Una aproximación al concepto bíblico de economía doméstica frente a la práctica de muchos cristianos y las enseñanzas, indirectas o indirectas, de bastantes iglesias. Cómo el manejo del ideal conjuga las exigencias de la verdad bíblica con su puesta en práctica en el presente.
El primer artículo puso de manifiesto tres grandes ídolos económicos. Nos volvemos ahora a examinar -a vuelo de pájaro- la verdad divina y cómo el concepto de ideal contribuye a adaptar esa verdad para el momento presente.
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El tema de la economía en general, y la doméstica en particular, ocupan mucho de la enseñanza bíblica. Y me concentraré en los tres ídolos mencionados arriba y al mismo tiempo procuraré abarcar lo fundamental de la enseñanza bíblica dado el poco espacio que un artículo generalista permite.
[destacate]El Señor Proveedor (Yavéh Jireh) provee para tu casa y la mía[/destacate]1. Dios es el proveedor. Esa es una enseñanza básica de toda la Biblia. Precisamente, uno de los nombre de Dios es el Señor Proveedor (Yavéh Jireh, Gn. 22:14). El sostiene diariamente el universo (Heb1:3, Col. 1:17, Sal 104:13-14). Pero además él provee para tu casa y la mía: “Así que no os preocupéis diciendo: “¿Qué comeremos?” o “¿Qué beberemos?” o “¿Con qué nos vestiremos?” Los paganos andan tras todas estas cosas, pero el Padre celestial sabe que necesitáis de todo esto” (Mat 6:31-32 nvi). En este pasaje, el Señor Jesús es muy claro en señalar la diferencia –en cuanto a la economía doméstica– entre los paganos y los que le siguen. Dios es, asimismo, el proveedor del aliento de vida de cada persona, así como de propósito para la vida.
Por otra parte, Dios trabaja y es productivo. El es el Gran Creador, que disfruta creando cosas y situaciones buenas en gran manera (Gn 1:31). Es la antítesis de un dios ocioso.
2. Tú y yo somos administradores de los recursos de Dios. El nos ha encargado que administremos no solamente los bienes y recursos que ha puesto a nuestra disposición, sino también una parte de su creación y nos ha encargado la tarea de bendecir, en su nombre, a otras personas. No somos dueños del dinero que producimos ni de los bienes que disfrutamos: los administramos para el Señor de todo, según sus prioridades e instrucciones.
Además, somos co-proveedores de nuestra casa. Es verdad que Dios provee pero también me ha concedido el privilegio de participar en dicha provisión. La responsabilidad de asegurar lo necesario para mi y los míos no recae primera ni exclusivamente sobre mis hombros. Es la responsabilidad de Dios, pero yo tengo el gusto de contribuir una parte. Como que soy imagen de Dios, yo también soy productivo. Yo trabajo y disfruto con ello. Desde el Edén, Dios me ha encargado acrecentar un universo rico, hermoso y generoso.
[destacate]La responsabilidad de asegurar lo necesario no recae primera ni exclusivamente sobre mis hombros. Es la responsabilidad de Dios, pero yo tengo el gusto de contribuir una parte[/destacate]No necesito dinero ni poseer ni consumir. Hay momentos cuando dispongo de dinero y de bienes pero no me definen; son instrumentos que administro para acrecentar el bien y la justicia del reino de Dios. A lo largo de los siglos, muchas personas y comunidades han demostrado, en forma práctica con sus propias vidas, que se puede perfectamente vivir sin dinero y sin propiedades. Los levitas del Antiguo Testamento fueron uno de esos ejemplos, sin tierras en una sociedad eminentemente agraria. Los profetas Elías y Juan el Bautista, por nombrar solo dos, son ejemplos permanentes de que puede haber siervas y siervos de Dios que no necesiten dinero ni vestuario ni propiedades. Los monjes, junto con las muchas comunidades pasadas y presentes de vida simple y compartida, son otro ejemplo de desafío permanente a los ídolos económicos. Se puede vivir sin dinero y sin posesiones.
3. El mañana es de Dios. Solo Él lo conoce y controla. No es mi responsabilidad. Es más, no hay nada que puedo hacer para asegurarlo aquí, y sin embargo hay mucho que puedo hacer para anticiparlo allí. Por eso el Señor Jesús enseñó:
No acumuléis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6:19-21).
Mi futuro está en Dios. Está “escondido con Cristo… y será manifestado con él en gloria” (Col 3:3-4).
4 La meta divina es la igualdad, la suficiencia para todos. Cuando Dios proveyó maná en el desierto, cada familia debía recoger lo suficiente solamente para ese día.
Algunos recogieron mucho; otros recogieron poco. Pero, cuando lo midieron por litros, ni al que recogió mucho le sobraba, ni al que recogió poco le faltaba: cada uno recogió la cantidad necesaria. Entonces Moisés les dijo: ―Nadie debe guardar nada para el día siguiente. (Ex 16:17-18 énfasis añadido)
Al entrar a la tierra prometida, Dios distribuyó equitativamente a cada tribu la tierra y los recursos necesarios. Las leyes del séptimo año y del jubileo estipulaban la condonación periódica de las deudas. Los israelitas debían ayudar generosamente a los necesitados en sus ciudades (Dt 15:7; 1Jn 3:17). Al pagar a los jornaleros, el amo de la parábola dio a todos el mismo salario: la paga necesaria para un día (Mt 20:1-15). Asimismo, Pablo animó a los creyentes de Macedonia y Acaya a ofrendar para los hermanos necesitados de Judea, precisamente “es más bien cuestión de igualdad… así habrá igualdad” (2Cor 8:13-14). Es una solidaridad cercana y lejana. La meta divina aspira a la igualdad y es claramente contraria a la acumulación de riqueza en manos de unos pocos. La diferencia grosera entre ricos y pobres no es la voluntad de Dios.
Lamentablemente muchos libros pretendidamente cristianos y bíblicos enseñan otra cosa. Insisten en que Dios te quiere prosperar, que debes vivir con un presupuesto, ahorrar y “sembrar abundantemente”: un eufemismo para ofrendar con miras a recibir de vuelta. ¡No te dejes engañar! Son discípulos de Rockefeller y de los banqueros en lugar de seguidores de Jesucristo. Desde siempre ha habido falsos profetas, engañadores que siguen venerando a los ídolos del dinero y las posesiones.
¿Cómo manejar la tensión que percibimos entre la enseñanza bíblica y la realidad que nos envuelve? La verdad de Dios respecto a la economía domestica –muy simplificada en el apartado anterior– parece demasiado lejana, demasiado radical para llevarla a la práctica. Por eso, surgen dos maneras de enfrentar dicha tensión. Unos directamente “rebajan” o “descafeinan” la enseñanza bíblica. Yo mencionaba libros aparentemente cristianos que hacen una simbiosis entre las teorías económicas capitalistas y la enseñanza de la Biblia. Otros prefieren citar solamente aquellos pasajes de la Escritura que hablen de la economía en forma genérica, no demasiado radical. Le propongo, querida lectora y lector, una mejor opción: la comprensión del papel del ideal en la Biblia.
[destacate]Reconocer una enseñanza como ideal permite manejar separadamente dos horizontes distintos: el ideal y la realidad presente[/destacate]En primer lugar, reconocer una enseñanza como ideal permite manejar separadamente dos horizontes distintos: el ideal y la realidad presente. Además, permite calibrar la distancia entre ambos horizontes. Algunas veces la propia Biblia nos aclara la distancia entre el ideal y la realidad de aquél momento. Por ejemplo, cuando el profeta Hageo discute las prioridades de reconstrucción: ¿hay que reconstruir primero las casas o el templo? (Hg.1). El sacerdote Ezequiel había hecho notar la distancia entre dos horizontes del concepto de justicia (Ezq. 33:10-19). En ambos ejemplos la correcta comprensión toma en cuenta los dos horizontes: tanto las casas particulares como el templo eran parte de la reconstrucción de Jerusalén, ambas eran necesarias, pero el momento necesitaba re-equilibrar las prioridades del pueblo. En el otro caso, la justicia humana y la divina no siempre coinciden: el malvado recalcitrante que al final de su vida se arrepiente es perdonado por Dios y su arrepentimiento debe ser celebrado, aunque las consecuencias sociales de su maldad perduren. Así que, algunas veces dispondremos de tres horizontes: el ideal, la realidad pasada y la realidad presente, y otras veces solamente dos.
En segundo lugar, ser conscientes de la distancia entre dos horizontes ayuda a considerar el asunto como un camino, un progreso (o retroceso) de acercamiento al ideal. Puede medirse y celebrarse el progreso. Al considerar el ideal, tanto el pastor como el intérprete se han librado de la presión del “todo o nada”, porque tienen ahora toda una graduación de niveles de cumplimiento.
En tercer lugar, el concepto del ideal bíblico es de gran ayuda para muchos otros temas bíblicos: moral sexual, costumbres/ vestidos/ comidas, reino de Dios, culto, por nombrar apenas unos pocos. En cada uno de estos temas el ideal bíblico y la realidad presente están “lejos”, es decir la tensión entre ambos horizontes es grande (lo cual viene confirmado por la pasión que levantan algunas discusiones). Recomiendo especialmente la lectura de un artículo del querido Juan Stam, misionero y teólogo norteamericano nacionalizado costarricense: “La Biblia, el lector y su contexto histórico: Pautas para una hermenéutica evangélica contextual”1 (un poco largo y técnico, pero muy acertado).
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¿Cómo afecta esta distinción entre ideal bíblico y realidad presente al tema de la economía doméstica? La primera consecuencia es que nos deja con la libertad de recopilar la totalidad de la enseñanza económica de la Biblia sin necesidad de “acomodarla” en un primer momento. Lo entendemos como el ideal al que aspiramos, como un camino a recorrer. Un segundo paso es comprender cabalmente cuál es la realidad presente, que será diferente en cada país según sus particularidades económico-sociales, y ver cuáles son las mejores maneras de aplicar ese ideal a nuestras circunstancias. La aplicación, casi seguro, no será igual respecto al ahorro y la previsión, que respecto a la generosidad y las prioridades que haya que equilibrar, o respecto a los ídolos concretos que tengamos que enfrentar. Por eso mismo, el acercamiento pastoral y la enseñanza pública podrán ser manejados con otra perspectiva, mucho más realista y adaptada a la realidad, y por consiguiente menos dogmática.
Por ejemplo, si quiero dar pasos para vivir sencillamente, la necesidad de ropa (y de guardarla/ almacenarla) es diferente en un clima tropical que en un lugar con cuatro estaciones, donde es imperativo tener ropa de verano y de invierno. La necesidad de prever para el futuro es distinta en un país –como España– en que es obligatorio tener seguro de la vivienda y del automóvil que en otro país donde no rijan esas mismas leyes. Sin embargo, volviendo a ambos ejemplos, puedo acumular más ropa de la necesaria, contratar más seguros que los necesarios y consecuentemente alejarme del ideal de confiar en Dios para el mañana y de ser generoso con los necesitados.
1Juan B. Stam, «La Biblia, el lector y su contexto histórico: Pautas para una hermenéutica evangélica contextual», Boletín Teológico 10-11 (1983): 27-72.
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