No nos dejemos engañar y no nos perdamos en los laberintos de lo que no somos.
No somos el sufrimiento que nos han infringido, ni la pena que arrastramos, no somos un trozo de tristeza, ni una mancha en el corazón. No somos el letargo ni el estigma, ni la tara que nos impusieron. No somos la sombra que proyectamos, ni pedazos rotos por armar, no somos el grito sordo ni el desgarro del dolor extremo. No somos el olvido de nadie, ni la traición que alguien nos colgó, no somos el golpe recibido, no somos el hambre ni la comida. No somos la discapacidad que sobrellevamos, ni las limitaciones que nos son impuestas. No somos una etiqueta, ni un escaparate, ni maniquís ni estandartes. No somos el insomnio de las noches en vela, ni el mal momento, no somos la tormenta, no somos la salida ni la meta. No somos la agresión recibida, ni la oscuridad de la habitación, no somos la cerrazón encubierta, ni la lágrima escondida ni el miedo a hablar lo que se quiere callar. No somos la enfermedad crónica, ni las pastillas para aliviar, no somos las tardes de aislamiento ni el escondite escogido para la soledad.
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No somos las grietas que resquebrajaron nuestra piel, ni las arrugas que surcan los mares de nuestro cuerpo, no somos el kilo de más ni el de menos, ni el pelo blanco o el abdomen menos prieto. No somos las cicatrices de los accidentes de la vida ni el fracaso de una relación fallida. No somos el llanto en la madrugada, el sollozo que ahogó una vez nuestra voz. No somos la equivocación de la juventud, ni la cana al aire de la madurez. No somos el patinazo escalabrado, ni el error que cometimos, ni la china en el zapato. No somos las notas de los exámenes, ni el título que ostentamos, no somos un empleo o la ausencia de un trabajo. No somos el tiempo perdido, la promesa no cumplida ni el anillo extraviado. No somos la piedra en la que tropezamos, ni el chaparrón que nos cayó encima, ni el gran resbalón.
No somos el sueño que se malogró, la pizza quemada, ni la mota metida en el ojo. No somos el café derramado en la camisa ni la explosión de la olla exprés, no somos el roto del calcetín ni el socavón en el jardín. No somos esas cosas desagradables que nos pasaron, ni las que cometimos a propósito o por error, no somos lo que el agresor nos hizo, ni lo que nos hizo sentir. No somos el asco que experimentamos, ni el odio ni el temor. No somos las mentiras que nos contaron y que quisimos creer. No somos el tonto, la fea, el gordo, la chafardera, ni el inútil, ni la fracasada, ni el gafe ni la apestada. No somos el cúmulo de catastróficas desdichas que nos persiguieron, no somos el desdén, ni la apatía, ni la mala suerte. No somos el cartón que nos sirve de colchón y de manta, no somos el tatuaje descolorido, ni el piercing que horadó nuestra piel, ni el tinte multicolor, ni la mala decisión.
No nos dejemos engañar y no nos perdamos en los laberintos de lo que no somos.
Somos seres valiosos, bellos en sus diferentes formas, criaturas excepcionales de incalculable valor. Todos somos peregrinos y extranjeros, efímeros y eternos, heridos, rotos y cosidos, excéntricos y paradójicos pero siempre maravillosos.
Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro?
Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra.
No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda.
He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel.
El Señor es tu guardador; el Señor es tu sombra a tu mano derecha.
El sol no te fatigará de día, ni la luna de noche.
El Señor te guardará de todo mal; Él guardará tu alma.
El Señor guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre. – Sal 121
Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.
Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.
Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.
Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria. – Col 3:1-4
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Mati Sanchiz Rodríguez
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