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Un recuerdo navideño de Truman Capote

 A Truman y Sook ningún familiar les fotografió juntos. La única foto de los dos la tomó un californiano de apellido Wiston, cuyo auto se descompuso frente al portal de la familia Faulk.

KAIRóS Y CRONOS AUTOR 84/Carlos_Martinez_Garcia 16 DE DICIEMBRE DE 2023 22:00 h
Portada del libro, y la única foto que hay de Sook y Budddy.

Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco. El árbol crecerá en nosotros, dará su sombra en la memoria.



Julio Cortázar



Esa temporada navideña quedó atesorada en la memoria y el corazón de Truman Capote. Cuando escribió la evocación de los días de Navidad infantiles en Monroeville, Alabama, ya era un reconocido escritor y celebridad en los medios culturales neoyorquinos.



            Truman cambió el apellido de su progenitor (Arch Persons) por el de quien lo adoptó, Joe García Capote. La madre, Lillie Mae Faulk, concibió a su único hijo en 1924, cuando tenía diecisiete años. Ella era “excepcionalmente inteligente, la chica más guapa de Alabama”, escribió Truman, y también que el matrimonio de Arch y Mae duró solamente “un año. Ella era demasiado joven tanto para ser madre como para ser esposa […] De modo que dejó a su esposo; y, por lo que a mí se refiere, me puso al cuidado de su numerosa familia en Alabama”. Así lo plasmó en Una Navidad, en 1982, dos años antes de morir por complicaciones de sus adicciones a las drogas y el alcohol.



             Hasta casi los seis años Truman vivió alternadamente en distintos lugares con su madre y los familiares en Monroeville, quienes, el verano de 1930, se hacen cargo del niño. Entonces el poblado tenía 1355 habitantes, reporta el biógrafo de Capote, Gerald Clarke. El niño desarrolla una relación especial con Nanny Rumbley Faulk, apodada Sook, y que por la edad podría haber sido su abuela. En A Christmas Memory, de 1956, Truman la identifica como “a very distant cousin”, una prima distante, y así dice la traducción castellana publicada por Editorial Anagrama. Otra posibilidad de traducción sería llamarla tía segunda, pero, en todo caso, lo importante son las características de Sook que dejó fijadas Truman Capote en Un recuerdo navideño.



            Truman tenía siete años y Sook “sesenta y tantos”, de pelo blanco trasquilado, usaba tenis y un “amorfo jersey gris sobre un vestido veraniego de calicó”. Era corta de estatura y vivaz, “como una gallina bantam”, desde su juventud, debido a una enfermedad, tenía “los hombros terriblemente encorvados”. Gerald Clarke señala que el hermano y las dos hermanas de Sook, al igual que otros en el pueblo, la tenían por muy infantil y “la consideraban un poco retrasada. En realidad era tan tímida e ingenua que a veces parecía simplona. Apenas había salido del condado de Monroe, no había leído más que la Biblia y los cuentos de [los hermanos] Grimm”. La familia era bautista, mientras que la familia de la casa colindante, la de Nelle Harper Lee, la futura escritora de Matar a un ruiseñor, era metodista. Cuando se conocieron Truman tenía casi siete años y Harper uno menos.



            Sook, recordaba Capote, nunca había ido al cine “ni tenía intención de hacerlo”, prefería que el infante, a quien llamaba Buddy, le contara las películas. Tampoco había “comido en ningún restaurante, viajado a más de cinco kilómetros de casa, recibido o enviado telegramas, leído nada que no sean tiras cómicas y la Biblia, usado cosméticos, pronunciado palabrotas, deseado mal alguno a nadie, mentido a conciencia, dejado que ningún perro pasara hambre”. Ella entraba en gran actividad al acercarse diciembre.



            Un recuerdo navideño inicia invitando a los lectore(a)s a imaginar una mañana “de finales de noviembre”. Sook le dice, emocionada, que comienza la temporada de las tartas/pasteles de frutas. Así, para ella, quedaba inaugurado el tiempo de Navidad. La meta consistía en cocinar treinta tartas, la mayoría para obsequiar, incluyendo una al presidente de los Estados Unidos. El problema para cumplir el objetivo era comprar los ingredientes para elaborar los pasteles. De manera vívida Truman narra las vicisitudes que Sook y él debían sortear para adquirir cada componente de los clásicos fruitcakes. Una vez con los ingredientes necesarios en sus manos, tiernamente rememora el escritor, la febril laboriosidad con que Sook horneaba las tartas y las conversaciones que tenía con ella.



            Además de la preparación culinaria la otra actividad a la que Truman y su amiga dedicaban mucho tiempo y magros ingresos consistía en la elaboración de los regalos que se darían el uno a la otra y viceversa. Sook anhelaba obsequiarle una bicicleta, pero no tenía cómo hacerse de una, aunque fuera usada. Llena de vergüenza le confiesa a Buddy, que, de nueva cuenta, solamente le podrá regalar una cometa, también llamada papalote en México. Ella confeccionó una cometa “muy bonita, azul y salpicada de estrellitas verdes y doradas de Buena Conducta, es más, lleva mi nombre, Buddy”. De los otros familiares el infante recibió calcetines, una camisa para ir a la Escuela Dominical, pañuelos, un jersey de segunda mano y una suscripción a la revista para niño(a)s: The Little Shepherd (El pastorcito).



Capote no deja fuera de la memoria a Queenie (reinita), la perra terrier compañera de aventuras, para la que él y Sook compraron en vísperas de Navidad “un buen hueso masticable de buey […] envuelto en papel de fantasía”. Lo pusieron “en la parte más alta del árbol, junto a la estrella. Queenie sabe que está allí. Se sienta al pie del árbol y mira hacia arriba, en un éxtasis de codicia: llega la hora de acostarse y no se quiere mover ni un centímetro”. La mascota murió al año siguiente, fue sepultada en el mismo lugar donde, usualmente, escondía bajo tierra su hueso.



La desigual pareja de amigos, por la gran diferencia de edad, pero de entrañable cercanía por el cariño mutuo que se tenían, decide aprovechar que hay buen viento y sale a echar a volar las cometas. Fue la última vez que Sook y Buddy celebraron la Navidad juntos, porque él sería llevado por su madre, no para vivir con ella, sino que lo ingresa a una academia militar. Sook seguiría cocinando las tartas de frutas cada Navidad, y le enviaba la mejor en cada ocasión a Truman.



Él ya no la vio más, pero en Un recuerdo navideño evocaría lo intensamente vivido “más de veinte años” atrás. La pieza literaria fue publicada en 1956. En el párrafo final de la narración Buddy recrea el efecto que tuvo en él saber de la muerte de Sook, entonces tenía veintiún años: “El mensaje que lo cuenta no hace más que confirmar una noticia que cierta vena secreta ya había recibido, amputándome una insustituible parte de mi mismo, dejándola suelta como una cometa cuyo cordel se ha roto. Por eso, cuando cruzo el césped del colegio en esta mañana de diciembre, no dejo de escrutar el cielo. Como si esperase ver, a manera de un par de corazones, dos cometas perdidas que suben corriendo hacia el cielo”.



 A Truman y Sook ningún familiar les fotografió juntos. La única foto de los dos la tomó un californiano de apellido Wiston, cuyo auto se descompuso frente al portal de la familia Faulk. Entonces el viajero y su esposa debieron esperar a que el vehículo fuera reparado, mientras esto sucedía, cuenta Truman, “la joven pareja pasó una agradable hora charlando con nosotros”. Además Wiston “nos sacó una foto, la única que nos han sacado en nuestra vida”. El matrimonio Wiston estaba en la lista de envíos de tartas de frutas de Sook.



Truman Capote murió el 25 de agosto de 1984, en Los Ángeles, California, a donde llegó dos días antes. Como en otros viajes llevaba la cobija que tenía desde bebé y Sook había tejido para él. Su deceso tuvo lugar en casa de Joanne Carson, esposa de Johnny Carson, conductor de 1962 a 1992 del popular programa televisivo The Tonight Show. Joanne estuvo en los momentos finales de Capote, sus últimas palabras fueron “soy yo, soy Buddy. Tengo frío”. Buddy era el apodo que le puso Sook a Truman.



Un recuerdo navideño estaba en la lista de cuentos favoritos de Julio Cortázar, junto con otros porque, a juicio del escritor, sus autores lograban “ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con su circunstancia de una manera nueva, enriquecida, más honda y más hermosa”.



¿Cómo no evocar, y agradecer, al leer Un recuerdo navideño, a quienes, como Sook a Truman, nos tejieron cobijas para protegernos del cruento frío del desamor y la soledad?


 

 


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