Cuando la ley se deifica, Dios se cosifica.
Jn. 5:1-17
La puerta de las ovejas, era una de las puertas de acceso al templo y se llamaba así porque por ella eran introducidos los rebaños que iban a ser sacrificados en el templo. Y se nos hace saber que junto a esa puerta existe un estanque rodeado de excluidos sociales; un submundo de enfermedad, marginación y pobreza; la cloaca de la ciudad ¡Qué contradicción! Junto a la puerta de las ovejas, por donde entran los animales para los sacrificios de la fiesta para grandes multitudes religiosas del pueblo, existe un “lugar” donde malviven los invisibles, los inexistentes, los últimos, aquellos para quienes nunca hay fiesta porque con sus condiciones de vida no la pueden disfrutar. Y ambas cosas pueden convivir limpiamente: El disfrute de los que están de fiesta en el nombre de Dios y la amargura, el dolor, la tragedia, de aquellos a quienes el sistema religioso margina, excluye y rechaza.
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Pero el Dios encarnado, no pasa de largo. Su primera intención es asistir a Jerusalén para disfrutar de la fiesta, pero pasa por delante del sub-mundo de miseria, marginación y enfermedad y se queda allí donde “no hay parecer ni hermosura”, en el universo de los sin fiesta. Porque “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” y esto no es una declaración de intenciones, ni un brindis al sol. En lugares donde nosotros no querríamos habitar jamás, allí estuvo él. En mundos que desafían y denuncian nuestra cómoda y despreocupada existencia y nos hacen desviar la mirada avergonzados, allí miró y habitó Jesús, el Dios encarnado.
¿Qué vio el Señor en esos mundos de miseria, marginación y exclusión? El narrador del evangelio describe una gran multitud, una masa anónima de desesperados en busca de un milagro: “Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese”. Este texto no está en los manuscritos más antiguos. Pero, en cualquier caso, hablan de los niveles de superstición a los que habían llegado multitud de personas enfermas, desvalidas, marginadas, solas y excluidas, desprovistas de conocimiento y de guía. Para ellos no había salvación posible.
Jesús se encuentra por voluntad propia en los sótanos del sufrimiento humano, rodeado de una gran multitud, pero él no se relaciona con masas anónimas, sino con personas concretas. Y allí hay un hombre paralítico que llevaba 38 años enfermos. Desde su camilla ha visto pasar toda su vida enfermo, solo y marginado. Aparentemente, nadie se ha hecho cargo de él jamás; quizás su familia era demasiado pobre para cuidarle; o tal vez carecía de ella y había sido dejado allí como un vegetal esperando un milagro que nunca llegó.
Lo más llamativo de esta escena es que todo funciona de un modo muy distinto a las curaciones habituales del Señor. Jesús no espera que el hombre la pida una intervención. Da el primer paso preguntándole si desea curarse: “¿Quieres ser sano? No tengo a nadie…”. No se menciona, ni se destaca la fe de aquel hombre, ni se la considera como algo necesario para que ocurra el milagro. Sencillamente, Jesús le dice: “Levántate, toma tu lecho y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho y anduvo. Y era día de reposo aquel día”. A renglón seguido, aquel hombre desapareció entre la multitud y se fue al templo donde el Señor lo encontraría más tarde.
“Entonces los judíos dijeron a aquel que había sido sanado: Es día de reposo; no te es lícito llevar tu lecho… por esta causa los judíos perseguían a Jesús y procuraban matarle, porque hacía estas cosas en el día de reposo”. Jn. 5:10, 16.
Al Verbo que se hizo carne y quiere habitar entre los enfermos y los pobres para sanarlos se le quiere echar del mundo porque su presencia y su actuación son tan alternativas que amenazan el orden establecido por el legalismo intocable de la religión que ya tiene su dios: La ley. El problema es que, cuando la ley se deifica, Dios se cosifica. Y ese dios no se toca porque el que se atreve a desafiarlo es quitado de en medio porque se convierte en una amenaza para el sistema. El Verbo hecho carne se arriesgó a ser un peligro para el sistema apostando su vida por revelar a un Dios diferente. Una buena nueva renovadora y transformadora para todos, incluidos los que la religión había colocado más lejos: los pobres, los enfermos y los marginados.
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¿Se puede violar el sábado para curar a una persona? Sí, se puede violar el sábado por una fidelidad más profunda y cercana a la intención divina: Que los hombres y mujeres de este mundo sean sanados y vivan, porque Jesús posee poder para curar y es Señor del día de reposo. ¿Se puede trabajar en sábado? Sí, Jesús lo hace y su Padre también trabaja hasta el día de hoy ¿En qué trabajan? En mostrar al mundo que el Verbo se hizo carne, que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, que Dios es Jesús de Nazaret y que este Dios que se muestra en maneras y lugares inesperados, ha venido a este mundo para que todo aquel que en él cree no se pierda más tenga vida eterna. Soli Deo Gloria.
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