguo Testamento, y así creyó. Más tarde, compartí las historias con mi familia y todos se convirtieron. Mi marido compartió también sobre Jesús con su hermana, y ella decidió seguirle. Ahora, seguimos compartiendo nuestra fe».



Las cosas parecían ir bien. A pesar de los riesgos naturales de seguir a Jesús en Afganistán, la vida de Khada era muy feliz.



Pero una noche, todo cambió. 



El altísimo precio del cristianismo en Afganistán 



«Mi marido desapareció después de visitar a un grupo de estudio cristiano», recuerda Khada. «Cuando su teléfono se apagó y dejó de dar señal, pensé que tal vez estaba en otra zona donde el teléfono no funcionaba. También llamé a alguien de mi familia, pero seguía sin haber noticias suyas. Empecé a sentir miedo y se venían a mi mente todo tipo de pensamientos».



A medida que iba anocheciendo, el temor de Khada iba en aumento. Pronto, los peores temores de la joven se confirmaron.



«Al cabo de dos días, nos enteramos de que lo habían encontrado muerto, con indicios de tortura», nos cuenta. «Fue un momento tan traumático que entré en coma. Cuando recobré la consciencia, me encontraba en casa y se estaban llevando el cuerpo de mi marido para enterrarlo». 



Aun en la actualidad, Khada no sabe por qué secuestraron a su marido ni quién lo mató. Probablemente, nunca lo sabrá. 



Tras este trauma, Khada recuerda cómo su antigua jefa, la que le habló de Jesús, se puso en contacto con ella y le aseguró que su marido estaba ahora con Dios. Khada asegura que encontró fuerza y consuelo en lo que dice la Biblia. «Dejé de llorar, leí el capítulo 6 de Efesios y me comprometí a servir a Cristo». 



Con la ayuda de Dios y a través de su fe y su comunidad cristiana, Khada ha redescubierto el gozo. «A pesar de las dificultades, he encontrado la felicidad en mi nueva vida, ahora sin mi esposo, apoyada por mis fieles hermanos». 



Los momentos más difíciles son las noches. Normalmente, cuando sus hijos ya se habían ido a la cama, ella hablaba con su marido y leían juntos la Biblia. Comentaban cómo les había ido el día y lo que les hablaba la palabra de Dios. Pero la fe de Khada no ha menguado. Aunque su marido ya no esté, Khada habla con Dios y su relación con Él es cada vez más fuerte.



«Antes, todas mis historias y conversaciones eran con mi marido», recuerda. «Ahora, todas son con Jesús, y le cuento historias todas las noches y todos los días. Creo que Él me escucha y oye todas mis conversaciones».





Oculta, pero no sola



Cuando los talibanes tomaron el control de Afganistán, la vida se hizo cada vez más difícil para todas las mujeres. La mayoría tiene prohibido trabajar fuera de casa, y las que se aventuran a hacerlo deben ir acompañadas de un tutor varón. Gracias a algunos colaboradores local, Khada pudo poner en marcha un pequeño negocio que le permite mantener a sus hijos. La vida es dura, pero sabe que no es imposible de vivirla con gozo. 



«Sigo siendo una seguidora de Jesús, siguiendo su ejemplo de humildad y grandeza», afirma. «Bajo el difícil régimen talibán, vivimos con constantes desafíos, pero con una fe fuerte, seguimos en pie».



En cierto modo, los creyentes de Afganistán son un modelo de la iglesia que vivió en la época de los Hechos de los apóstoles. Cuando ven a un hermano necesitado, intentan ayudarle. «Nos apoyamos mutuamente a través de nuestra fe, leyendo la Biblia», describe esta cristiana afgana perseguida. «Económicamente, los hermanos que tienen más para compartir ayudan a los que tienen menos. Esta es la fe fuerte que Jesús nos dio para que podamos apoyarnos mutuamente y acabar con la pobreza y las dificultades entre nosotros». 



Aunque sean pocos en número, los cristianos de Afganistán siguen el llamado de Dios. No están a salvo, y no es fácil. Pero tienen suficiente fe como para completar la obra que Dios les ha encomendado.



«Aunque perdamos la vida, estaremos orgullosos de nosotros mismos», afirma Khada. «Pido oración para que todos los afganos crean en Dios. Cuando elegimos el camino de Cristo, sabíamos que iba a tener muchas dificultades. Pero con la esperanza de Jesús y la promesa que hicimos entre nosotros, continuamos firmes este viaje. Esperamos que un día todo vaya bien y tengamos un Afganistán completamente creyente. Siempre recuerdo esa meta allá donde voy: Afganistán necesita cambiar, y sin duda sucederá si tenemos una fe firme en Jesucristo».



A través de colaboradores locales, se les ayuda a fortalecer la Iglesia clandestina en Afganistán mediante diversas iniciativas. Khada recibe ayuda a través de un proyecto de subsistencia.



Fe secreta pero necesaria 



Nunca ha sido más peligroso seguir a Jesús en Afganistán como en la actualidad. Desde que los talibanes tomaron el control en el verano de 2021, las cosas han empeorado aún más.



La realidad es que, si abandonan el islam y son descubiertos, serán asesinados. Muchos cristianos han huido y los que se quedan se han escondido. Esas son sus únicas opciones: tienen que huir, abandonar su fe o vivirla en secreto. Si les descubren, las autoridades y extremistas les pueden arrestar, torturar e incluso matar.



Nadie sabe exactamente cuántos cristianos hay en Afganistán. Pero varios colaboradores que trabajan en el país aseguran que, sorprendentemente, la Iglesia parece estar creciendo. 



«El pueblo de Afganistán está sediento de amor porque, durante décadas, ha experimentado la guerra y la miseria», contó uno de ellos. «Cuando escuchan sobre el amor de Jesús por ellos, se dan cuenta de que este mesías es diferente a los talibanes, y entonces deciden seguirle».



Pero el secretismo es vital. Este colaborador añadió: «Las enseñanzas de Jesucristo motivan a los creyentes a arriesgarse difundiendo de manera encubierta estas buenas noticias entre sus compañeros afganos. Mantienen viva la fe leyendo la Biblia todos los días y reuniéndose cuando es seguro».



 



*Nombre ficticio e imagen representativa utilizados por motivos de seguridad.



 



 



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