Allí donde el Señor reina ya no necesitamos luchar por aspirar a un lugar.
“Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él, y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a este; y entonces comiences con vergüenza a ocupar el último lugar. Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa. Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido”. Lc. 14:8-11.
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Todas las sociedades han ideado ritos y símbolos para garantizar que el lugar de las personas en la sociedad esté visiblemente claro. Hoy las cosas no son muy distintas, sobre todo porque las diferencias sociales siguen marcándose de manera clara a través de los símbolos de status que escogemos para distinguirnos por encima de los otros. Estamos hambrientos de que nos elogien y, a menudo, nos comparamos con los demás con la oculta aspiración de elevarnos por encima de ellos, a veces con tanta falsa humildad que se nos acaba viendo el plumero.
¿Cuál es el consejo de Jesús ante situaciones como la que describe este pasaje? Respuesta: Renunciar a los lugares de honor para ir a sentarnos en el último lugar. Pero, cabría preguntarse: ¿No se trata de una modestia calculada que acaba no siendo modestia en absoluto? ¿No se trata de pura estrategia que para nada se relaciona con la humildad auténtica? Podría entenderse así, lo que sucede es que Jesús habla en este episodio desde la sabiduría del Antiguo Testamento. Aconseja lo que haría una persona sabia y con experiencia que de ninguna manera elegiría el primer lugar en un banquete, sino que haría exactamente lo que se aconseja a la persona prudente:
“No presumas delante del rey, ni te coloques entre los grandes; es mejor que te inviten a subir, que ser humillado entre los nobles”. Prov. 25:6-7.
En el contexto del reino de Dios se nos invita a un comportamiento completamente nuevo, porque allí donde el Señor reina ya no necesitamos luchar por aspirar a un lugar, sino que podemos dejar que se nos asigne sin ningún temor, ya que en la vida nueva que recibimos del Creador no necesitamos hacernos un nombre por cuanto nuestros nombres están escritos en los cielos, Lc.10:20. Tampoco necesitamos ocultar nuestras debilidades porque todos somos débiles; no nos es preciso disfrazar nuestra pobreza porque somos pobres y necesitados como los lisiados, cojos y ciegos de los que habla el evangelio, de manera que podemos mostrar abiertamente nuestras heridas con la absoluta seguridad de que van a ser sanadas.
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Lo que Jesús enseña en cuanto al correcto comportamiento en un banquete, se convierte así en una parábola. La actitud concreta de los invitados es la ocasión para que el Señor haga una declaración fundamental sobre el reino de Dios, porque si todos viviéramos según este orden social de la mesa del reino, se haría una revolución que cambiaría el mundo (“Entre el cielo y la Tierrra” G. Lohfink). Jesús, en su propia persona, renunció a la lucha constante entre “amo y siervo” y “arriba y abajo” poniendo en crisis la eterna rivalidad entre los poderosos y los débiles, no viviendo para sí mismo sino por y para la causa del reino y, por tanto, enteramente para los demás. A partir de él y su modelo programático de vida, humillarse no significa una rebaja degradante de uno mismo ante los demás, sino la sencilla comprensión de lo que, por la gracia de Dios, se nos ha concedido: No merecíamos ser invitados a su banquete, pero hemos sido invitados y esa alegría compartida nos permite sentarnos a la mesa sin importar cual sea el lugar que ocupemos. Soli Deo Gloria.
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