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Vida viviente, muerte muriente

La Palabra, la Escritura, según la misma Escritura, y que la Reforma expuso, siempre es fresca, nueva. Brota a cada instante.

REFORMA2 AUTOR 7/Emilio_Monjo 30 DE DICIEMBRE DE 2023 13:00 h
Imagen de [link]Attik Suljanami[/link] en Unsplash.

Tenemos mucho de qué hablar, mucho por hacer. Como se canta en los salmos de cosecha, hoy ya tenemos los frutos abundantes del año que se inicia, y son tales que el propio campo prorrumpe en alabanzas.



Voy, d. v., a conversar en nuestros encuentros, durante unas semanas, no sé cuántas, en asuntos presentados en la obra sobre Lutero que tanto he citado, la de nuestro buen amigo Jose Luis Villacañas, 2017. Sobre Lutero, pero que tiene en el estudio de los Loci communes de su discípulo Melanchthon un meollo sustancial.



Esa obra de Melanchthon se inicia con la proposición, que resume el evangelio de la Reforma: Conocer a Cristo quiere decir conocer sus beneficios. De esto vamos aquí. Estamos en el inicio mismo de la Reforma (luego vendrá la obra extraordinaria de Calvino, también nuestro buen amigo), con el estudio de las “conclusiones comunes” de la carta a los Romanos en la universidad de Wittenberg, en 1522.



“Que todos los cristianos se ocupen con la mayor libertad solo con las escrituras divinas y que por este medio sean totalmente transformados en su naturaleza”, [negritas mías] este es el evangelio que se ha puesto en las plazas. No vericuetos a través de beneficios eclesiásticos, para terminar en un purgatorio inventado, sino un cambio real y cierto en la persona y en la sociedad. La Iglesia es una y santa, no porque alguna tenga “santos” en su calendario (la mayoría, por cierto, sin existencia histórica), sino porque en Cristo hemos sido constituidos justos, santos, y verdaderos. Y como yo no dejo nunca atrás a los chiquillos, no los saco de ahí por su condición.



No se trata de arreglillos y adaptaciones sofistas, sino de una nueva identidad. Antes estábamos en la muerte, ahora en la vida. Sin embargo, para llegar a un adecuado conocimiento de esta situación es necesario acudir a un campo minado por falsificaciones. “Por eso su autor tiene necesidad de partir de una antropología que analice el poder del ser humano y que cuestione esa capacidad llamada libre arbitrio, porque oscurece los beneficios de Cristo… Para Melanchthon la voluntas era un tyannus, y el intelecto era como el senado. Pero desgraciadamente el tirano sometía al senado. Solo había razón cuando la voluntad y el intelecto cooperaban. Pero incluso entonces esa cooperación estaba dominada por lo más profundo, el affectus. Si esta era la capacidad originaria, básica, oscura, poderosa, la libido agustiniana, entonces la noción de libre arbitrio parecía poco verosímil. Melanchthon hizo regresar a Europa la inteligencia agustiniana de la naturaleza humana como pulsión confusa y opaca que impone sus movimientos sin saber nada de ellos a ciencia cierta. Sobre el mar profundo de las pulsiones flotaba la débil barca de la inteligencia.



Todo se deriva de aquí, de este análisis de la imposibilidad teórica del liberum arbitrium. La pulsión, el afecto, se regía por la misma ley de toda la naturaleza: la necesidad…



La diferencia fundamental entre la escolástica y el mundo reformado reside en esto: para Melanchthon, las pulsiones no eran debilidades de la naturaleza humana, sino su expresión más originaria y genuina… Los fenómenos de caos que se registraban en la época… no eran la señal de un accidente en el ser humano, de una desviación, una decadencia o de una perversión. Eran sencillamente la expresión de lo que el ser humano era por naturaleza, algo acerca de lo que nadie tenía derecho a ser optimista. Era la realidad de las cosas, no el ocultamiento temporal de una esencia buena y libre del ser humano. No hay poder humano que se oponga a la pulsión, sencillamente porque la pulsión es aquello que hace que el ser humano sea poderoso. Dios juzga esas pulsiones. Los jueces humanos pueden juzgar las obras… Los seres humanos solo pueden conocer la superficie de sus cosas y las de sus vecinos. En este mundo superficial no se juega nada relevante y desde luego no tiene nada que ver con la salvación… Por eso no podemos hacer nada por nuestra salvación. Esta es la obra de la sola fides. Sea cual sea la libertad de que dispongamos en la elección externa de las obras, esa libertad no concierne en absoluto a la pureza de corazón, lo único que afecta a la salvación y la condenación… Poner esa libertad meramente exterior en la cuenta de la salvación es ridículo. Por eso el valor de las obras no sirve para nada al cristiano respecto al tribunal de Dios.



...Las pulsiones nublan la inteligencia. Son tan fuertes que enturbian el juicio. En este sentido, gustan de esconderse, camuflarse, oscurecerse. El ser humano, al albergar un poder proteico que no controla, no identifica sus efectos. Así no puede autoconocerse… Al rescatar este concepto agustiniano, Melanchthon lo proyecta hacia la modernidad. Es más que un ‘depravado deseo’ entre otros, un afecto en el sentido actual, puesto que es un deseo irrefrenable vinculado al existir mismo, que pasa al acto por su propia potencia y energía, y por eso se llama ‘depravada actividad del corazón’. De la pulsión resulta preciso resaltar esa dimensión de energía interna que mantiene vivo al ser humano y que en esa condición es la sustancia misma de la carne viva…



En cada parte de nosotros, dice Melanchthon, hay una ‘fuerza viva’ que no cesa de producir. Esa es la naturaleza del cuerpo: de la carne viva, de la carne animada, del alma y del cuerpo. En cada célula suya la carne se ama… La trascendencia de la Ley se presenta aquí de forma inequívoca y hace de ella una realidad completamente externa y ajena. La pulsión, en tanto elemento de la naturaleza, no se pliega a Ley alguna. Comparada con la Ley, la pulsión siempre es una violación de la misma, pues no la tiene en cuenta para nada y, por ello, la productividad de la fuerza viva es siempre vitia. Ninguna doctrina de prudencia, ninguna filosofía pagana puede suavizar este hecho. Ninguna capacidad intelectual puede penetrar en el ‘labyrinthum humani cordis’.



...El origen divino del saber sagrado de la Escritura, la base de su revelación, reside en descubrirnos la realidad de nosotros mismos, penetrar en el ‘laberinto del corazón humano’, conocer las pulsiones más profundas. Ese conocimiento brota del saber de la Ley, pues las pulsiones se excitan y se extreman cuando se dejan llevar por el odio que sienten al ver su deseo frenado por la exterioridad de la Ley… ‘La Escritura ciertamente dice que cualquier imaginación acerca de los deseos del corazón humano es vana y depravada’.



Como vemos, se trata de la doctrina de Pablo según la cual todos los humanos están bajo el poder del pecado, porque por la voluntad de Dios están bajo la trascendencia de la Ley… Y por eso, desde la eternidad, Dios ha tenido que prever un medio para ir más allá de las necesidades de la naturaleza de tal manera que pueda salvar al ser humano en ella”. [Ya termino. Me he lanzado, pero no veía dónde parar. En las citas extensas -pp. 438-451- del profesor Villacañas se incluyen las comillas propias de sus referencias a pie de página de Melanchthon, aunque no las pongo en nuestra conversación.]



Aquí nos encontramos con un problema gordo, y es que el mundo evangélico (sálvense los siete mil, o los que haya) hace suya, gloriándose en ello, la antropología que la Reforma consideró obra del diablo. Lo que se crea sobre el hombre se tiene que trasladar a lo que se crea sobre su redención. Por supuesto, esto es algo transversal, afecta a todas las denominaciones. Conservando la antropología papal, las iglesias evangélicas (es mi opinión), por mucho que crezcan, no dejan de ser meras secciones del catolicismo, como nuevas “órdenes” religiosas especiales. No están formalmente bajo el papa, pero sí bajo su padre. Por eso es una gozada la esperanza que trajo la Reforma, porque sigue.



Les pongo unas notas esenciales del evangelio de nuestra salvación, que pueden servir de referencia permanente, que también se expresan en el libro que miramos.



# La Palabra, la Escritura, según la misma Escritura, y que la Reforma expuso, siempre es fresca, nueva. Brota a cada instante. La bebemos como agua viva. Lo intentan siempre, pero nadie puede destruirla, por medio de quitarla, o por medio de falsificarla. No envejece. Es una fuente que sale de Dios mismo.



# La vida, la redención, la justicia, la santidad… que esa Palabra nos trae, por el Espíritu que la trae y la aplica, siempre es fresca, nueva. Es una vida viviente. La misericordia y el perdón gratuito están con los redimidos, los elegidos, cada momento, sin parar. Cuando empezaste a leer esto, tus pecados eran perdonados, cuando lo termines, tus pecados son perdonados. Cada instante de tiempo es testigo de la Palabra viva que nos dice: tus pecados son perdonados. Así hasta el instante de partir de este mundo. Si pusiéramos una metáfora, podría ser (yo la usé hace poco en un sermón sobre el bautismo infantil) que el agua del bautismo, como símbolo de limpieza, al estar bautizados en Cristo, siempre está derramada sobre nosotros. La sangre de Cristo, que nos limpia, lo hace siempre. No es como la de los sacrificios de la Ley o los ritos eclesiásticos inventados por los que aborrecen esa obra perfecta, hecha de una vez para siempre. Esto produce una limpia conciencia. Por eso somos santos, porque nuestro pecado, nuestra inmundicia, está echado fuera cada momento. ¡Por eso podemos trabajar libremente!



# La muerte siempre está muriendo. No puede dejar de hacerlo. Un cadáver existe en la muerte. Por eso, como se ha expuesto antes, de esa muerte no puede proceder algo que la anule, nada puede neutralizarla. La muerte de la muerte en la muerte de Cristo, tal es el título de una obra del buenazo de Owen; de eso se trata. Eso es nuestro evangelio. Dios, desde su voluntad y poder, mata nuestra muerte, y la mata siempre. Mientras estamos en el cuerpo de muerte, en lo que resta de almanaque a cada uno, el cadáver muestra su muerte en nuestros miembros, pero eso no somos nosotros. La muerte de Cristo, hecho pecado por nosotros, es nuestra muerte cierta, y su victoria sobre la muerte es la nuestra. ¡Por eso podemos trabajar libremente!



Seguiremos.


 

 


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