En el drama de la muerte de Jesús se entrelazan misteriosamente el proyecto eterno de Dios y las decisiones de los hombres.
“El Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan y habiendo dado gracias lo partió y dijo: tomad, comed, esto es mi cuerpo que por vosotros es partido, haced esto en memoria de mí”. 1 Co. 11:23-24.
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En el drama de la muerte de Jesús se entrelazan misteriosamente el proyecto eterno de Dios y las decisiones de los hombres. Jesús se entrega, pero los hombres lo traicionan. Ahora bien, importa precisar algo: el don llega antes que la traición. Judas, inevitablemente, anda retrasado porque es Jesús quien desvela que la entrega acontece porque la dádiva de Dios, que es el mismo Señor, se encuentra disponible (“Palabra de Dios”. A. Pronzato). La maldad de los seres humanos jamás se adelanta a la misericordia de Dios.
“Nadie me quita la vida, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar, este mandamiento recibí de mi Padre”. Jn. 10:18.
“Esto es mi cuerpo que por vosotros es partido, haced esto en memoria de mí”. Teniendo en cuenta lo que sucederá en la pasión, la expresión “esto es mi cuerpo” podría completarse así: “Esto es mi cuerpo traicionado, herido, hecho objeto de burlas, insultos, desprecios y ultrajes. La comunión con este cuerpo significa acoger e identificarnos con todo aquello que ha recibido ese cuerpo, todo lo que ese cuerpo ha padecido (“Palabra de Dios”. A Pronzato). Pero significa también descansar en la esperanza de ese cuerpo glorioso que triunfó sobre la muerte que evidencia la victoria del amor sobre el pecado y la muerte.
Participar en la cena del Señor implica que la comunidad cristiana ha sido asociada a su destino y hecha partícipe de los sucesos de la pasión por estar comprometida con la muerte de Jesús y con la causa de esa muerte, que fue su vida. Por tanto, comer el pan y beber la copa no tolera actitudes escapistas, ni evasivas, porque representa el compromiso de imitar y seguir al Maestro y Señor haciéndonos presentes, como él lo hizo, en medio de los pobres, los quebrantados de corazón y los oprimidos, que son los primeros destinatarios del evangelio del reino. Lc. 4:18-19.
Por tanto, la comunión con el pan y el vino no significa aceptar una memoria tranquilizante sentados a una mesa, sino comprometernos a participar del dinamismo que brota de la cruz y la resurrección. No significa solo estar con el Maestro sino dejarnos llevar por él donde quiere que estemos: historia adentro, en el espesor del sufrimiento del mundo para ser fermento de salvación, liberación, renovación y transformación por el poder del Espíritu de la resurrección.
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La última cena de Jesús significa un adiós, es cierto, pero sobre todo implica memoria y anuncio. Vuelta al pasado, compromiso con el presente y proyecto de futuro. “Cada vez que comiereis este pan y bebiereis de esta copa la muerte del Señor anuncias hasta que él venga”. Es la conmemoración y la esperanza unidas en el presente. El pueblo de Dios celebra un acontecimiento que pertenece al pasado pero que nos prepara y renueva para vivir hoy sobre el fundamento último de la resurrección y la venida de Jesús. Nada importa más. Nada compromete más. Soli Deo Gloria.
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