¡Me tiene hasta el moño!

Para leer el título correctamente, hay que entonar “hasta el moño” con frustración, con tensión, con rabia. Es más, si podemos darle su merecido que con razón se merece dicha persona mejor que mejor. Y es por el bien de dicha persona para que aprenda.

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El caso es que cuando nos tiene “hasta El moño” alguna persona, la Biblia proporciona la solución en forma de capicúa. Sí, va en serio. Un capicúa es un número que se puede leer de izquierda a derecha al igual que de derecha a izquierda. Se trata del principio “12:21”. Para ser más precisos, encontramos el principio en Romanos 12:21. Leamos:

“No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”.

En otras palabras, si te lanzan fuego, no lances fuego igualmente. Eso solo genera un incendio. Lo que tenemos que echar es agua. La brigada de bomberos 12:21 está capacitada para una de las tareas más complejas que podemos encontrar. La tarea es tan difícil que los miembros que pretendan poner en práctica el principio 12:21 deberán hacerlo con las fuerzas que solo Dios da, porque si no, el Moño acabará chamuscado.

Además, todos debemos pertenecer a dicha brigada de bomberos 12:21. No solo con nuestros amigos, con nuestros conocidos, sino con hasta nuestros enemigos. Lo digo porque seguro que te sabes la oración comúnmente denominada “El Padre Nuestro” (Mateo 6:9-13, Lucas 11:2-4). Todas las peticiones son gratuitas e incondicionales. Esas están muy bien. Pero hay una condición para recibir una de las peticiones. Leamos de nuevo:

“Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12).

Por tanto, dejemos a los demás actuar como quieran. El que pagará será el Señor, a quien pertenece la venganza (hebreos 10:30). Por nuestra parte, perdonemos porque así mostramos el amor de Dios, quien no se complace en la condenación del impío (Ezequiel 18:32), sino que desea perdonar (Isaías 55:7c):

“Yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).

Así demostramos que somos hijos de Dios:

“Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:45).

Ahora te pregunto: ¿Eres hijo@ de Dios? Eso no es por el hecho de perdonar. Perdonas porque muestras el mismo carácter que Dios una vez que perteneces a Su familia. Pero el pasar a ser hijo o hija de Dios es por fe:

“A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).

“Sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26).

Y a pesar de todo, yo mismo debo poner en práctica dicho principio. El autor no escribe meramente para decirle esto a los lectores. Yo mismo me topo con gente que me tiene hasta el moño. Una persona en particular. Me saca de las casillas. Su nombre empieza por “E” y de veras me pone de los nervios. Ese sujeto sobrepasó el moño hace tiempo y lo sigue haciendo.

Dicho individuo se llama “Ego”, para que quede claro. Triste ser consciente de que en ese individuo no haya nada bueno (Romanos 7:18). Hasta Pablo soltó una expresión llena de frustración por ser liberado de ese tipo:

“¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24).

¿Quieres libertad? ¿Quieres el perdón de Dios?

Pablo responde a su propia pregunta: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). ¿Estás tú en Él?

La Dicha del Perdón: