Metamorfosis

La “conversión” es una condición sine qua non para ver a Dios:

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“Porque no quiero la muerte del que muere, dice Dios el Señor; convertíos, pues, y viviréis” (Ezequiel 18:32).

“Al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios” (Salmo 50:23b).

“De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3).

“Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo” (Juan 13:8).

“Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13).

Si se trata de algo tan sumamente esencial para ver a Dios, más vale que sepamos de lo que se trata, ¿no?

Pues bien, es el cambio que se puede apreciar en el comportamiento cuando una persona se ha arrepentido. Podemos afirmar en cierta manera que el arrepentimiento es el factor interior y la conversión el exterior.

Juan el Bautista la describe con las siguientes palabras: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:8). Es decir, demostrad externamente que se ha producido un cambio en vuestro interior.

No se trata de normas obedecidas externamente por obligación. No, un proceso verdadero de conversión comienza con un cambio en el interior:

“Cuando te convirtieres al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma” (Deuteronomio 30:10b).

Habiendo dejado esto en claro, si te auto-examinas, ¿puedes afirmar honestamente que obedeces a Dios por amor a Él o tu motivación es otra?

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Si te limitas a no hacer el mal por el qué dirán, o porque te han enseñado que no hagas eso o porque tu orgullo o tu honor te lo impiden, no te has convertido de veras. Puede que seas una persona respetable o que tengas una moral intachable, pero no has experimentado la metamorfosis real de una conversión. Cuidado porque como hemos visto en los versículos anteriormente citados, no verás a Dios si no hay una conversión genuina.

“Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió” (Juan 14:23-24).

Consecuentemente, solo los que obedecen a Cristo por amor disfrutarán de comunión con Dios y de su gracia (favor inmerecido), manifestado en paz por haber experimentado personalmente el perdón de pecados y el amor de Dios:

“La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable” (Efesios 6:24).

Jesús te ama:

¿Le amas tu a Él?