La sombra del perro feroz

Cuando tenía unos 5 añitos, un pastor alemán quiso jugar conmigo. Me perseguía con buenas intenciones pero ese bicho enorme me dio mucho miedo. Desde aquella ocasión, cada vez que veía un perro, aunque fuera uno de esos que parece más bien una fregona ambulante, me daba mucho respeto. A veces, si era lo suficientemente grande, me solía quedar inmóvil.

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Más adelante, mis padres nos trajeron un labrador a casa. Era muy divertido tener un amigo peludo de cuatro patas que no supusiera ninguna amenaza. Fui superando mi miedo a los perros gradualmente. ¿Cómo?

Solíamos llevar a nuestra mascota a entrenar a un centro de entrenamiento canino. Había muchos perros en dicho lugar. De todas las razas y tamaños. Cada perro estaba siendo entrenado para una función específica. Una de las funciones que más me impactó fue la del perro de defensa o perro guardián.

Vi a cierta distancia como entrenaban con ropa de protección. Oí los ladridos y gruñidos y puedo afirmar que estaba muy aliviado de encontrarme bien lejos. Cuando terminaban el entrenamiento, le ponían la correa al perro y le llevaban al compartimento donde permanecería hasta la siguiente sesión. Una vez que cerraban la puerta de la reja, me atrevía a pasar por allí. En una ocasión, me acerqué a la reja y a un metro de distancia, miré al perro. Me devolvió la mirada, bajó las orejas, se le erizó los pelos del lomo y me gruñó al mismo tiempo que me mostraba los dientes. Aprecié de veras que hubiera una reja entre ese bicho y yo.

Algo parecido queda reflejado en un versículo de la Biblia:

“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (Salmo 23:4).

Ese bicho con dientes daba miedo. Mucho miedo. Pero si me hubiera topado con la sombra de dicho perro, no sentiría pánico. La sombra del perro no me puede morder. Y de la misma manera, el salmista hace referencia, no a la muerte, sino a la sombra de muerte. Dios ha puesto una reja entre la muerte y nosotros de forma que la muerte no nos pueda morder.

Pero no quita que la sombra está allí. Leemos: “Aunque ande en valle de sombra de muerte”. El valle es lo bajo, lo malo. Y el caso es que pasamos por momentos bajos. Tan bajos que puede parecer que se nos acerca la muerte. La Biblia no nos pinta la vida de color de rosa. No, es muy real y Dios sabe que pasaremos por esos momentos. Pero si conoces a Cristo, Él está contigo: “Porque tú estarás conmigo”.

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Cuando leemos “aunque ande”, hay que resaltar que no nos quedamos en el valle. No dice “aunque me detenga”. Es importante señalar este punto. Sí es cierto que tenemos que pasar por el valle, pero no nos quedamos allí. Es cierto que no podemos esquivar el valle pero la estancia allí llegará a su fin. No podremos sobrevolar el valle y dejarlo atrás como si nada, pero caminaremos y lo superaremos porque Dios nos acompaña.

El caso es que cuando termina la jurisdicción del valle de sombra de muerte, empieza la jurisdicción de la vida eterna. Cristo nos acompaña y nos concede la vida eterna si nos arrepentimos y confiamos en Él de forma que la muerte no habrá sido más que esa sombra que dejaremos atrás en el valle. Pero si no conoces a Cristo personalmente, la muerte no es una sombra para ti sino un enemigo muy real. Todavía no hay una reja entre la muerte y tu persona. Unas palabras de Jesús:

“Moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24).

Para levantar una reja entre la muerte y tú, para convertir la muerte en una sombra que dejarás atrás, apártate de lo que ofende a Dios y confía en Él.

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“Entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1ª Corintios 15:54-57).