Reforma protestante: fiesta de la libertad

España tiene un patrón, seguro que también una patrona. Miles de advocaciones milagreras para proteger cada cachito (¡así y todo hay quien dice que se va a partir!).

Hace unos días, la heredera de la corona (parece que era norma castrense) ofrecía algo a una imagen. Esa misma imagen, luego, el día nacional, se veía en la tele nacional, y con los aplausos del gobierno en funciones, que para algunos funcionará fatal, y será de ideología perversa, pero para estas cosas aplaude como el que más. 250.000 personas le llevaron flores (en estos casos nadie discute el número, alguien lo dice, y va a misa), emoción que no se puede describir, te dicen, además, era una fiesta familiar, con los niños y los abuelos. (¡Nada que ver con esos destructores de la familia!)

Esa advocación es la muestra, con otras, de la degradación religiosa de España. No se puede caer en más oscura idolatría y superstición. Que ya se sabe, y el Estado lo confirma con su aplauso, que María, todavía viva (no fue, pues, una aparición de las de después), se vino a ese sitio de Zaragoza en el año 40, con Santiago y otros siete, para evangelizar España. Allí le hicieron una misa en algo que construyeron. Ese es el inicio y pilar de la advocación. Ese es el pilar de la unidad política y religiosa de España. Por supuesto, también hay más. Esta es la España y pilar de la hispanidad, cuya esencia es, precisamente, la contrarreforma.

Ni se me ocurre preguntar, con los tiempos que corren, si a los pastores evangélicos eso les repugna. ¿Se imaginan si en vez del pilar hubieran puesto una bandera de colorines? Esas imágenes son el medio de vida del papado; contra ese papado se levantó Lutero, al que se recuerda este día de la Reforma. Pero ¿hoy tenemos que levantarnos contra el papado? Que el papado se levantó contra la Reforma, parece evidente, pero, ¿ya no? ¿Por qué? Seguro que algunas cosas del pasado explican nuestro presente.

Trento fue el concilio que el emperador impuso; el papa tuvo que “convocarlo”, la curia se lo tragó vomitando. Antes de comenzar sesiones, el papado creó su Inquisición (que todavía está) como medio para que nadie que entrase se saliese del camino. Al final, el concilio no arregló la cristiandad, pero Roma se las arregló para crear con él su estructura doctrinal y disciplinaria. Hasta hoy. Los jefes de cocina que validaban los platos, fueron los jesuitas.

Un buen número de doctrinas corruptas fabricadas por la iglesia antigua, se reconvirtieron en dogmas del papado que se tenían que aceptar como verdad. No dejaré de recordarlo: no se puede ir contra Trento, sin ir contra la iglesia antigua, pues de ella sacó sus piezas. Se operó una transustanciación entre esas costumbres erróneas, que quedaron como tradición a conservar como verdades reveladas.

Las grandes divisiones de la iglesia medieval, con sus distintas y contrarias religiones (órdenes religiosas), las grandes divisiones, pues, del papado, lograron fórmulas de consenso frente a la unidad y claridad de la Reforma. En esa tarea se reconoce la eficaz mano de los actores jesuitas, pero que tuvieron que recurrir al lenguaje diplomático para contentar a las partes, y eso produjo unas definiciones bastantes ambiguas. El canon sobre la justificación es un buen ejemplo; se necesitaron unas cien sesiones, y a cada paso se requería una modificación para contentar a alguna parte; al final quedó lo que quedó. Aunque un agustino tuvo mano en su formulación, realmente la afirmación del historiador Seeberg (1895) es certera: “Pareciera para cualquiera que viera esas formulaciones, que nunca hubo un Agustín en la iglesia latina… El decreto, en sus aspectos prácticos, se mueve dentro del círculo del ideal de piedad de Cipriano, con su obediencia legal y su temor servil… La vida moral está dominada por esta idea de mérito”.

Lo único claro en Trento fue su rechazo especifico a la posición reformada. Los anatemas se formularon sin lugar para matizaciones; los dogmas, no siempre. Se tenía claro que la posición reformada sobre la salvación del pecador no era un aspecto entre otros de las diversas posiciones medievales. A las muy diversas posiciones del papado medieval, se las diluye hasta conseguir la unidad requerida, y esa unidad se forma por la necesidad de lucha contra la posición reformada. La unidad del papado es una unidad contra la Reforma.

Que esa es la esencia de la unidad de España, pues ya se sabe, que incluso es martillo de Trento, como dijo aquél. 

El concilio de Trento es un espacio muy valioso para ver la situación de su momento. Él mismo es fruto de esa circunstancia. Lutero se muere casi al inicio; no pudo leer el decreto de la justificación. Calvino vive sólo un año más tras su clausura; pero había declarado su opinión sobre el mismo. [Cito a Villacañas, 2020] “…Conviene no olvidar la visión de Calvino, quien había publicado justo hacia finales de 1547 su Acta Synodi Tridentine cum antídoto… Calvino denunciaba la impotencia de un movimiento conciliar que se basaba en la suficiencia del papa… Lo primero que había que hacer era eliminar la herejía y reponer la Escritura en su lugar. Sobre su autoridad vendría todo lo demás. Al avanzar en las cuestiones dogmáticas en un sentido tradicional, Trento había errado el camino… Pero si había alguna categoría fundamental que oponer a ese concilio, Calvino supo hallarla en el Viejo Testamento, cuando Dios interrogaba al presente y hablaba a los pueblos por los profetas. De esto se trataba: concilio frente a profetas. Era una diferente concepción del Espíritu de Dios. Una hablaba al corazón de los fieles e imploraba misericordia; la otra hablaba de poderes eclesiásticos y clamaba por la justicia de los hombres… Calvino así ponía el dedo en la llaga principal. La religión se había convertido en un arma política usada por los príncipes para sus fines… Para eso había un remedio, y Calvino lo expuso de la mano de Agustín, en la segunda parte de su texto: la autoridad de las Sagradas Escrituras… En la medida en que cada comunidad cristiana reconociera la Escritura, se acabaría con la “tiranía del papado”… Cuando vemos esta compresión de las cosas, entendemos que el paso de Erasmo a Calvino tiene que ver con esta diferencia: de la filosofía de Cristo al reino de Cristo… Una solución católica… no podía venir haciendo juez al reo que debía ser juzgado”.

Quiero destacar precisamente respecto a la justificación, cómo, a pesar del lenguaje ambiguo de Trento, se enseña como dogma que esa justificación del pecador (siempre adulto) necesita una preparación, sin la cual no puede producirse, y en ella interviene de necesidad la cooperación del pecador antes de ser justificado. Luego sigue siendo necesaria su cooperación en el recibir y mantener dicha justificación. Por medio de obedecer los mandamientos de Dios y de la Iglesia, cooperando la fe con las buenas obras, los pecadores crecen en esa justicia que han recibido por la gracia de Cristo, y son más justificados. (Esto lo dice el canon sobre la justificación de Trento.) 

Otro aspecto esencial es que no sólo se requiere de necesidad la cooperación del pecador, antes, y durante su etapa de justificado, que puede acrecentar por sus obras, sino que es imprescindible la presencia y cooperación de la iglesia, tanto en la etapa de preparación, como en la posterior de recepción y conservación. La iglesia, jerárquica y sacramental es medio necesario.

Esto derribó la Reforma. Por eso trajo la libertad, y la fiesta de confiar sólo en Dios, ¡con lo cual cambió la sociedad!

Les remito a unos textos de Calvino en su Institución (III, ii): “Ponemos como fundamento de la fe la promesa gratuita de Dios, porque en ella se apoya propiamente la fe… que siempre comienza en la promesa; en ella se para, y allí acaba.

Pues busca en Dios la vida que no encuentra en los mandamientos, ni en las amenazas, sino únicamente en la promesa de su misericordia, y promesa gratuita; porque las promesas condicionales, en cuanto que nos remiten a nuestras obras, no prometen más vida que la que podemos encontrar en nosotros mismos.

(…) Al decir, pues, que la fe ha de apoyarse en la promesa gratuita, no negamos que los fieles admitan y reverencien por completo la Palabra de Dios; únicamente señalamos como fin propio, al que la fe ha de tender siempre, la promesa de la misericordia”.

Por eso la certidumbre de nuestra salvación no puede depender de un marco religioso o político. Está escondidaen Dios, quien guarda la herencia y a los herederos.