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Con tu ojo solo te ves a ti mismo

Lutero no puede aceptar la pretensión de Aristóteles de que exista una dimensión teórica puramente contemplativa, por la cual la razón humana ve desinteresadamente el bien y nos orienta a él.

REFORMA2 AUTOR 7/Emilio_Monjo 20 DE ENERO DE 2024 22:30 h
Imagen de [link]Vince Fleming[/link] en Unsplash.

Dejo para la semana próxima, d. v., conversar sobre la santidad. Hoy les pongo unos renglones del libro que nos acompaña para reflexionar, los tengo anotados con referentes especiales, y los veo cada vez que paso, por eso quiero pasarles unas notas. Me parecen necesarios para entender la Reforma. Son de Lutero en su madurez, 1536, como catedrático de la universidad de Wittenberg, sobre sus tesis sobre lo Humano (De homine). Villacañas los usa en la parte de conclusión de su estudio. Con ello se afirma lo que es evidente, pero que a veces no se ve, y es que la Reforma, con su recuperación de la Palabra, con sus enseñanzas sobre la gracia, la elección, etc., no supone un abandono del mundo, de la naturaleza, sino un verdadero acercamiento y trabajo con la misma. De este modo también se reitera la necesidad de comprensión sobre la fe. Pues en muchos casos, la manera “evangélica” no es sino la papal con otra forma eclesial. Las representaciones religiosas forman un modelo de hombre, santo, condenado, etc., que se deben seguir demoliendo. ¡Mucho trabajo por delante!



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“… Bastaba la sobredeterminación de la ley natural por la ley divina y la gracia. De este modo vemos que la Reforma asume un programa de mundanización, de transformación práctica del mundo, de construcción adecuada de la sociedad y del Estado, [negritas mías] y por eso implica una ética intramundana que posteriormente dejará un resultado: eso que se ha llamado la secularización, y que no es sino una cristianización más intensa…



Con las nuevas premisas reformadas, la vieja sociedad se desmoronó. Con esta interpretación de la ley divina, los votos desaparecieron. La libertad evangélica no tenía yugos. Los votos solo fueron aceptados en un tiempo de ignorancia de la fe y de la libertad. Los monasterios también debían desaparecer. Esta posición no relajó la vida, sino que la transformó. En lugar de monasterios se debían construir lo que ellos debían haber sido de verdad, si es que aspiraban a ser algo: escuelas. La pobreza no era un voto, sino un mandato que vinculaba a todos los cristianos. Ahora bien, no se trataba de no poseer nada, sino de poseer lo propio como si se administrara la propiedad de otro. La ética económica cambió al transformarse la semántica del término ‘pobreza’. No era aceptable que la pobreza fuera el estado pasivo de recibir de otros, aquella obra ritual y externa que tantas conciencias calmaba. La mendicidad no era evangélica. Ese era el punto. La pobreza imponía ‘cuidar de nuestro trabajo no por nosotros mismos, sino por el cuidado de los hermanos’…



El efecto deconstituyente fue fulminante. Las infinitas inmunidades religiosas desaparecieron de un plumazo. Los maestros, los únicos sacerdotes, no tenían otra ley que la civil. Los privilegios de los clercs se vieron como tiranía [se tienen en cuenta textos de Melanchthon]. Lo más importante fue que, con un solo gesto sistemático, la ley canónica entera desapareció. O era ley civil, y debía proceder del magistrado cristiano, o era una monstruosidad, un híbrido extraño, legislar sobre la fe desde los poderes mundanos ilegítimos que falsamente asumían competencias propias de la gracia, materia acerca de la cual nadie había recibido jamás poder alguno.” (pp. 460-461)



Y ya nos vamos con Lutero y su explicación de la razón humana. Fundamental para entender la Reforma y sus consecuencias. Resumo mucho, pero se puede seguir. Si alguien quiere, por ejemplo, discutir sobre el libre albedrío, deberá primero entender el alcance de la razón (y de la voluntad).



“Esto es: ‘si se compara la filosofía o la razón misma con la teología se muestra que del humano apenas sabemos casi nada’. La tesis es muy importante. Nos dice que la razón puede ser la administradora general de la tierra y de las cosas de esta vida, pero no parece capaz de ser la administradora ni la conocedora de las cosas del ser humano singular [negritas mías]. De ese ser humano la filosofía apenas parece saber nada. Con ello no solo comprendemos la actitud escéptica de Lutero respecto del singular, sino que justo por esa incapacidad de saber nada de nosotros mismos emerge la necesidad de ese otro saber, saber de nuestra existencia, que es la teología. Es un régimen nuevo de saberes lo que aquí se acredita. Uno, la razón, configura los saberes genéricos de la administración. Ahí se forja el poder y la gloria de la razón. Otro saber, el de la teología, trata de comprender al ser humano singular, un saber que no puede ser entregado a la administración de la razón ni a los conceptos abstractos de la vieja teología nominalista.



El singular es el límite de la razón. El humano puede ser el portador de la razón, pero él mismo no puede ser objeto de ella. De entrada porque ni siquiera está en condiciones de conocer la causa material, su cuerpo…



El ser humano no se conoce racionalmente a sí mismo y ni el alma ni el cuerpo son transparentes. Por lo demás, Lutero afirma este asunto de forma nítida: la razón a posteriori no puede experimentar que su causa eficiente es Dios creador. Al proponer al ser humano como centro de la creación, la razón no le permite conocer nada a priori, le oculta sus dependencias. Desde el punto de vista natural, el mundo aparece como una realidad de la necesidad. Por supuesto, el ser humano no conoce a Dios. Al contrario, como dijo en sus disputas contra los teólogos, ni puede conocerlo ni puede querer que sea…



El ser humano puede disponer de razón del mundo, pero no puede disponer de razón de sí… En conclusión, la razón es una potencia administradora de todo, menos del ser humano. Este no se puede administrar racionalmente a sí mismo. Esto produce en él una exigencia diferente a la de la administración, la exigencia de salvación. Y de eso la razón no sabe nada…



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...El saber de la teología asegura que el humano es imagen de Dios, que fue constituido sin pecado y que tiene como determinación o destino, eso que luego el idealismo llamará Bestimmung, el de ‘generaret et rebus dominaretur’. En ese exceso que la razón no puede entender entra el destino de no morir [punto 21 de las tesis]… La teología nos explica el efecto terrible que puede producir en un ser deificable la separación de lo divino. Eso terrible es lo que irrumpe cuando en él se produce lo imprevisto del pecado. Entones la teología nos da cuenta de una realidad pulsional en el ser humano que ya no está ordenada a lo divino sino a la autodeificación: aspiración de dominio, pulsionalidad creativa, ansia de inmortalidad, anhelo de omnipotencia. La teología así nos da cuenta de una ambivalencia: lo mejor -anhelo de contacto con lo divino- puede corromperse en lo peor -autodeificación-. Esa naturaleza deificable insatisfecha de sí misma, corrompida en pulsionalidad inmanejable, es para Lutero la condición humana real ‘post lapsum vero Adae’…



Esta flexión de la deificación sobre sí mismo es para Lutero someterse ‘potestati diabloli’, algo de lo que la filosofía, la razón no tienen noticia alguna. Tras esa flexión no hay ‘lumen vultus Dei’, ni ‘liberum arbitrium’ ni ‘ rectum dictamen’ ni ‘bonan voluntatem’. Hay ciega pulsión de auto-endiosamiento, autoafirmación absoluta, locura. El humano no puede luchar con sus propias fuerzas contra ella. Elije y lucha desde ella. Este principio de la pulsionalidad imponente y soberana como punto de partida de la vida real del ser humano tras el lapsus de Adán, que es la verdadera reedición del agustinismo, es el principio del saber de la teología…



Una vez producido este lapsus, esta desatención hacia Dios, la catástrofe se ha producido. El ser humano va instalado en un afán de dominio, de producción y de perpetuación que no tiene límites. Esa personalidad determina sus obras. Nada de ellas puede neutralizar la fuente de la que proceden. A través de toda la eternidad, el fruto de la pulsión no hace otra cosa que fortalecer la pulsión. La fuente de las obras, la fuerza misma, la pulsión, las daña. En las obras no puede haber salvación. Se trata de un mal ‘suis veribus insuperabili et eterno’. Solo volverse de nuevo a una deificatio a través de Dios permite escapar de este destino. Afortunadamente para nosotros, tras la creación, el Dios salvador nos ha hablado. La fe en Cristo repara esa catástrofe. Pues solo la fe en Cristo nos vuelve atentos a Dios y nos libra de la pulsionalidad…



Por eso Lutero no puede aceptar la pretensión de Aristóteles de que exista una dimensión teórica puramente contemplativa, por la cual la razón humana ve desinteresadamente el bien y nos orienta a él… Todos estamos sometidos a una pulsionalidad inmanejable que alimenta las obras en un sentido que no permite apreciar sino su propia ansia. El humano tras el lapsus de Adán solo ve el objeto de su pulsión. No ve la pulsión que lo lleva. Solo el nombre de Cristo, para Lutero, es eficaz para ver más allá del objeto de pulsión, para ver la pulsión misma, para vernos como seres indómitamente pulsionales y no querer serlo. Cristo es el fundamento de una óptica pasiva, porque nos ofrece un centro excéntrico a nosotros mismos: la Palabra.” (pp. 589-594)


 

 


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COMENTARIOS

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Alfredo
21/01/2024
20:51 h
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"Los votos solo fueron aceptados en un tiempo de ignorancia de la fe y de la libertad" Emilio Monjo. "Mas Pablo…habiéndose rapado la cabeza en Cencrea, porque tenía hecho voto. Hch18:18 ¿solo Escritura o solo" la interpretación privada de la ) Escritura que supone e impone Lutero?
 



 
 
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